Cuando me enamoré sin querer

CAPÍTULO 13 — El “No Sé” que Quiso Decir “Sí”

Hay algo peor que un “no”.

Un “no sé”.

Ese fue exactamente el mensaje que recibí de Mateo dos días después de nuestra conversación en el café.

Dos. Días.

Cuarenta y ocho horas.

Doscientos ochenta y ocho minutos en los que pensé:

—¿Se murió?

—¿Tuvo un accidente?

—¿Le hackearon el teléfono?

—¿Volvió con su ex?

—¿Lo adoptó una secta vegana sin wifi?

Pero no.

La explicación fue más simple y más devastadora:

“No sé qué quieres que te diga, Sofi… Estoy pensando.”

Pensando.

La palabra más cruel del diccionario cuando viene de la persona que te gusta.

Apenas lo leí, me tiré boca arriba en mi cama y grité dentro de la almohada como una adolescente en su crisis existencial favorita. Era un grito potente, digno de película dramática, pero con la particularidad de que la almohada tenía olor a suavizante barato, nada glamuroso.

—¿Qué pasó ahora? —preguntó Valentina, entrando a mi habitación sin permiso, como siempre.

—Mateo. —Le pasé el celular como quien entrega un arma del crimen.

Ella leyó.

Abrió los ojos.

Frunció el ceño.

—Ay, qué bronca me da cuando dicen “no sé”. ¡Decime que no, decime que sí, decime que sos marciano! ¡Pero decime algo útil!

—Dice que está pensando —murmuré, bajándome aún más en la cama, como si así pudiera desaparecer.

—Pensando mis ovarios —bufó ella—. Los hombres piensan cuando dudan. Y dudan cuando sienten. Y sienten cuando les das miedo.

—O sea que… ¿soy aterradora? —pregunté, buscando consuelo.

—Amiga… sí —dijo, pero sonrió—. De la mejor manera.

Agradecí que lo dijera así. Porque una cosa era sentirme insegura; otra, que alguien me lo confirmara de la manera más tiernamente brutal.

Me senté.

—¿Y si esto significa que todavía tiene sentimientos por su ex?

Valentina se cruzó de brazos.

—¿Te repito mi teoría?

—Por favor.

—Él está asustado. Vos también. ¿Por qué la ex apareció justo después del beso? Porque la vida es una telenovela muy mal guionada. Pero si Mateo quisiera volver con ella… ya habría vuelto. Lo conocés. No juega a dos puntas.

Era verdad.

Eso era lo que más me jodía.

Mateo no era un tipo gris.

No decía cosas a medias.

Nunca dudaba… excepto ahora.

Conmigo.

Valentina me agarró de los hombros.

—Sofi, en algún momento vas a tener que preguntarte qué querés vos.

Y ahí, por primera vez, sentí la incomodísima posibilidad de que yo también estuviera dudando.

No de él.

Sino de mí.

Sus manías, su historia, su ex, su miedo, su intensidad…

¿Y si todo eso me había hecho retroceder justo cuando estaba empezando a avanzar?

Algo dentro mío dijo: No, Sofía, vos ya sabés. No te mientas.

Pero todavía faltaba el clic.

Faltaba el momento.

Faltaba… él.

Porque justo cuando iba a suspirar dramáticamente por décima vez, mi teléfono vibró.

Mensaje de Mateo:

“¿Estás en casa?”

El corazón me saltó tan fuerte que creo que Valentina lo escuchó.

—Respirá —ordenó ella—. No queremos que llegues a vieja desmayada sin haberlo resuelto.

Abrí el chat.

Sí. ¿Por?

Su respuesta tardó exactamente nueve segundos.

“Necesito verte.”

Nueve segundos.

Suficientes para arruinarme la respiración durante diez años.

Valentina gritó:

—¡Te lo dije! ¡Está cagado, pero enamorado! ¡Arreglate, movete, hacé algo!

Y entonces yo dije una frase que no sabía que estaba lista para decir:

—Valen… creo que estoy enamorada.

Ella parpadeó.

—¿En serio?

—Sí. Aunque tenga miedo. Aunque él no sepa qué quiere. Aunque yo tampoco lo tenga tan claro como pensaba… Estoy enamorada.

La frase salió sola.

Como si mi corazón hubiera tomado el volante y me dejara a mí en el asiento de atrás.

Valentina sonrió tan fuerte que casi me parte la cara en dos.

—LISTO —dijo—. Ahora sí, arréglate. Viene Mateo.

Y con eso, empezó la noche que iba a cambiarlo todo.

Otra vez.

La mañana siguiente tenía gusto a incertidumbre y olor a café quemado. Porque sí, estaba tan nerviosa que dejé la cafetera puesta demasiado tiempo mientras releyéndole a Valentina, por audio, la escena completa del pasillo con Mateo.

Ella escuchó todo en silencio. Y eso ya era raro.

Cuando finalmente habló, lo hizo con ese tono suyo mezcla de hermana mayor, terapeuta no profesional y bruja sensorial:

—Sofi… vos sabés que te mira distinto, ¿no?

Yo cerré los ojos, recostándome en la silla.

—Valen, anoche casi se me cae el alma cuando apareció Lucia. Vos no entendés la energía, la presencia, la manera en que él se puso tenso… Fue como si su mundo pasado se activara con un botón.

Valentina suspiró.

—Pero él volvió. No se fue a tomar un café existencial con ella. No desapareció. No se borró. ¡Volvió con vos! Eso significa algo.

«Eso significa algo.»

Sí, la frase rodaba en mi cabeza desde que la escuché.

Justo cuando iba a responderle, mi celular vibró.

Mensaje de Mateo.

Tragué saliva.

Valen hizo un gritito a través del teléfono sin siquiera saber qué decía el mensaje.

Mateo:

¿Podemos vernos hoy? Hay algo que necesito decirte.

Sentí el piso moverse.

Valentina, sin siquiera verme, dijo:

—Nena. Eso es confesión, definición o catástrofe. No hay punto medio.

—No puedo. —Me hundí en la silla—. Estoy trabajando.

—¿Desde cuándo te importa trabajar cuando estás enamor…?

—No digas esa palabra.

—Ja. Mirá si voy a dejar de decir enamorarse cuando vos tenés la cara de quien escuchó un poema, vivió un beso y ahora piensa que todo es peligroso.

Mi celular volvió a vibrar.

Otro mensaje.

Mateo:

Si no podés ahora, te espero más tarde. Pero de verdad necesito hablarte.

La panza me hizo un nudo que parecía un pretzel.



#2026 en Novela romántica
#642 en Otros
#263 en Humor

En el texto hay: comedia, comedia romantica, contemporanea

Editado: 27.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.