Cuando Me Enamoré De Ti

Capítulo 2: La muerte de María Rosario

Recuerdo que aquel terrible jueves 25 de enero habíamos terminado temprano de empacar los raviolis y los tortellinis pues no había muchos pedidos dada la cercanía del asueto decembrino. Al final de la jornada nos despedimos con cariño de aquellos maravillosos empleados que fielmente nos acompañaban en el proceso productivo.

Recuerdo que nos quedamos los tres conversando de la familia, amigos y planes futuros, mientras escuchábamos como última canción Forever Young del legendario grupo Alphaville. María Rosario amaba esa canción y me dijo en aquel momento:

—Hermanita, Juan David, ¿se imaginan ser por siempre joven?, ¿quién quiere realmente vivir eternamente?... en realidad, solo Dios sabe cuántos años viviremos..., al final todos vamos a partir de este mundo... Esta canción es maravillosa y me hace pensar lo corta que es en realidad la vida; ¿o es que acaso no recuerdas, María Rocío, las travesuras de Simón y las nuestras que casi vuelven loca a mamá?

María Rosario sonreía y en sus ojos se reflejaba un brillo especial, recordando aquel día en que pusimos en una caja de regalo unas lombrices del patio y poniéndole un lindo lazo se lo entregamos a mamá que feliz por abrirlo, pensando que era un obsequio, se dio el susto de su vida, castigándonos severamente a todos. María Rosario dijo con nostalgia:

—Pensar hermana que ya nuestra etapa infantil llegó a su fin hace mucho tiempo.

Pero de esa tarde recuerdo especialmente la alegría en mi corazón cuando nos dio la gran notica de que Felipe y ella ¡habían decidido comenzar a buscar un bebé! ¡Me imaginé a mi hermana en su rol de mamá, a mis padres en su rol de abuelos y a mí en el de tía y mi felicidad fue plena!

Y, lamentablemente, jamás olvidaré cuando tomó de su escritorio el manojo de llaves de su carro con esa mirada pura y cristalina y esa dulce sonrisa que la caracterizaba. Aún mi corazón se detiene al pensar en ese momento en que me dijo a mí y a Juan David, quizá imaginando un largo porvenir:

—Adiós, nos vemos mañana… — Salió por la puerta con gracia cerrándola tras de sí.

Ahora recuerdo cómo en días posteriores rogué a Dios para que me permitiese devolver el tiempo para detenerla en ese preciso instante para así salvarle la vida. Pero el tiempo es inclemente y solo avanza en un solo sentido…

Ya con mis emociones atenuadas por el discurrir del tiempo y las nuevas vivencias donde Tú eres el protagonista indiscutible, logro comprender que esa era Tu santa voluntad y que mi hermana reposa en Tu seno ya en plenitud absoluta bajo tu sagrado cobijo.

Cuando mi adorada hermana María Rosario tuvo aquel fatal accidente de tránsito a consecuencia de la lluvia y al mal estado de la vía, mi mundo, el de mis padres, el de mi hermano Simón Pedro y el de su esposo Felipe se vino al suelo. Todos nos desconocíamos en el dolor de su ausencia. Ese dolor se asemejaba a clavar un puñal a una herida abierta una y otra vez.

La devastación física y emocional aunado a los gritos desgarradores de mis padres frente al féretro sellado el día de su funeral los llevo tatuados en mi alma por el resto de mi vida... Todo en ese momento se sentía irreal, pero era real. Simón Pedro desde ese entonces empezó a sufrir episodios de ausencia que le tomó mucho tiempo superar.

Yo me hundí en un abismo oscuro sin fondo, donde sentía que mi alma flotaba fuera de mi cuerpo. Me miraba al espejo y veía que todo mi ser se desintegraba en pequeños fragmentos que se desvanecían como arena en el viento producto del inclemente pesar que se asemejaba a nadar en un lago de sangre que me asfixiaba sin piedad.

Recuerdo en ese entonces que me peleé Contigo y te dije cosas horribles que espero me sepas perdonar. También te ofrecí mi vida a cambio, pensaba en mi ignorancia que te habías equivocado de hermana; la que debió partir ese día era yo, ella siempre fue la más virtuosa y más linda de los tres. En cambio, ella estaba muerta condenada a vivir en mi corazón bajo la figura de una eterna juventud que sin embargo se desvanecía bajo la premisa de “si María Rosario estuviese viva”, creando en mi interior líneas de tiempo imaginarias que se desintegraban ante la cruel realidad.

Recuerdo también mi corazón adolorido frente a Tu imagen implorando una y otra vez que por favor la trajeras de vuelta a la vida y con ella a mi familia feliz con mis padres y Simón Pedro contentos y dichosos como una vez habíamos sido los cinco, que no las cuatro almas en pena que malamente sobrevivían a una terrible pérdida sin remedio. Sin olvidar por supuesto a Felipe que cayó en una profunda depresión que casi lo llevó a quitarse la vida.

Juan David entonces se transformó en un ser distante y lejano que no podía comprender a plenitud el dolor tan grande que estaba acabando con mi vida carcomiendo mi alma. Sus palabras de aliento se desvanecían en la nada, las escuchaba sin poder asimilarlas; él estaba lejos de mí intentando cobijar mi cuerpo más mi alma estaba distante.

De pronto vivir se convirtió en llorar su ausencia día y noche. Nuestro hogar se convirtió en un santuario lleno de sus fotos en cada rincón junto a las imágenes religiosas que ya eran parte de mi vivienda.




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