Al igual que aquella vez en casa de Pedro, el hombre no estaba físicamente allí. Debía de haber llegado a algún estadio avanzado en el que su telepatía le permitía hacer esas cosas. Nadie a mi alrededor podría percibir que no era real. Yo tampoco lo había hecho en aquel primer encuentro. Pero, ahora, estando ya en la pisada y tras mi segundo despertar, con el que había experimentado grandes cambios en mi mente, no me cabía ninguna duda.
Estaba claro que había venido a por mí.
Lo que quedaba por saber era si había venido a borrarme.
Di un paso atrás para poder notar la pared a mi espalda. De esta manera, estábamos a la mayor distancia posible dentro de una habitación que no era muy grande. La gente pasaba entre nosotros haciendo fotos, absortos en su faceta de turistas, sin prestarnos atención.
No tardó mucho en suceder.
En cuestión de un parpadeo, nos encontramos él y yo solos en un entorno vacío violeta.
–¿Esto quieres? –me preguntó el hombre–. Hagámoslo un poco más divertido.
¿Qué quería decir? ¿Había sido yo quien nos había llevado allí? ¿En mi deseo de protegerme, de vencerlo quizás, había yo involuntariamente provocado este encuentro interior?
El entorno cambió y súbitamente nos hallamos en el interior de un enorme castillo medieval. Pisábamos un suelo empedrado y unos metros detrás de mí había unas escaleras que subían a una plataforma superior. El hombre me dio una patada en el estómago y me impulsó a lo alto de las escaleras.
Me quedé de puntillas al borde de la plataforma, a la izquierda de las escaleras. Del techo del castillo, un poco más a la izquierda, colgaba, hasta una altura inferior a donde yo me encontraba, una enorme lámpara de velas, circular, con afiladas estacas de metal de punta hacia arriba. Perdí el equilibrio y me precipité hacia la araña de velas. Cuando estaba a punto de caer sobre ella, grité ¡¡no!! La lámpara se convirtió en un colchón de lana sujeto al techo por cuatro cadenas de metal, no muy gruesas, igual que lo había estado la araña.
Al caer sobre el colchón, éste se volcó un poco hacia un lado y caí al suelo. Me levanté con dolor. El hombre seguía donde estaba antes, a varios metros de mí. Lo miré, me concentré en su rostro y aparecí inesperadamente a veinte centímetros de él. Él clavó sus ojos en mí e hizo un gesto como de colocar la mano para darme un golpe en el cuello. Yo continué sin apartar la vista de aquel individuo, esta vez tumbada en el suelo debajo de él.
Un instante después, me encontraba de pie, a su espalda. El hombre se volvió. Su cara quedó a menos de un palmo de la mía. Entonces, le puse el dedo índice en la frente y se hizo la oscuridad.
Abrí los ojos y volví a encontrarme en el dormitorio infantil de la vivienda de Casa Milà. Estaba sentada en el suelo y una persona me hacía aire con un papel. Automáticamente, busqué el holograma del hombre en la pared de enfrente, junto a la casa de muñecas. En el resto de la habitación. Pero no estaba.
Claro que no. Porque lo había borrado. Yo. Yo lo había borrado.
Increíble.
Sabía que, desde mi segundo despertar, mi poder se había incrementado muchísimo, pero ser capaz de borrar a este sujeto en concreto y así, con tanta rapidez… Porque, realmente, había sido muy rápido. Y tratándose de mi primera vez…
En ese momento, me habría gustado tener a alguien a mi lado dándome la enhorabuena. Aunque, tras ese breve instante de autocomplacencia, me invadió el miedo ante la posibilidad de que quien apareciese a mi lado fuese alguno de los socios del Van. Que él hubiera estado allí virtualmente no significaba necesariamente que no tuviera a gente allí, por si algo salía mal.
Una vez me hube recuperado físicamente y los turistas que me atendían hubieron recuperado su marcha, esperé un poco antes de hacer nada o ir a ningún sitio. Finalmente, salí del cuarto y de la vivienda, y bajé por las escaleras hasta encontrarme de nuevo en el vestíbulo que constituía la parte inferior del patio de luces del edificio.
Salí a la calle. Pero no me sentía segura estando tan al descubierto, así que entré en la tienda de souvenirs de La Pedrera, que estaba justo al lado.
No tardaron mucho en llegar. Salimos afuera y buscamos un rincón donde hablar. Yo ya tenía preparada la nota de papel que quería darle a E: ¿Nos vigilan?
Él asintió casi imperceptiblemente.