Cuando me haya ido

3. Agotado

Diego la contempló dormir y comenzó a pensar cómo hacer para conseguir entradas para el bendito concierto. Normalmente, las entradas eran caras y no podía llevar a Silvia a las graderías o a los lugares donde solían ser más accesibles. La idea de pedir ayuda no le agradaba del todo, él era orgulloso y no quería recurrir a nadie. Pero, de todas maneras, eso era lo último que tendría que considerar teniendo en cuenta que ni siquiera sabía si el médico autorizaría una salida como esa.

—Diego, ¿podemos hablar? —Como si hubiera leído su mente, el doctor Rodríguez se hizo presente en la habitación sacándolo de su letargo.

—Sí, de hecho, pensaba buscarte —respondió levantándose para dejar la habitación.

Caminaron por los pasillos hasta el despacho del doctor y luego de entrar y acomodarse, Diego tuvo la impresión de que las noticias no serían buenas. El rostro de aquel hombre, que conocía hacía tanto tiempo, denotaba tristeza y resignación.

—Silvia está muy débil, Diego, tenemos que estar preparados para cualquier cosa. No creo que su cuerpo aguante mucho tiempo más, son dos años de lucha y está muy debilitado —susurró como si decir aquello le desgarrara el alma.

Diego volteó la vista para que no descubriera el temor que lo inundaba.

—Quiere ir a un concierto en un mes —comentó como si no hubiera escuchado sus palabras—. ¿Crees que eso sea posible?

—Sinceramente no lo creo, Diego —respondió luego de un susurro—. Pero no puedo prohibirle si es algo que desea de verdad… Tenemos que esperar a ver su evolución estos días.

Diego asintió y bajó la vista para observar sus manos como si allí tuviera las respuestas a sus dudas. El doctor se levantó y colocó con cariño una mano en el hombro del muchacho antes de salir y dejarlo solo. Lo conocía desde hacía mucho tiempo, sabía de su soledad y valoraba la manera abnegada en la que cuidaba a su hermanita.

Diego se tomó unos minutos y luego volvió a la habitación, ella seguía dormida, así como su compañera de al lado. Sacó la laptop que traía en la mochila y se conectó al WiFi del hospital. Ingresó a su vieja cuenta de Twitter —una que casi nunca revisaba—, y buscó el usuario de la muchacha a la que su hermana tanto admiraba. La siguió allí y luego hizo lo mismo en Instagram y en Facebook. Buscó su perfil personal en esta última aplicación, pero no lo encontró, así que solo revisó su página y observó las fotos, para ver si podía encontrar alguna manera de comunicarse con ella, sabía que enviarle un mensaje privado sería inútil. Los famosos no contestaban esos mensajes, con suerte, pagaban a alguien para que lo hiciera.

La muchacha era bonita, como todas las chicas que suelen subir a los escalones de la fama. Su tez era blanca, el pelo oscuro y los ojos verdosos. Y su perfil de Instagram estaba lleno de selfies donde hacía caras o muecas divertidas. Se la veía fresca y accesible, pero eso podría ser solo una estrategia de marketing, después de todo nadie que quisiera seguidores pondría mala cara a su público.

Leyó algunos comentarios. Por lo que pudo ver sus fanáticas eran chicas de la edad de su hermana y se pasaban escribiendo acerca de lo hermosa que se veía y de lo mucho que la amaban. Tenía admiradoras en varios países, y se notaba que estaban muy al pendiente de todo lo que hacía o decía.

Buscó en YouTube algunos videos y la escuchó cantar, luego investigó sobre el concierto que iba a dar en su ciudad y corroboró la fecha que estaría por allí y los precios de las entradas. No estaban ni siquiera cerca de sus posibilidades.

Se preguntó que podría hacer mientras volvía a mirar a su hermana dormir y recordaba las palabras del doctor, si era su último deseo él debía cumplírselo o no se lo podría perdonar jamás. Pensó en trabajar horas extras, pero no era una opción razonable, ya que, si ella estaba débil, necesitaría más cuidados. Quizá podría vender algo, algunas de las joyas que pertenecieron a su madre, pero tampoco quedaban demasiadas, ya había vendido las más importantes.

Pensó en cómo podría comunicarse con la cantante, de alguna manera debía lograr que su hermana la conociera antes de que sucediera algo. Ni siquiera sabía si aguantaría un mes, aunque no era la primera vez que Silvia repuntaba luego de un mal diagnóstico. Pensó acerca de la ironía de las redes sociales, con tanta tecnología, todavía seguía siendo casi imposible ponerse en contacto con alguien.

Volvió al perfil de la muchacha y dimensionó la cantidad de seguidores que tenía. Se imaginó las miles de notificaciones que recibiría por segundo desanimándose ante lo poco probable que era que leyera algo si él le escribía. Instagram tampoco era una opción, había miles de comentarios bajo cada foto y era seguro que ella no se pasaría el día leyéndolos. La alternativa del mensaje privado era la única que le quedaba, y aunque sabía que era seguro que no lo leyera, no perdía nada con intentarlo. Quizá la suerte estaba de su lado, o del lado de Silvia, y lo veía, aunque solo fuera por casualidad.

«Hola, Tiziana:

Mi nombre es Diego y no sé cómo escribirte esto. Sé que recibirás miles de miles de cartas o mensajes, pero tengo que pedirte un favor demasiado importante. Supongo que si hay tanta gente que te sigue y te quiere es porque eres buena persona, o al menos eso espero... Necesito que me ayudes, mi hermana Silvia está enferma y no le queda mucho tiempo. Te admira y su sueño es conocerte. Sé que es el sueño de muchas chiquillas como ella, pero estoy seguro de que ellas tienen más tiempo…

Debo comunicarme contigo, cuanto antes. Por favor, como sea, si lees esto, solo te pido que me contestes... Ella es todo lo que tengo en el mundo».

Diego envió el mensaje, cerró la máquina y quedó contemplando a su hermana dormir hasta que el cansancio lo venció y se quedó dormido en el sofá donde estaba.




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