Tiziana había llamado a Fiorella para contarle sobre su conversación con Diego y ponerla al tanto de las noticias.
—No puedo creer que le hayas dicho todo eso, Tiziana. ¿Quién eres tú y qué has hecho con mi santurrona amiga? —inquirió entre risas.
—¿Quién te dijo que soy santurrona? ¡Que no te cuente todo lo que hago no quiere decir que no haga nada! —replicó Tiziana con diversión.
—¡Ohhh! ¡Esa es mi amiga! Y, por cierto, me parece bueno que al menos te diviertas cuando duermes —bromeó.
—Ja, ja, ja —respondió con ironía.
—Aunque pensándolo bien, ya llega mi cumpleaños y se van a ver, ¿no? Y tú sabes, puedes hacer realidad tus sueños. Yo siempre te he alentado a luchar por los sueños, ¿cierto?
Tiziana se echó a reír.
—¡Estás loca! —Fiorella también rio—. Ya sabes, solo somos amigos.
—¿Y qué? Mi amigo Miguel y yo también somos amigos, con derechos —aclaró.
—Yo quiero una amistad normal, Fiorella.
—Claro, porque una sueña con sus amigos de la forma en que lo hiciste tú. ¡Eso es tan normal! —dijo con ironía.
—Bueno... los sueños son lugares donde podemos hacer lo que queramos —añadió Tiziana entre risas.
—Ves, lo has admitido... Has admitido lo que quieres hacer.
—¡Ya basta! Contigo no se puede hablar, voy a ir cenar porque muero de hambre. Te quiero.
—Huye, huye… siempre vuelves —añadió su amiga entre risas antes de cortar.
Tiziana estaba cansada, el espectáculo había sido un éxito y ahora se relajaba en el hotel. Acababa de cortar la llamada con Fio y aún tenía una sonrisa en los labios producto de esa conversación. Antes, había llamado a servicio de habitación por su cena, que ya le había llegado, y se disponía a disfrutarla. Su teléfono sonó, era una video llamada de Diego, sonrió y la aceptó.
—Hola, amigo —saludó con diversión.
—Hola, amiga —respondió él—. ¿Brillaste mucho esta noche?
—Lo de siempre —respondió ella encogiéndose de hombros.
—¡Entonces deslumbraste! —exclamó.
—Me has visto una sola vez, creo que exageras —dijo llevándose un poco de comida a la boca.
—Suficiente, me encandilaste con tanta luz —sonrió él—. ¿Cenas?
—Sí... —respondió ella con la boca llena.
—¿Qué comes? —Sin responder, ella volteó la pantalla de su celular para mostrarle su comida. —. ¡Rico!
—Riquísimo. Y tú, ¿qué cenaste?
—Llevé a Silvi a comer hamburguesas, y no sabes, me pidió permiso para salir con el tal Luis el viernes, a sacar unas fotos, supuestamente —dijo con indignación en la voz.
—Ya lo sabía, supongo que se lo diste, ¿no?
—Le iba a decir que no, pero luego pensé en ti y en lo que me regañarías si se lo prohibía y accedí —respondió encogiéndose de hombros.
—Bien —respondió Tizi con una sonrisa—. Me gusta que pienses en mí, y también que le hayas dado el permiso.
—Pienso en ti más de lo que me gustaría —aceptó él.
—¿No te gusta pensar en mí? —preguntó poniendo un gesto infantil.
—No es eso, pero te pienso mucho. Me pregunto qué estarías haciendo, o con quién estarías, pienso si estarás feliz, o cansada... o quizás enojada. Pienso en que quiero saber todo lo que haces, lo que piensas, pienso en que quiero verte —añadió y negó con la cabeza al darse cuenta de que se había explayado demasiado.
—Ya falta poco, nos veremos pronto —sonrió ella sin darle mucha importancia a todo lo que había oído y le había provocado mariposas en el estómago.
—Lo sé...
—Yo también te pienso mucho, Diego —sonrió ella con ternura, notaba lo que le costaba a él expresarse así—. Pienso en ti cuando debo tomar decisiones tratando de definir cuál sería tu opción, pienso en ti cuando canto... Pienso en ti cuando veo algo bonito como un atardecer, o un amanecer o cualquier tontería que me gustaría comentarte. Pienso en ti cuando duermo...
—Haciéndote cosas prohibidas —sonrió él.
—Y ricas, por cierto —sonrió sonrojada.
—¿Qué es todo esto, Tizi?
—No lo sé, Diego, pero me gusta...
—A mí también, pero ¿no será peligroso?
—¿En qué sentido? —preguntó ella mientras llevaba a la boca el ultimo bocado de su cena.
—No lo sé, podríamos lastimarnos... o pelear tan mal que nos alejáramos... y no quiero eso —musitó con duda.
—No nos alejaremos, lo prometimos —respondió ella.
—¿Pase lo que pase?
—Pase lo que pase —respondió y luego se levantó para ir a su cama y recostarse.
—¿Qué haces? —le preguntó él.
—Me acuesto y miro por la ventana, me encanta la noche y las estrellas. Me encanta el silencio y la calma.
—Aquí está lloviendo —dijo él y entonces ella continuó tarareando una canción.
—«Y todo sigue como siempre». Era una música vieja de Alejandro Sanz que a ella le gustaba mucho.
—«Solamente que no estás y el tiempo pasa lentamente» —continuó él sorprendiéndola.
—«Estoy loco porque vuelvas, hace tanto que te fuiste» —continuó ella.
—«No te irás a enamorar allí, lo prometiste» —terminó él con una risita nerviosa.
—No, no me voy a enamorar aquí —respondió ella—. Por cierto, cantas hermoso.
—No, tú eres la cantante. Se me olvidó eso, por eso canté, si no, no lo hubiera hecho. ¡Qué vergüenza! —añadió tapándose la cara con una mano.
—Olvídate de que soy cantante, cántame cuando quieras, me gusta como lo haces —susurró.
—¿Quieres que te deje dormir ya, preciosa? —le preguntó él.
—Quisiera que estuvieras acá conmigo —aceptó ella.
—¿Qué haríamos?
—Lo que quieras, hablar, dormir, cantar, besarnos... Qué se yo. Incluso podría enseñarte lo que hicimos en sueños...
—Eso suena tentador —sonrió con ternura.
—Demasiado… —susurró ella—. Voy a dormir, descansa también, ¿sí?
—Lo haré —prometió—. No me sueñes esta noche…