Cuando marca la hora

El umbral del juego

El aire olía a humedad, y el silencio pesaba como un sudario.
Latafa abrió los ojos con dificultad. La oscuridad la envolvía, apenas interrumpida por un delgado rayo de luz que se filtraba por la ranura de una puerta semiabierta. Su cuerpo dolía, la garganta le ardía por la sed, y su estómago rugía como una bestia. No sabía dónde estaba. No recordaba cómo llegó ahí.

Las paredes, aunque no podía verlas del todo, parecían respirar con ella. A cada jadeo, a cada intento de moverse, algo parecía responder con un eco sordo. Su mente tambaleaba entre la conciencia y el abismo del desmayo.

Entonces, escuchó voces. Murmullos fuera de la habitación. Dos figuras se acercaban. La puerta crujió con lentitud.
Antes de que pudiera distinguir sus rostros, la oscuridad la abrazó otra vez.

Despertó en un cuarto blanco. Demasiado blanco. Frío, sin ventanas, sin techo visible. Solo una puerta y un sobre colocado cuidadosamente en el suelo.
Se incorporó temblorosa y lo tomó. La letra era delicada, casi infantil.

“El juego va a empezar, pero solo si deseas jugar. No hay vuelta atrás.
Opción 1: Sigue la dirección escrita en la parte de atrás
Opción 2: Sal por la puerta de la derecha y permanece como estás. Este mundo no te obligará a cambiar.
Pero recuerda… en este mundo, la verdad se oculta en lo irreal, no hay espacio para los que miedo tienen”

Latafa apretó los labios. Quería salir. No jugar. No arriesgar. Pero… ¿salir a dónde? ¿A una vida donde era invisible? Su mente fue invadida por imágenes: las humillaciones de su jefe, el peso de las expectativas de su padre, los días vacíos, el espejo que nunca reflejaba lo que quería ver.

Suspiró.

Tomó la dirección de la hoja trasera y cruzó la puerta, con miedo pero desidida a avanzar.

Un pasaje estrecho y brumoso la recibió. Caminó sin saber cuánto tiempo pasó. Entonces encontró una carta clavada en una roca.

“El agua saldrá cuando ellos se echen a descansar.”

Debajo, una fotografía: su familia, todos sonrientes… excepto ella. Siempre ella, como una sombra en la esquina.

El sendero la llevó a una nueva sala. Esta vez, una especie de armería. Paredes repletas de armas. Cuchillos, arcos, rifles…
Un letrero flotaba en el aire:
“Solo dos. Elige lo que puedes cargar, no lo que crees que necesitas.”

Sin pensarlo demasiado, Latafa alzó una pistola de mano, ligera pero firme. Luego, una espada de hoja delgada, tan negra como la noche.

Ella no lo sabía aún, pero al cruzar esa puerta, el juego había comenzado.




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