Cuando me haya ido

31. Te amo

Tizi se sentó con el alma tranquila y una sonrisa en el rostro, ya había pasado unos minutos y el avión comenzaba a moverse. Las azafatas recomendaron colocarse los cinturones y apagar los teléfonos celulares. El avión carreteo y subió, Tizi cerró los ojos y se dispuso a descansar.

Diego, por su parte, volvió a su casa. Estaba feliz y a la vez ansioso, no podía evitar sentir miedo, a lo incierto, a la distancia, al amor. Sin embargo, su corazón latía con fuerza y hacía demasiado tiempo que no se sentía tan vivo.

Cuando llegó a la casa y vio a Silvia desayunando, le sonrió con alegría.

—Te he preparado el desayuno —dijo ella y señaló una taza de café con unas tostadas.

—Gracias, pequeña —respondió tomando asiento a su lado.

—Ahora estoy traumada —bromeó la muchacha, pero él no entendió.

—¿Qué quieres decir? —preguntó él.

—Le dije a Tizi que por favor no hicieran ruido. Es decir, es difícil imaginar a mi hermano y a mi ídola haciendo cosas sucias en la habitación de al lado. Pero obvio, no me hizo caso… y no pude dormir. Además, ahora estoy traumada —añadió haciendo gestos escandalosos.

—¡Silvia! —reclamó Diego y ella se echó a reír.

—Es una broma, tonto —añadió la muchacha guiñándole el ojo—. ¿Aceptaron lo que sienten al fin?

—Sí, bueno, eso creo…

—¿Cómo que eso crees?

—Es que no nos dijimos nada, pero lo sentimos, ambos… —respondió encogiéndose de hombros.

—¡Tonto! Las chicas quieren oírlo, Diego.

—¿Sí?

—A veces pienso que soy la hermana mayor —dijo Silvia en medio de un bufido—. ¿De verdad no se lo dijiste?

—No. Pero es que tengo miedo de decirlo, es como que si lo digo se vuelve real —añadió el chico.

—¿Y no es real acaso? Es tan real como que no puedes dejar de pensar en ella, de hablar con ella, que necesitas sus besos y sus abrazos. ¿No es real lo que compartieron anoche? porque yo no pude dormir por lo real que estaban sonando —añadió. Diego se echó a reír.

—Tú no tienes solución. Pero tienes razón, debí decírselo.

—Pues díselo —afirmó Silvia antes de levantarse y dejar solo a su hermano en la mesa.

Cuando acabó su desayuno, Diego se retiró a su habitación y tomó su teléfono en la mano. Tizi estaría a poco de aterrizar y de solo pensar en escribirle aquello, las manos comenzaron a temblarle. Pensó en qué escribir y probó con:

«Fue la mejor noche de mi vida».

No, eso era muy vulgar. Lo borró.

«Gracias por ser la mejor persona que conozco y por dejarme ser parte de tu mundo».

Eso tampoco le gustó, ya se lo había dicho y sonaba bastante cliché.

«PD: Te amo».

Eso estaba bien.

Cuando Tiziana bajó del avión, fue a recoger sus maletas y luego se encontró con su representante, que la estaba esperando. Subieron al auto y recién allí sacó el celular del bolso y lo encendió. Las miles de notificaciones empezaron a caer una tras otra:

«Tiziana, te llamé al hotel y no atendiste, el celular me da apagado, llamé a Silvia y me dijo que te habías quedado a dormir en su casa. Exijo una explicación». Decía Fiorella y había adjuntado cincuenta caritas enojadas a ese mensaje.

«Te pedí que no hicieran ruidos, Tizi. ¿Cómo me saco esto de mi cabeza ahora? ¡Ayuda!». Esta vez era Silvia, y había adjuntado a ese mensaje la cara del monito que se cubre el rostro y una cara que llora de la risa. Tizi se sintió cohibida y apenada, aunque no sabía si era verdad o mentira lo que ella le estaba diciendo. Esperaba que hubiera sido solo una broma.

«Tiziana, ¿quién es el chico al que besaste en el aeropuerto? Hay una foto recorriendo internet, contéstame cuando leas esto». Ese era un mensaje de su padre, que se dedicaba a seguir a todas las fanáticas de su hija y responderles los mensajes. Siempre era el primero en enterarse de todo lo que sucedía.

«PD: Te amo». Y un corazón rojo.

Su corazón se detuvo por un instante. Miró de nuevo el mensaje y no levantó su vista de él hasta que llegó a su destino. Lo leyó una y otra vez.

Ingresó al hotel de la nueva ciudad donde debía cantar ese día sin darle mucha atención a su representante que le explicaba cosas acerca del ensayo y otras cosas que su cerebro no podía procesar en ese momento. Cuando a él le pareció que ella no le prestaba atención y se lo reclamó, ella le dijo que iría a darse un baño y descansaría un par de horas y lo llamaría para que le explicara de nuevo.

Apenas estuvo sola, marcó el número de Diego.

—Dímelo —dijo sin saludar.

—Dormía... No me dejaste dormir anoche y estoy muerto de sueño. No entiendo lo que dices —dijo Diego adormilado.

—Dímelo... —volvió a repetir.

—Te amo, te amo, te amo... —repitió él diciéndolo cada vez más fuerte—. Discúlpame por no decírtelo antes, soy un tonto.

—Te amo también, tonto. Eres mi tonto favorito y te amo —sonrió—. Gracias…

—No hay nada que agradecer. Anda a dormir un rato, ¿sí? En unas horas debes pararte a cantar y gritar como loca y si no duermes te hará daño, no has descansado en dos días.

—A tu lado no quiero dormir —murmuró ella—. Es una pérdida de tiempo.

—Ahora no estás a mi lado, así que anda a dormir, es una orden, debes estar bien —dijo sonando imperativo.

—Mmmm

—Tiziana, de verdad, descansa. Necesito que te cuides y que estés bien, no quiero que te pase nada. Eres mi mundo —insistió—. Prométeme que dormirás.

—Está bien, amargadito. Iré a dormir, duerme de nuevo tú. Te amo, tontito.

—Te amo, preciosa.

***

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