La mañana que Sofía supo que ya no podía seguir evitando la verdad
Sofía no era de dramatizar.
Bueno… más o menos.
Quizás un poquito.
Quizás un mucho en lo que respecta a Mateo.
Esa mañana se despertó con la certeza de que ya no podía seguir escondiendo lo que sentía. No después de lo que había pasado la noche anterior. No después de esa mirada que Mateo le había lanzado cuando se despidieron, como si quisiera decirle todo lo que no se animaba a poner en palabras.
Y no después del mensaje que recibió a las 7:32 de la mañana:
“¿Podemos hablar hoy? —M.”
Sofía se sentó de golpe en la cama.
—Ay no —murmuró—. Ay sí. Ay… ¿qué quiere decir “hablar”?
De pronto, la puerta se abrió de golpe y entró Lola, su mejor amiga, con una bolsa de medialunas y la energía caótica de siempre.
—¡Despertate, dormida! Traje carbohidratos para enfrentar decisiones estúpidas.
—¿Quién dijo que voy a tomar decisiones estúpidas? —preguntó Sofía, despeinada, asustada y con ojeras que gritaban “estuve pensando toda la noche”.
—Tu cara —dijo Lola, tirándole una medialuna—. Contame todo.
Sofía suspiró como si estuviera por narrar una tragedia shakesperiana.
—Mateo quiere hablar.
Lola abrió los ojos, teatral.
—¿Hablar HABLAR? ¿O hablar de “te devuelvo tu cargador que no te devolví nunca”?
—Hablar. Hablar. Creo.
Lola se dejó caer sobre la cama.
—Dios mío. Ya era hora. La tensión romántica entre ustedes se podía cortar con un cuchillo de manteca. Y ni hablar de la química… Si hubiera un detector, explotaría.
—No exageres —dijo Sofía, colorada.
—Mi amor, ustedes dos son básicamente un slow burn con patas.
Y ahora por fin va a pasar algo.
Pero Sofía no estaba tan segura.
Porque había alguien más que complicaba todo: Lucía, la ex de Mateo.
La mujer elegante, perfecta, exitosa, que parecía salida de un catálogo de “gente que jamás sufre”.
Y desde que reapareció, Mateo estaba más confundido… y Sofía más insegura.
Aunque había algo que nadie sabía.
Algo que Sofía tenía guardado en un sobre blanco, escondido bajo su almohada.
La verdad literal.
Escrita.
Con su letra.
Un impulso que había tenido semanas atrás… y que nunca se había animado a darle a Mateo.
Pero hoy…
Hoy quizás sí.
Con Mateo, la confusión también despertó temprano
Del otro lado de la ciudad, Mateo miraba su propio reflejo como si esperara que le diera respuestas.
No lo hacía. Reflejo inútil.
Tomás, su hermano, apareció a su espalda con una taza de café y cara de dormido.
—¿Qué hacés mirándote como si te hubieran dejado plantado en el altar?
—Necesito hablar con Sofía —dijo Mateo.
—Ah —respondió Tomás, como si acabara de recordar que el mundo existía—. El apocalipsis emocional.
—No es un apocalipsis —protestó Mateo.
—Tenés cara de apocalipsis.
Mateo le arrebató la taza.
—Lucía volvió —dijo Tomás, directo al grano—. A veces tenés la cara de que querés que se vaya. Otras… la de que no sabés qué hacer.
Mateo se pasó una mano por el cabello.
—Lucía fue importante para mí. Pero Sofía… —Se detuvo, sintiendo el nudo que llevaba semanas tratando de ignorar—. Sofía me cambió todo.
Tomás sonrió como si hubiera estado esperándolo.
—¿Y se lo vas a decir?
—Quiero… pero no sé si debería. Sofía se alejó mucho últimamente.
—Porque tiene miedo, Mateo. No porque no sienta nada.
Mateo cerró los ojos un segundo. Recordó la mirada de Sofía. La forma en que siempre parecía elegir las palabras con cuidado, como si tuviera miedo de romper algo.
Y él tampoco quería romper nada.
Menos a ella.
—Hoy voy a decirle todo —decidió finalmente.
—Bien —dijo Tomás, chocándole el hombro—. A veces, la verdad pesa menos cuando por fin la largás.
Mateo no sabía si eso era verdad.
Pero sí sabía que ya no podía seguir callado.
Porque Sofía era eso que no había buscado…
y que ahora no quería perder.
El sobre blanco
Mientras Lola alistaba a Sofía como si fuera un evento de alfombra roja, Valentina, la prima de Sofía, llegó con su aura de “todo va a salir bien” que siempre la acompañaba.
—¿Listas? —preguntó Valentina—. Porque acabo de estacionarme como si estuviera escapando de la policía, así que más les vale que esto sea importante.
Lola levantó un dedo dramático.
—Es más que importante. Es el capítulo definitivo.
Sofía se tapó la cara.
Valentina se acercó a ella con suavidad.
—Sofi… ¿estás segura de que querés hablar con él hoy?
—No puedo seguir evitando lo que siento —admitió, bajito—. Ni lo que necesito decirle. Pero…
—¿Pero?
—Pero tengo esto —dijo Sofía, sacando el sobre blanco de abajo de la almohada.
Lola abrió la boca como si hubiera visto un tesoro pirata.
—¿Eso es…?
—Sí. —Sofía tragó saliva—. Es… la verdad. Lo que escribí hace semanas cuando pensé que iba a confesarle lo que sentía. Pero después apareció Lucía y… me asusté.
Valentina tomó el sobre con delicadeza.
—¿Y se lo vas a dar hoy?
Sofía dudó.
—No sé.
Lola le tomó las manos.
—Escuchame. Lo que sea que pase hoy, vos tenés que estar lista para soltar el miedo. Porque Mateo no es tu pasado. No es lo que te lastimó. Es… Mateo.
Sofía sonrió con tristeza, pero también con esperanza.
—Sí —susurró—. Es Mateo.
El encuentro que ambos temían… y querían
Se encontraron en el parque donde habían compartido decenas de conversaciones que parecían inocentes… pero nunca lo fueron.
Mateo llegaba caminando rápido, como si tuviera miedo de que Sofía desapareciera si parpadeaba.
Sofía llegó con el corazón latiendo tan fuerte que temió que él pudiera escucharlo.
Cuando quedaron frente a frente, ninguno habló.