La puerta se cerró y el silencio quedó suspendido como una sentencia. Yo seguía ahí, en el mismo pasillo, con la espalda apoyada en la pared, tratando —sin éxito— de respirar como una persona normal.
Pero no se puede respirar normal cuando tu primer beso con Mateo todavía te late en los labios…
y su ex acaba de aparecer como si la hubiese invocado el demonio de los plot twists inesperados.
Me quedé quieta, mirando el aire como si ahí quedara la respuesta a todo. Pero lo único que encontré fue mi propio reflejo en la ventanita del pasillo: mejillas rojas, ojos brillosos, pelo un poco revuelto por el momento anterior. Parecía exactamente lo que era:
Una mujer que acababa de vivir algo enorme…
y al minuto siguiente se estaba preguntando si sería reemplazada por alguien del pasado.
Porque esa era la palabra que más miedo me daba: pasado.
El pasado vuelve confiado.
El pasado cree que tiene derechos.
El pasado siempre llega sin pedir permiso.
Respiré hondo. Después otro hondo. Después un tercero que ya fue puro nervio.
—Sofía, calmate —me dije en voz baja—. No pasa nada. No pasa nada. No pasa na…
Mentira. Pasaba de todo.
Y, por si fuera poco, mis neuronas decidieron que era un buen momento para producir un montón de “¿y si?” inútiles:
¿Y si Mateo vuelve tomado de la mano de ella?
¿Y si lo que tenían no estaba tan terminado?
¿Y si yo fui solo un error?
¿Y si ese beso lo confundió?
Me senté en uno de los sillones del pasillo como quien se desploma después de correr una maratón emocional.
La puerta seguía cerrada.
Otra puerta más adelante se abrió y se cerró.
Un grupo de pacientes pasó riéndose.
Yo, en cambio, tenía el estómago en la garganta.
Diez minutos.
Eso pude aguantar sin explotar.
A los diez minutos mis manos estaban heladas y mi mente ya había inventado 74 escenarios catastróficos, 13 finales trágicos y 2 posibilidades en las que yo terminaba viviendo en otra ciudad criando gatos para evitar volver a enamorarme.
Fue entonces cuando Caro apareció en el pasillo como una aparición divina… pero versión chismosa.
—¿Qué pasó? —preguntó apenas me vio—. Te vi la cara desde el ascensor. ¿Quién se murió?
—Mi dignidad, probablemente —murmuré.
Se me sentó al lado con la rapidez de quien huele una historia jugosa.
—Contame. Ya. Todo.
Yo tragué saliva.
—La ex de Mateo apareció.
Caro abrió los ojos tan grande que pensé que los iba a perder.
—¿ACÁ? ¿En persona? ¿Ahora? ¿Después del beso?
Asentí.
Ella hizo un gesto que mezclaba compasión con entusiasmo novelero.
—Ok, ok… respiremos… ¿qué dijo?
—Que necesitaban hablar. Y él se fue con ella.
Caro entrecerró los ojos como una bruja evaluando un sacrificio.
—¿Y vos qué hiciste?
—Le dije “andá”.
—¡¿POR QUÉ HARÍAS ESO?! —susurró-gritó.
—Porque no soy una psicótica posesiva —respondí—. Además… ¿qué iba a decir? “No, quedate conmigo que nos besamos hace dos minutos y ahora sos mío, mío, mío”. No soy un sticker de WhatsApp.
Caro soltó una carcajada tan fuerte que un enfermero la miró mal.
—Sofi… —dijo, poniéndose seria—. Vos te estás enamorando.
Yo me quedé quieta.
Porque que lo pensara yo era una cosa.
Pero que alguien lo dijera en voz alta…
Me dejó sin aire.
—No —respondí mal y rápido—. No. No… no puedo.
—No podés controlar eso, querida —respondió Caro—. Cuando te enamorás sin querer… te pasa por encima. Te mueve, te revuelve, te abre, te rompe… y después te arma de nuevo.
Yo bajé la cabeza.
A lo lejos, al fondo del pasillo, escuché una puerta abrirse.
Mi corazón rebotó contra mis costillas.
—Creo que es él —susurré.
Caro se paró de inmediato.
—Me voy. No quiero escuchar nada que después necesite usar como material de chantaje emocional. Fuerza, amiga.
Y se fue.
Yo me quedé.
Sola.
Otra vez.
Mateo apareció caminando hacia mí.
No tenía cara de tragedia.
No tenía cara de alegría.
Tenía esa expresión neutra que solo aparece cuando alguien intenta controlar emociones demasiado fuertes.
Mi garganta se cerró.
Él se acercó despacio, como si temiera que yo saliera corriendo.
—Sofía… —dijo con esa voz suave que me desacomodaba entera.
Yo respiré hondo.
—¿Está todo bien?
Se pasó una mano por el pelo. Nunca lo había visto tan tenso.
—Podemos hablar —respondió.
Mi estómago cayó tres pisos.
—Decime —susurré.
Él dudó. Mateo nunca dudaba.
Y eso me dio más miedo que todo lo anterior.
—Camila volvió para… —bajó la mirada, como si la frase le pesara—. Para pedirme que intentemos arreglar lo nuestro.
Sentí un golpe en el pecho. No físico, pero igual de violento.
—Ah —dije, porque no sabía qué otra cosa decir cuando tu posible nuevo amor te informa que su ex quiere volver a ser su actual.
Mateo dio un paso hacia mí.
—Pero yo no le dije que sí —explicó—. Tampoco que no. Porque… —me miró directo a los ojos—. Porque no quiero decir nada impulsivo sin hablar con vos primero.
Yo tragué saliva.
—¿Conmigo?
—Sí.
El corazón me latía tan fuerte que seguro se escuchaba en Córdoba.
—¿Por qué conmigo?
Él respiró como si estuviera por saltar al vacío.
—Porque lo que pasó entre nosotros… no es algo que quiero ignorar.
Mi pecho se aflojó un milímetro.
Pero uno solo.
—Mateo… —empecé, pero él levantó la mano suavemente.
—Sofía, no estoy diciendo nada definitivo. Ni sobre ella. Ni sobre vos. Ni sobre mí. Solo… —buscó palabras, frunciendo el ceño—. Solo sé que no puedo tomar una decisión que afecte mi vida sin saber qué significó ese beso para vos.
Mis ojos se agrandaron.
Porque ahí estaba.
Ahí estaba la pregunta que evitaba desde que sus labios tocaron los míos.