1. El día después del mensaje que arruinó mi capacidad motriz
Lucía no pudo dormir.
Quiso. Hizo el intento. Probó las técnicas más estúpidas que encontró en Google a las tres de la mañana: “respirar como si fueras un gato”, “imaginar nubes”, “hacer origami mental”.
Nada funcionó.
Porque había un problema:
Mateo no podía sacarla de la cabeza.
Literalmente.
Estaba ahí, como un ringtone atascado, como un anuncio que se repite, como el trailer de una película que todavía no había salido, pero ya era su favorita.
A las 7:32 de la mañana, Lucía se sentó en la cama, despeinada, con ojeras y la sensación de haber sido atropellada por un camión emocional.
—No puedo vivir así —dijo al aire, y el aire no le respondió porque claramente estaba a favor de Mateo.
Se levantó, agarró su celular y lo revisó por décima vez.
No había mensaje nuevo.
Perfecto.
Maravilloso.
Hermoso.
Lucía respiró hondo y se autodiagnosticó:
“Hola, soy Lucía y estoy enamorándome sin querer. Otra vez.”
2. El trabajo, ese concepto que hoy carecía de sentido
Llegó a la oficina.
Ahí estaban sus compañeros, felices, normales, y sin tener un terremoto hormonal dentro del pecho.
—Buen día, Lu —saludó Sofía, su mejor amiga y colega, que la miró con ojos entrecerrados—. ¿Qué te pasó? Tenés cara de “beso frustrado”.
Lucía respondió como cualquier persona emocionalmente desequilibrada:
—¿Qué? ¡No! ¿Cómo sabés? ¿Quién te dijo? ¿Dónde está la cámara oculta?
Sofía la agarró de los hombros.
—Lu. Relajá. Es evidente.
—¿Qué es evidente?
Sofía la miró con paciencia maternal mezclada con diversión asesina.
—Que te volviste a enganchar con un tipo. Y que esta vez te gusta más de lo que querés admitir.
Lucía abrió la boca para negar…
Cerró la boca.
Volvió a abrirla.
Parecía un pez.
—No sé de qué hablás.
—Ajá.
—No estoy enganchada.
—Claro.
—No me gusta más de lo normal.
—Sí, obvio.
—Sofía, ¡basta!
Sofía rió.
—Bueno, decime quién es.
Lucía abrió la boca para decir “nadie”, pero su cerebro y su boca tomaron caminos distintos.
—Mateo.
—¡Sabía! —gritó Sofía—. ¡Lo supe desde el primer instante que lo nombraste! ¿Qué pasó? ¿Qué hicieron? ¿Qué no hicieron? Contame TODO.
Lucía inhaló. Exhaló. Intentó calmar su sistema nervioso.
—Vinió anoche por lo del corte de luz. Y hablamos. Y nos reímos. Y… —tragó saliva—. Se me quedó mirando mucho.
—¿Mucho?
—Muchísimo.
Sofía brillaba.
—¿Y lo besaste?
—No.
—¿Él te besó?
—Tampoco.
—Ay, por favor, ¿qué están esperando? ¿Un decreto nacional?
Lucía se pasó las manos por la cara.
—La complicación es otra.
—¿Cuál?
Lucía se inclinó hacia ella y susurró:
—Creo que me gusta más de lo que me debería gustar.
Sofía se cruzó de brazos como quien recibe una confirmación que esperaba hace semanas.
—Correcto. Estás perdida. Bienvenida al caos.
3. Las manías de Mateo — Según terceros y rumores
A la hora del almuerzo, mientras Lucía intentaba comer una ensalada insípida que sabía a cartón emocional, apareció Nico, otro compañero.
—Chicas… creo que vi una cosa interesante. —Se sentó con aire conspirativo—. Un dato jugoso sobre tu… amigo arquitecto.
Lucía frunció el ceño.
—¿Qué cosa?
Nico bajó la voz.
—Mateo tiene manías.
—¿Manías cómo? —preguntó Sofía, encantada.
—Manías raras. De tipo… obsesivo.
Lucía levantó una ceja.
—¿Raras cómo?
—Primero, el tipo odia llegar tarde. O sea, locura. Si sabe que va a llegar un minuto después, no llega. Se va directamente. Aunque esté a dos cuadras.
Sofía se carcajeó.
—Ay, Dios. Vos siendo súper impuntual y él así… esta relación promete.
Lucía la empujó.
—No es una relación.
—Todavía —corrigió Sofía.
Nico continuó:
—Otro dato: nunca deja su celular con menos de 40% de batería. Nunca.
—Eso es completamente normal —dijo Lucía.
—Lu, vos vivís en 3% —respondió Sofía.
Lucía chasqueó la lengua.
—Es mi estilo de vida.
Nico siguió:
—Y lo mejor… cuando se pone nervioso, ordena cosas. No importa dónde esté. Ordena. Pilas de libros. Escritorios ajenos. Gente. Lo que haya.
Lucía se quedó quieta.
—¿Gente?
—Bueno, no literalmente. Pero les dice dónde deberían sentarse para “mejorar la energía del lugar”.
Sofía aplaudió.
—¡Es perfecto para vos! Vos sos un caos andante. Él es orden con piernas. Van a terminar balanceándose mutuamente. Como el yin y el yang. O como un licuado de plátano con avena.
—Eso no tiene sentido —protestó Lucía.
—El amor tampoco —dijo Sofía.
Lucía los miró a ambos, sintiendo cómo su corazón empezaba a acelerar otra vez.
Manías.
Caos.
Energía.
El desastre emocional más perfecto del planeta.
Y ahí fue cuando sonó su celular.
Mateo.
Lucía sintió que tenía que aprender a respirar otra vez.
Abrió el mensaje:
“¿Almorzamos juntos mañana?”
Lucía tragó saliva.
Sofía miró el celular por encima del hombro y gritó:
—¡¡¡SÍ!!!
Lucía la empujó.
—¡Sofi!
—Contestale que sí. YA. Antes de que explote el universo.
Lucía, temblando, escribió:
“Sí. Obvio. Mañana. Decime dónde.”
Tres segundos después, llegó la respuesta:
“No. Esta vez te paso a buscar.”
Lucía se quedó congelada.
Sofía se tapó la boca con ambas manos para no gritar.
Nico murmuró:
—El arquitecto va por todo, ¿eh?
Lucía quería desmayarse.
O teletransportarse.
O las dos cosas.
4. El final inesperado de la Parte 1
A las 6 de la tarde, cuando finalmente terminó su jornada laboral, Lucía se acercó al ascensor.