Cuando me haya ido

30. Novios

Cuando Diego salió, se percató de que el ruido venía de la puerta y que Luis se había ido. Suspiró, había actuado como un idiota y tenía que volver al cuarto, pero tenía que pensar. Fue a la cocina por un vaso de agua, y allí estaba Silvia comiéndose una manzana.

—¿Qué pasa? —le preguntó la muchacha.

—Tizi me ama —dijo en un susurro como si aún no acabara de comprender el significado de aquella frase.

—Lo sé. Y tú a ella también —añadió Silvia.

—¿Cómo lo sabes? ¿Cómo lo puedo saber? —inquirió y Silvia puso los ojos en blanco.

—No lo sabes, lo sientes. No la dejes ir, Diego, te vas a arrepentir si lo haces. Arriésgate, es hora de que te toque ganar, pero si no te arriesgas nunca lo sabrás.

—Gracias… —dijo Diego y se levantó para volver a la habitación.

En el camino esperó que ella no se hubiera enfadado por su actuación y negó para sí mismo. Se sentía como un niño perdido y desorientado.

—Disculpa la manera en que salí —dijo al ingresar encontrándola cubierta con la sábana hasta la cabeza—. Luis ya se fue… Fui a ver a Silvi y darle las buenas noches, es que…

—No me molesta que seas buen hermano —Tizi sonrió en un intento por componerse y lo miró.

—Bueno… Déjame ver si entendí. Entonces, ¿te detuviste porque sentiste que querías decirme que me amabas? —inquirió Diego en busca de un poco más de claridad.

—Sí, no fue algo pensado. Fue… un impulso. Y entonces pensé que no era el momento, no quería tampoco estar en desventaja o que tú te sintieras acorralado. Además, hacerlo con alguien que amo y que no me ama terminaría por ser doloroso…

—Lo entiendo… Pero ¿cómo afirmas que ese alguien no te ama?

—Bueno… pues… no lo sé, pero él no quería y yo insistí. Fui una tonta, me dejé llevar y no quiero que él piense mal de mí. Él dijo que no quería lastimarme y por eso no quería que pasara nada. Supongo que si dijo eso es porque para él significa solo una noche… y como somos amigos, no quería que yo sufriera después.

—Pero si algo te conoce sabrá que no querías eso. Te sabrá ver y sabrá que tienes todo eso para entregar a una persona especial —sonrió—, así que no creo que debas preocuparte porque haya pensado mal de ti. Y sobre lo que dices de que no quiso hacerlo porque él no siente lo mismo que tú. ¿No será al contrario? ¿No será justamente que siente lo mismo que tú y por eso no quería dañarte y quería protegerte?

—¿Tú lo crees? —preguntó ella mirándolo con ansiedad, sus ojos se llenaron de lágrimas.

—¿Por qué lloras? —preguntó.

—Me siento vulnerable —dijo ella antes de sonreír y secarse el par de lágrimas.

—El amor nos vuelve vulnerables…

—Él tiene miedo a amar, piensa que siempre pierde a los que ama...

—Si un niño tiene miedo a andar en bicicletas porque teme caer y hacerse daño, ¿qué haremos con él? ¿Le decimos que no lo vuelva a intentar? –preguntó él.

—Eso sería ilógico, le alentamos a que lo vuelva a intentar hasta que le salga. —Diego quedó en silencio.

—¿Cómo tienes una relación con alguien que está lejos? —preguntó luego.

—Hablaríamos todo el día… por todos los medios, y, nos veríamos cuando podemos. Estamos cerca en la mente y en el corazón de todas formas, aunque no seamos novios. Es así como lo siento desde hace rato.

—¿Eso no te da miedo? —le pregunto él.

—No... —negó ella.

Diego la miró a los ojos.

—¿Vamos a dormir ya? —le preguntó ella.

—Sí —respondió él y se acomodó, ella se recostó en sus brazos—. A menos que quieras terminar algo que dejaste inconcluso —susurró.

Ella se quedó en silencio. ¿Acaso con eso el aceptaba lo que sentía por ella? No sabía qué hacer, Diego se apegó a ella y empezó a besarle el cuello. Ella cerró los ojos y se dejó ir en esa sensación. Su cuerpo empezaba a reaccionar. Se volteó para besarlo y él la miró a los ojos.

—¿Me permites amarte?

Ella sonrió antes de besarlo y dejarse ir en sentimientos y sensaciones. Ambos se sintieron únicos, descubrieron lugares a los que jamás habían llegado, donde nunca habían estado. Él fue gentil, tierno, dulce y luego fue fiero, ardiente y salvaje. Ella se dejó llevar una y otra vez por los caminos por los cuales él la conducía, perdiendo la cabeza por completo, gritando su nombre como si fuera la única forma de expresar esa unión perfecta, ese momento en el que sus cuerpos se sentían un todo.

Ambos cayeron rendidos de amor y placer, recostados uno sobre el otro, aspirando el aire que sabía a ellos mismos, a sus cuerpos al amor y pasión compartida. Se quedaron dormidos en la calma posterior a la pasión, con una sonrisa en los labios y sus cuerpos desnudos abrazados, no queriendo separarse jamás.

El despertador los trajo a la realidad poco antes de las cuatro de la mañana. Se levantaron y se vistieron para ir al hotel de Tizi a buscar las maletas e ir al aeropuerto.

—Voy a darme un baño —dijo Tizi entrando a la habitación.

—Déjame ayudarte —sonrió él y ella se sonrojó.

Entraron ambos al baño y aunque no les quedaba mucho tiempo para llegar al aeropuerto, hicieron lo suyo para encontrar de nuevo la forma de amarse bajo el agua caliente que caía a chorros sobre ellos. Ella quería gritarle que lo amaba, y él quería decírselo a ella, pero ninguno de los dos se animaba a hacerlo.

La acompañó al aeropuerto y se despidieron en un abrazo interminable lleno de cosas no dichas.

—Vamos a vernos pronto, te lo prometo —dijo Tiziana.

—Está bien, te esperaré ansioso.

No se dijeron nada más y la llamada de embarque sonó.

—Debo irme —susurró ella.

—Si... lo sé.

Ella lo beso y él le respondió el beso.

—Te voy a extrañar, Diego.

—Yo a ti, preciosa —sonrió.

—Entonces, ahora ¿qué somos? —preguntó ella.

—Lo que tú quieras —sonrió él.

—¿Qué somos? —preguntó de nuevo.




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