Cuando me haya ido

25. Demasiado

La casa estaba llena de gente, chicos y chicas bebiendo y bailando. Diego tomó a Silvia del brazo y la llevó al umbral de la puerta para hablar más tranquilos.

—¿Qué hace ese chico aquí?  —le preguntó.

—Es mi amigo, Diego, Fio dijo que lo podía invitar —respondió.

—No me avisaste a mí —se quejó.

—Porque no me lo ibas a permitir.

—¿Que pasa acá? —interrumpió Tizi que justo llegaba a la fiesta.

—¡Tizi! —Silvia saltó a abrazarla—. Diego está enfadado porque no le conté que venía Luis.

—¡Ah! No te preocupes, voy a hablar con él —dijo mientras saludaba a Diego con un beso en la mejilla—. Tú ve a divertirte, Silvia. —La muchacha asintió y se fue hacia dentro de la casa.

—¿Por qué me desautorizas frente a Silvia? —le preguntó enfadado.

—¿Puedes dejar de comportarte tan irracional por un minuto, Diego? ¡Deja a la niña en paz! Tiene dieciséis años y ese chico es solo su amigo, ¿no crees que exageras? —inquirió con énfasis.

—¿Amigos como tú y yo? —preguntó Diego y se dio media vuelta.

Tiziana puso los ojos en blanco y pensó en seguirlo, pero luego lo dejó pasar, no iba a amargar a su amiga por el retrógrado de Diego.

Ingresó a la casa y buscó a Fio abrazándola, saludó a algunos amigos que conocía. Luego vio que Silvia y Luis bailaban, él la tomaba de la mano. Era lindo, como ella le había dicho.

—¿Bailamos? —le preguntó una voz conocida y ella se giró.

—¿Ya se te pasó el enfado? —preguntó mirándolo con las cejas fruncidas y cruzándose de brazos.

—Perdón —dijo el pasándole la mano.

—Siempre pides perdón, pero deberías mejorar ese carácter que tienes, así te evitas estar disculpándote todo el rato —dijo con una sonrisa mientras se internaban en la pista.

Fiorella los vio bailar y vio como Diego cruzaba sus brazos alrededor de la cintura de Tizi y ella los cruzaba en el cuello de él. Sus miradas eran intensas. Fio buscó con la vista a Silvi que en ese momento tomaba algo en la barra con Luis.

—Silvi —dijo acercándose a ella.

—Fio —respondió la muchacha—. ¿La pasas bien?

—Sí, mucho. ¿Crees que podemos hablar? —dijo mirando a Luis.

—Sí, claro. —Silvi miró a Luis—. ¿Me esperas? —él asintió.

Fio llevó a Silvia a un lugar lejos de la pista y la observó con mirada traviesa.

—Debes ayudarme…

—¿A qué? —preguntó Silvia algo desconcertada.

—Quiero que te quedes a dormir aquí esta noche, así Diego podrá acompañar a Tizi a su hotel. —Silvia frunció el ceño.

—¿Tú quieres que Diego acompañe a Tizi al hotel? ¿Para qué? —preguntó Silvia y Fio señaló a la pareja con la cabeza, fue ahí cuando Silvia lo comprendió—. ¡Oh! Quieres que ellos... estén solos —exclamó al entender.

—Bien, eso es, chiquitita —respondió Fio con diversión—. ¿Crees que puedes ayudarme? Dile a Diego que es muy importante para ti quedarte a dormir conmigo, que haremos como una reunión de chicas y que nunca estuviste en una.

—Y nunca estuve en una —sonrió Silvia asintiendo.

—Sí... ¿Entonces se lo dirás? —Fio puso cara de súplica y juntó las manos para exagerar su expresión.

—Por supuesto, cuenta con ello —asintió Silvia.

Cuando volvió junto a su amigo, Tizi estaba sentada con Luis, ella le sonrió al verla.

—¿De qué hablan? —preguntó Silvia desorientada.

—De nada. Solo espero a Diego que fue al baño y luego iba a traer algo para comer, y conocí a este chico encantador —dijo Tizi señalando a Luis.

—Gracias —respondió él y luego miró a Silvia—. ¿Quieres dar un paseo?

—Sí, claro. ¿Puedo? —preguntó a Tiziana.

—Claro, ve —le dijo ella.

Diego volvió con unas hamburguesas y unas bebidas.

—¿Los niños? —preguntó.

—¿Niños? —repitió Tizi—. Acá no hay niños —sonrió.

—Digo, Silvi y su amiguito —digo Diego y puso los ojos en blanco.

—Diego, ese chico tiene dieciocho años, no es un niño, es mayor de edad. —Respondió Tiziana entre risas

—Eso es lo que más me preocupa. ¿Qué quiere de ella? ¿Aprovecharse de su condición?

—Diego, parece un buen chico, la quiere, sufre por ella, lo puedo sentir, hablé poco con él, pero lo sé... lo presiento. Déjalos vivir, Diego, deja a tu hermana ser feliz, disfrutar de lo que la vida le quiera dar... Si están enamorados déjalos disfrutar del amor —insistió.

—¿Un chico sano enamorado de una chica como ella? —preguntó Diego mirándola y negando con la cabeza.

—A veces me sorprendes, Diego, no eres capaz de ver más allá de tus narices. El mundo no es blanco o negro, el mundo no es pobres y ricos. El amor, los sentimientos, trascienden fronteras de edad, de razas, de religiones, de ideologías, de clases sociales. ¿Por qué Luis o cualquier chico no podría enamorarse de Silvia? Ella es hermosa, es dulce, está llena de amor para dar. Tú la conoces mejor que nadie, tú lo sabes.

—Sí, pero…

—¿Crees que porque está enferma es menos persona? —continuó sin dejarlo hablar—. ¿Crees que esa enfermedad la descalifica para amar o para sentir? ¿Crees que si alguien le regala algo o le dice que la quiere es solo por lástima? ¿Sólo porque está enferma? Todo eso de la lástima solo está en tu cabeza... Yo la miro y la quiero, la quiero por como es, por como siente y piensa. Cuando hablo con ella no pienso que sea una pobrecita que está a punto de morir, solo la veo y la trato como a cualquier persona importante para mí.

»Pero tú, para ti es más fácil pensar que ella está por morir, así te preparas para vivir algo que sabes que romperá tu corazón, no porque lo digas mucho lo vas a aceptar. No porque lo pienses mucho no va a suceder. Pero ella está viva aun, tanto como tú o como yo, y necesita vivir lo que toda chica de su edad vive: una vida normal, salir bailar, enamorarse, cometer errores. Ella puede morir mañana, o puede vivir diez años más. ¿Quién lo sabe? ¿Por qué la condenas a morir antes cuando aún vive? ¿Y quién te dice que tú no mueras antes? ¿O yo?...




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