Cuando me enamoré sin querer

CAPÍTULO 5 — Citas Fallidas y una Mirada que No Miente

Dormí mal.

Bueno… dormir, lo que se dice dormir, sería exagerar.

Era más una mezcla entre insomnio, imágenes sueltas del abrazo de Lucas, y un diálogo interior donde mi cerebro discutía con mi corazón, mi ansiedad y mi sentido común. Los cuatro, en simultáneo.

Los protagonistas del desastre mental:

  • Cerebro: “No te podés enganchar con alguien que apenas conocés.”
  • Corazón: “¿Apenas conocés? ¡Te abrazó como si te hubiera encontrado después de perderte toda una vida!”
  • Ansiedad: “Ese mensaje que recibió seguro es su ex, o su futura ex, o algo peor: alguien a quien le debe explicaciones.”
  • Sentido común: “No repitas patrones. Respirá.”

El problema fue que, cada vez que cerraba los ojos, volvía al instante exacto del apagón.

A sus brazos.

A ese silencio lleno de cosas que ninguno de los dos dijo, pero ambos entendimos.

Y también al momento en que su celular vibró.

Y su cara cambió.

Y yo quedé suspendida, sin saber si ese mensaje era una piedra en el camino… o un terremoto.

A las diez de la mañana, estaba tomando café con las manos temblorosas, como si necesitara aferrarme a algo que no se moviera.

El celular vibró.

Mi cuerpo reaccionó como si me hubieran pinchado con electricidad.

Lucas:

¿Estás despierta?

Mi corazón: mil piruetas.

Mi cerebro: alerta máxima.

Mi dignidad: desaparecida en combate.

Yo:

Sí. ¿Todo bien?

Pasaron treinta segundos.

Treinta segundos eternos.

Treinta segundos en los que literalmente me imaginé doscientas cuarenta y ocho posibilidades: que estaba ocupado, que estaba muerto, que no quería hablarme… que sí quería… que no… que sí…

Finalmente:

Lucas:

Podemos vernos hoy. Si vos querés.

Mi estómago cayó al piso.

¿Qué significaba eso?

¿Era bueno?

¿Era malo?

¿Era una bomba disfrazada de cita?

Yo:

Sí. A las 7 está bien.

No agregué emojis.

Por dignidad.

O por miedo.

O porque no quería parecer demasiado ansiosa, aunque ya lo era.

Cuando apoyé el celular en la mesa, me quedé mirando el café.

Y dije en voz baja:

—Dios, estoy en problemas.

2. Las Opiniones No Solicitadas de las Mejores Amigas

En el grupo de WhatsApp con mis amigas, al que con cariño llamábamos “Las Decepcionadas del Amor”, todavía no había contado nada del abrazo ni del misterioso mensaje.

Error mío.

Porque conté un poquito…

Y desataron un tsunami.

Mandé un audio corto, muy inocente:

Yo (voz temblorosa):

“Chicas, anoche estuve con Lucas, hubo corte de luz y… bueno… nos abrazamos. Después le llegó un mensaje raro y hoy quiere que nos veamos. Fin.”

El “fin” fue ignorado por TODAS.

Los mensajes comenzaron a caer como lluvia torrencial:

Lola:

¿QUÉ? ¿CÓMO QUE SE ABRAZARON? A VER, DETALLAME EL NIVEL DE ACOMODO DE CUERPOS.

Sofía:

¿Mensaje raro? ¿Raro tipo ex psicópata? ¿Raro tipo mamá en emergencia? ¿Raro tipo “te olvidaste de traer los papeles del divorcio”?

Carla:

Mmm… sospechoso. Nadie mira el celular así si es una pavada.

Lola:

Coincido. Eso es “mensaje de alguien que podría arruinarte el día”.

Sofía:

¿Y ahora te quiere ver hoy? Eso es peligroso emocionalmente. Alto riesgo. MUCHAS ENREDADERAS SENTIMENTALES.

Carla:

Pero igual andá. Podría ser el amor de tu vida. O tu próxima crisis, pero bueno… contenido hay.

Le mandé un audio largo, explicando que no quería “inventar problemas donde no los había”, y que tal vez “solo era algo de trabajo”, y que “no quería actuar como una loca”.

Ellas contestaron:

Lola: Actuá un poquito como loca igual. Es saludable.

Sofía: Pero informanos en vivo. No queremos perder drama.

Carla: Yo digo que te pongas linda, pero no demasiado, así parece natural, pero igual impactante. ¿Se entiende?

Me reí sola.

Ellas tenían razón en algo:

Si no era un problema real… yo estaba a punto de inventarlo.

3. La Cita Pre-Cita

A las 18:30 ya estaba lista.

Bueno… “lista” sería exagerar.

Estaba vestida, maquillada y perfumada, sí.

Pero emocionalmente estaba al borde del colapso mental.

Elegí un suéter beige suave, jeans que marcaban bien sin ser obvios, y un delineado sutil que tardé 25 minutos en hacer porque mis manos temblaban como si estuviera desactivando una bomba.

A las 18:45 salí.

A las 18:52 me arrepentí de salir.

A las 18:53 respiré hondo y seguí.

El café donde nos encontramos estaba iluminado con luces cálidas y tenía ese aroma reconfortante de vainilla tostada. No era un lugar donde uno fuera a romper el corazón de nadie.

Eso me tranquilizó.

Hasta que lo vi entrar.

Lucas.

Con su campera negra.

Con esa sonrisa que parecía ensayar despreocupación pero que no escondía del todo el cansancio en sus ojos.

Cuando me vio, su expresión cambió.

Se suavizó.

Como si realmente se alegrara.

Y eso… me atravesó.

—Hola —dijo él, acercándose.

—Hola —respondí, bastante peor de lo que esperaba.

Nos saludamos con un beso en la mejilla que duró un microsegundo demasiado largo.

Sí, esos microsegundos que queman.

Nos sentamos.

Y ahí…

supe que algo raro pasaba.

Porque Lucas estaba nervioso.

Lucas.

El hombre que parecía tener el control incluso cuando no había luz.

Él jugaba con el borde de su taza.

Miraba la mesa más que a mí.

Como si estuviera preparando el terreno para decir algo que no quería decir.

Mi garganta se apretó.

—¿Estás bien? —pregunté.

Él levantó la vista.

Directo.

Honesto.

Inquieto.

—Sí —mintió de la manera más dulce posible—. Pero necesito contarte algo.

Y ahí, mi corazón simplemente dejó de funcionar como un órgano normal y pasó a ser una lavadora emocional centrifugando al máximo.



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En el texto hay: comedia, comedia romantica, contemporanea

Editado: 27.11.2025

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