Si alguien me hubiera dicho que el lunes después del desastre del domingo iba a ser “un día normal”, yo me hubiera reído mientras lloraba en posición fetal atrás de la heladera.
Porque ese lunes NO tenía ninguna intención de comportarse.
Y yo mucho menos.
El amanecer de la vergüenza
Me desperté con una sola imagen repetida 300 veces en mi cerebro:
Mateo alejándose sin mirar atrás.
Cada vez que intentaba pensar en otra cosa, aparecía él.
Caminando.
Con esas manos en los bolsillos.
Con esa expresión que nunca le había visto: mezcla de herida y decepción contenida.
Y detrás… Tomás, como la peor notificación emergente del 2016.
Apreté la cara contra la almohada.
—Genial, Lara —me dije—. Una rompe-corazones profesional sin experiencia.
Me levanté igual, porque la adultez no perdona tragedias sentimentales.
Me preparé café.
Lo derramé.
Me puse una media de cada color.
Después me dí cuenta… que las dos medias estaban al revés.
Si la vida me estaba enviando señales, eran muy claras:
“Hoy no salgas. Sos un peligro ambulatorio”.
Pero tenía que ir a trabajar.
También tenía que enfrentar la posibilidad —o terror existencial— de cruzarme con Mateo.
El camino laboral más incómodo de la historia
Trabajo en una agencia de marketing que parece salida de Pinterest: paredes con frases motivacionales, gente tomando matcha a las 9 AM como si fuera un derecho humano, un perro corriendo entre escritorios, música indie que suena en bucle.
Normalmente me encanta.
Ese día quería incendiar todo.
Mientras caminaba hacia el trabajo, mi cerebro hizo algo muy útil:
repetir la escena de anoche en cámara lenta.
—Es… un amigo —me escuché decirle a Tomás, otra vez, y otra, y otra.
Y otra más, por si quedaba algún rincón de mi autoestima sin calcinar.
Entré a la oficina lista para disimular mi miseria como una actriz nominada al Martín Fierro.
Pero apenas crucé la puerta, mi compañera y mejor amiga, Sol, detectó mi aura de “derrumbe emocional”.
—Buen día… ¡Ay, no! ¿Qué pasó? —preguntó dejando caer un alfajor a medio abrir.
Sol tiene el superpoder de leer emociones como si fueran subtítulos.
—Pasó… todo —le dije.
—¿Todo qué? —preguntó con ojos brillantes de chisme nutritivo.
Respiré hondo.
—Mi ex apareció anoche —empecé.
Sol se agarró la garganta.
—¡Noooo! ¡El Voldemort emocional!
—Sí, ese mismo.
—¿Y Mateo qué hizo?
Mi silencio respondió antes que yo.
Sol abrió más los ojos.
—No. NO. NO ME DIGAS QUE—
—Le dije a Tomás que Mateo era “un amigo”.
Sol me miró como si yo hubiera dicho: “Me tatué la cara de Tomás en la espalda”.
—¡¿POR QUÉ DIRÍAS ESO?! —gritó sin respetar el silencio laboral.
—Entré en pánico —me defendí—. No sé. Se me chispoteó. Me salió así.
—¿Y Mateo qué hizo?
—Se fue.
—¿Y vos? —preguntó, con voz suave.
—Me morí un poquito.
Sol suspiró, me abrazó, y dijo:
—Hoy… hoy va a ser un día raro, amiga.
No sabía cuánta razón tenía.
El plot twist laboral: Mateo en la misma oficina
Cuando llegué a mi escritorio con intención de esconderme del mundo, vi un mail en mi bandeja.
Asunto: “BIENVENIDO A BEE AGENCY, MATEO RIVERA – NUEVO DISEÑADOR SENIOR”.
Mi corazón, mi estómago y mis últimos restos de dignidad se cayeron al piso al mismo tiempo.
—¿ESTÁS JODIÉNDOME? —dije en voz alta.
Sol corrió hacia mi monitor y leyó el mail.
Abrió la boca lentamente.
—Lara… él… —me miró—. Él trabaja ahora ACÁ.
—¿Desde cuándo?
—Dice acá que hoy es su primer día.
Mi cerebro: modo error 404 activado.
Y entonces:
—Buen día —escuché detrás de mí.
Lo reconocí sin girar.
Ese tono suave.
Esa voz que siempre suena como si estuviera a punto de decir algo que te derrite.
Ese “buen día” que antes me sacaba una sonrisa y ahora me daba un paro cardíaco.
Me di vuelta.
Ahí estaba.
Mateo.
Con su mochila colgada de un hombro, una carpeta en la mano, el pelo un poco desordenado y esa expresión difícil de descifrar.
No estaba enojado.
Pero tampoco estaba… él.
Su mirada pasó por la mía.
No se detuvo.
No sonrió.
No hizo nada.
Solo dijo:
—Hola, Lara.
Formal.
Neutral.
Desconocido.
Sol me clavó un codazo para que respondiera.
Yo solo dije:
—Hola… Mateo.
Mi voz sonó como si la hubiera dejado en remojo.
Él asintió y se fue hacia recursos humanos.
Y yo me quedé ahí.
Derretida.
Tropezada.
Derrotada.
Sol murmuró:
—Amiga… tu rutina acaba de renunciar.
Y sí.
A partir de ese momento, mi lunes dejó de tener sentido.
La reunión más incómoda del universo
A las 11 am teníamos reunión general.
Yo estaba decidida a evitar a Mateo todo lo posible, pero el destino tiene un sentido del humor cruel.
Porque cuando entré a la sala…
Había un solo asiento libre.
Al lado del suyo.
—No —susurré.
—Sí —dijo Sol detrás, empujándome—. Sentate.
Me senté.
Él ni siquiera giró la cabeza.
El jefe hablaba de nuevos proyectos, nuevas metas, nuevas campañas, bla bla bla.
Yo no escuché nada.
Solo me di cuenta de que Mateo sí.
Mateo, el hombre que suele perderse en su propio mundo, estaba totalmente concentrado.
Casi rígido.
Como si estuviera intentando no sentir nada.
Yo respiraba para no hacer ruido.
Hasta que el jefe dijo:
—Y esta campaña la van a liderar… Mateo y Lara.
Creo que se escuchó mi alma pegar un grito que solo los perros pudieron oír.
¿Yo?
¿Trabajar con él?
¿Con semejante tensión emocional?
¿Con esa última escena entre nosotros sin resolver?