Cuando me enamoré sin querer

CAPÍTULO 4 – Spoiler: Ya Me Empezaba a Gustar

Había algo peligrosamente cinematográfico en la manera en que Nico entrelazaba sus dedos con los míos mientras cruzábamos la calle. Un gesto simple, sí, pero tan íntimo que me hizo sentir como si el tráfico entero se hubiese detenido solo para mirarnos y pensar:

“Ah, mirá estos dos. Están a punto de meterse en líos.”

Yo caminaba intentando que mis rodillas no se traicionaran entre sí. Porque, vamos a ser honestos: ya me empezaba a gustar. Y no un “me cae bien”.

No.

Era otra cosa.

Ese tipo de gusto que empieza a tener efectos secundarios: respiración tonta, sonrisa involuntaria, pérdida temporal de neuronas, cosas así.

—Estás muy callada —observó él, sin soltarme la mano.

—Estoy pensando.

—¿Y qué piensa alguien tan seria mientras cruza una avenida conmigo?

—En no morir atropellada, principalmente.

—¿Y lo secundario? —preguntó, girándose apenas hacia mí.

—Eso… no se dice en voz alta.

—¿Es… bueno?

—Depende del punto de vista.

—El mío.

—Entonces sí —confesé, mirando hacia adelante para no verlo sonreír.

Demasiado tarde.

Lo sentí sonreír.

Esa sonrisa era un arma. Y yo estaba sin defensa.

El lugar al que me llevó no era un bar de moda, ni un restaurante pretencioso, ni uno de esos sitios donde uno finge que entiende de vinos.

No.

Era una cafetería pequeña, cálida, con luces doradas que parecían abrazarte al entrar. Olía a café recién molido, a pan calentito, a algo dulce horneándose atrás. Ese olor que te hace sentir que algo bueno está por pasar.

—No sabía que te gustaba el café —le dije.

—Me gusta si el lugar tiene buena vibra. Y este la tiene. Y pensé que vos también.

—¿Yo tengo buena vibra?

—Tenés… demasiada vibra —dijo él, abriendo la puerta para que pasara.

Demasiada vibra.

¿Eso era un halago? ¿Una advertencia? ¿Ambas cosas?

Yo entré tratando de averiguar la respuesta.

La dueña del lugar —una mujer de unos cincuenta, con un delantal floreado y una sonrisa eterna— lo saludó como si fuese un cliente habitual.

—¡Nico! ¡Qué sorpresa! —dijo ella—. Y viniste acompañado.

—Sí —respondió él, mirándome con esos ojos sinceros que daban miedo—. Hoy vengo con alguien especial.

Yo: ¿Alguien especial?

Mi cerebro: Se cayó el sistema.

Mi corazón: Firma acá para renunciar.

La mujer me miró con una ternura exagerada.

—¿Primera cita? —preguntó con un guiño.

—No —dijimos los dos al mismo tiempo.

Y después nos miramos.

Y nos reímos.

Pero la risa no borró el hecho de que, por dentro, sentí algo parecido a un… jaque mate emocional.

Nos sentamos en una mesita cerca de la ventana. Él pidió un latte, yo un capuchino. Y un brownie que claramente no necesitaba pero emocionalmente sí.

—¿Estás nerviosa? —preguntó él después de un rato de charlar sobre cosas casuales.

—No —dije automáticamente.

—Estás nerviosa.

—No estoy nerviosa.

—Si no estuvieras nerviosa, no habrías inh…ala…do tu capuchino —señaló él.

Y sí.

Tenía razón.

Inhalé capuchino.

Literalmente me entró espuma en la nariz.

No hay manera de verse sofisticada después de eso.

—Fue un accidente —protesté.

—Fue adorable.

La palabra adorable cayó entre nosotros con el mismo peso que una bomba nuclear suave, de esas que te destruyen pero con cariño.

Yo desvié la mirada hacia la ventana.

—Nico… lo de hoy fue… raro. En el buen sentido.

—Para mí también.

—Y lo que escribiste en tu mensaje…

—¿Te asustó?

—Un poco.

—Pero viniste.

Sí.

Vine.

A pesar de que mis mecanismos de defensa estaban protestando como si fueran sindicalistas en huelga.

—Me gusta cuando te ponés sincera —dijo él, acomodándose en la silla, con ese aire relajado que contrastaba con mi caos interno.

—Soy sincera todo el tiempo.

—No. Sos irónica todo el tiempo. Es distinto.

—Bueno, es mi manera de protegerme.

—¿De qué?

—De esto —dije, abriendo las manos—. De vos. De que me digas cosas y yo… crea cosas.

Él apoyó los codos en la mesa y se inclinó hacia adelante, bajando la voz como si estuviéramos planeando un delito.

—Y si te digo… que me gustaste desde el momento en que te chocaste con esa planta falsa en la cafetería de tu trabajo?

—¡¿Vos viste eso?!

—Enterito. Fue espectacular.

—Dios mío.

—Pensé: “Esta chica es un peligro. Tengo que conocerla”.

Yo tapé mi cara con ambas manos.

—No puede ser que esa sea tu primera impresión.

—Es perfecta.

—No. Es trágica.

—Trágicamente perfecta —corrigió él.

Entonces pasó algo peor.

Me miró.

No de la manera intensa, melancólica, dramática.

No.

De la manera real.

Como si estuviera viendo algo que realmente le importaba.

—Y si te digo —continuó él— que hoy… ahora mismo… me gustás más todavía…?

Mi respiración no funcionó por un momento.

Tuve que resetearla manualmente.

Yo abrí la boca para contestar algo inteligente.

Algo ingenioso.

Algo tipo “no digas esas cosas porque me voy a enamorar sin querer”.

Pero justo en ese segundo…

Entró alguien al local.

La campanita sonó.

La dueña saludó.

Todo parecía normal.

Hasta que escuché una voz femenina, intensa, familiar aunque yo no la conocía.

—Nico.

Él se puso rígido.

Yo levanté la mirada.

La mujer que había entrado se quedó parada frente a nuestra mesa.

Alta.

Elegante.

Impecable.

Con una sonrisa que no era una sonrisa.

—Qué sorpresa encontrarte acá —dijo ella, pero su mirada no estaba en él.

Estaba en mí.

Y fue entonces cuando lo entendí.

Esa mujer lo conocía.

Muy bien.

Demasiado bien.

Y Nico, que no se había alterado en toda la noche, ahora parecía alguien que estaba a punto de decir algo que no quería decir.



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En el texto hay: comedia, comedia romantica, contemporanea

Editado: 27.11.2025

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