El día que parecía normal… hasta que dejó de serlo
Sofía despertó con esa mezcla incómoda que aparece cuando sabés que algo importante va a pasar, pero no sabés si alegrarte, llorar o fingir demencia.
El sol entraba por la ventana con una insolencia digna de influencer, iluminando su cuarto como si quisiera obligarla a sentirse optimista.
—Hoy no, por favor —murmuró, enterrándose en las sábanas.
Desde la noche anterior, Mateo actuaba raro. No raro tipo “me olvidé de tu cumple” ni raro tipo “te estoy por confesar que adopté un perro sin avisarte”. Era raro… raro.
Una mezcla entre nervios, ternura y esa mirada suya que parecía abrazarla sin tocarla.
Y eso, en Mateo, era señal de algo grande.
Sofía miró el celular.
Lola ya había mandado siete audios.
“Amiga ¿te acordás que hoy tenés que hablar con Mateo? No te me apagues justo ahora, dale, brilla. BRILLA. Y si te vas a desmayar, que sea en cámara lenta así queda cinematográfico.”
“¿Y te acordás de la cara que puso ayer? Eso no es cara de que te va a dejar, eso es cara de que está tramando algo. Yo lo conozco desde que era un adolescente que se creía reggaetonero, confía.”
Sofía sonrió. Lola siempre tenía la sensibilidad de una notificación de oferta, pero la amaba igual.
Respiró profundo, se levantó y trató de ignorar esa vocecita que le decía que estaba a punto de cambiar su vida.
Mateo estaba esperándola en la cocina, apoyado contra la mesada, con una taza de café en la mano que sostenía como si lo necesitara para no entrar en pánico.
—Buen día, Sof —dijo con una sonrisa suave, demasiado suave.
—Buen día… ¿estás bien?
—Eh… sí. ¿Por qué no estaría bien? —Contestó demasiado rápido.
Listo. Algo tramaba.
Sofía se cruzó de brazos con la solemnidad de quien está a punto de oler una mentira.
—Mateo.
—¿Sí?
—Decime la verdad.
—¿La verdad sobre qué?
—Sobre eso que estás escondiendo.
Él tragó saliva como si hubiera intentado tragar una papa entera.
—¿Podemos hablar más tarde?
—No —respondió Sofía, con una tranquilidad que mentía rotundamente.
Justo ahí, la puerta del departamento se abrió sin permiso (como siempre):
—HOLA MIS AMOREEEES —gritó Valentina entrando como huracán aromatizado con vainilla y esperanza.
—Valen, tocá la puerta aunque sea por estética —bufó Sofía.
—Ay, por favor, si te tocara la puerta cada vez que te vengo a rescatar emocionalmente ya estaría manca.
Tomás apareció detrás, con un paquete gigante.
—¿Dónde lo dejo? —preguntó.
—¿Qué es eso? —preguntó Sofía con alarma.
Mateo palideció.
Valentina sonrió con demasiados dientes.
Lola entró justo detrás, desbordando energía conspiradora.
—Buen día, bebés —canturreó—. ¿Estamos listos?
¿Listos para qué?
Sofía sintió un pinchazo de pánico.
Todos estaban actuando como si ese fuera el día.
Pero ¿el día de qué?
—¿Alguien me va a decir qué está pasando? —preguntó al borde del colapso.
Los cuatro se miraron entre sí.
Mateo dio un paso adelante.
Respiró hondo.
Y dijo:
—Sof… hoy quiero darte algo. Algo que debería haberte dado hace mucho tiempo.
El corazón de Sofía dio un salto.
—¿Es un perro? —preguntó Valentina con brillo en los ojos.
—¡NO! —gritaron Mateo y Sofía al mismo tiempo.
Tomás suspiró exageradamente.
—Bueno, saquemos todo, así terminamos con esta tensión sexual colectiva.
Mateo se llevó las manos a la cara.
—No se puede trabajar así… —murmuró.
Y Sofía, definitivamente, supo que ese día no tenía nada de normal.
La verdad que nadie vio venir (ni siquiera Sofía)
El paquete enorme quedó arriba de la mesa.
Mateo lo miraba como si fuera una bomba emocional con cuenta regresiva.
—Antes de abrirlo —dijo él, levantando la mano como un profesor que está a punto de explicar el teorema más importante de su vida— quiero decirte algo.
Sofía sintió que se le aflojaban las rodillas.
—Mateo, si me vas a confesar que tenés un hijo oculto, una deuda millonaria, una doble vida como espía o que te gustaba mi prima antes que yo, avisame así me siento.
—¡Jamás me gustó tu prima! —exclamó él, ofendido.
—No era necesario remarcarlo tanto, pero gracias por la aclaración —respondió Valentina, dolida pero elegante.
Mateo respiró profundo, acercándose a Sofía.
—Quiero que escuches todo sin interrumpirme.
—Ok. —Sofía cruzó los brazos—. Empezá.
—Primero… —sus ojos se suavizaron— te amo.
Lola se llevó una mano al pecho y suspiró como una telenovela.
—Y segundo… —Mateo tragó saliva— esto… no lo conté antes porque me daba miedo. Miedo de que te alejes. Miedo de que pienses que soy un desastre. Miedo de que no quieras estar conmigo si sabés…
—¿Si sé qué? —preguntó Sofía, ya temblando.
Tomás abrió una bolsita de pochoclos como si estuviera en el cine.
—Bueno —Mateo continuó—. La verdad es que… ese paquete… es algo que hice para vos. Algo que no sabía si contarte, o cuándo, o cómo.
Tomás levantó la mano.
—Él lloró mientras lo hacía —metió bocado.
—¡TOMÁS! —gritó Mateo.
Sofía lo miró, la ternura invadiéndole el pecho.
—¿Por qué lloraste?
—Porque… —Mateo bajó la voz— es algo importante. Y porque nunca en mi vida había hecho algo así por alguien.
Lola dio un salto.
—¡Abrilo ya!
Mateo negó con la cabeza.
—Primero tengo que contarte la verdad. Porque este capítulo… este regalo… todo… empezó el día que pensé que te perdía para siempre.
El silencio se instaló.
El corazón de Sofía latía como un tambor borracho.
Mateo respiró hondo.
—El día que discutimos, ¿te acordás? Cuando te dije que necesitaba tiempo para acomodar mis cosas.
—Sí —susurró ella.
—Bueno… yo no estaba pidiendo tiempo porque dudara de vos. Yo dudaba de mí. Porque había algo que no te había contado.