Habían pasado tres meses desde que se habían puesto de novios y aún no se habían vuelto a ver desde aquella última vez. Se escribían todo el tiempo y hablaban de todas las formas posibles. A pesar de estar lejos, se sentían cerca y a gusto.
Era viernes, y Tiziana acababa de terminar de dar un show. Fue hasta su camerino y lo llamó.
—Amor —dijo a modo de saludo cuando él le atendió.
—Preciosa… ¿Qué tal te ha ido?
—Bien, muy bien, estoy agotada. En un par de horas vuelo a casa para iniciar mis tan esperadas dos semanas de vacaciones.
—Ahora debes descansar, dormir y dejar de cantar un poco, así reposas tu garganta. ¿Al final vas a ir a la playa? ¿Lo has decidido? —preguntó
—No. Estaba pensando en ir junto a ti y pasar juntos estas dos semanas, ¿qué te parece?
—Pero querías ir al mar y todo eso. Lo mencionaste varias veces… —refutó él.
—Eso puede esperar… Ya no aguanto las ganas de verte, ha pasado mucho tiempo.
—Bueno, yo tampoco… Me encantaría verte, sí, solo que no podré darte la atención que mereces o que me gustaría, estoy trabajando, y justo esta semana volveré a la universidad…
—No importa, voy a quedarme con Silvia, en tu casa. Dormiré todo el día, y cuando regreses de clases o del trabajo, estaremos juntos.
—¿Estás segura? No quiero que sacrifiques tus vacaciones por mí.
—Diego, ¿quieres estar conmigo? ¿Me extrañas?
—Claro que sí… —afirmó él.
—Entonces, no hay nada más que hablar. Conseguiré un vuelo lo antes posible —añadió.
—Me avisas así voy por ti al aeropuerto —dijo él con mucha emoción.
—Claro, no veo la hora de verte.
—Ni yo…
Cuando llegó la hora de ir al aeropuerto a esperarla, Diego estaba muy nervioso, le llevó un ramo de rosas y la esperó ansioso con las manos sudorosas y el corazón galopándole en el pecho en frente a la puerta por la que saldría. Volver a verla después de tantos días le generaba emoción, alegría y entusiasmo, más por el hecho de que ahora ella era su novia y vivirían juntos por unos días, sus primeros días como pareja.
La vio salir por la puerta, hermosa como siempre, traía un jean y una remera negra, el pelo recogido en una coleta alta y un anteojo de sol. Ella corrió hacia él y se colgó por su cuello, él la levantó. Sin más palabras se besaron, ya habría tiempo para hablar.
Cuando se separaron él le dio las flores y los chocolates.
—Que romántico es mi novio – sonrió ella.
—No sabes todo lo que puedo hacer —dijo él guiñándole un ojo.
—No veo la hora de saberlo —añadió ella abrazándolo de nuevo.
—¿Me vas a invitar esos chocolates? —quiso saber él ayudándola con las maletas—. Son deliciosos.
—Lo pensaré —bromeó—, son míos ahora. Él la abrazo y se volvieron a besar.
Tiziana sintió que alguien la estiraba de la ropa. Se apartó de Diego y miró a una pequeña niña de unos ocho años que le sonreía.
—Perdón, ¿me firmas un autógrafo? —inquirió con dulzura.
—¡Claro! —respondió ella disponiéndose a hacerlo.
—¿Nos podemos hacer una foto? —agregó luego la niña.
—Sí, por supuesto.
—¡Yo se las tomo! —exclamó Diego.
—¡No! —exclamó la pequeña—. Tú también tienes que salir en la foto, mi hermana mayor dice que eres hermoso y que está enamorada de ti. Estoy segura de que le encantará ver que te he conocido y me odiará por ello, lo que me hará muy feliz —sonrió la niña y Tizi echó a reír.
—Dile a tu hermana mayor que es mío —bromeó.
Se sacaron la foto los tres y luego se despidieron de la niña. Diego tomó el bolso de Tizi y pasó su brazo por su hombro a modo de abrazarla para caminar a la salida en busca del coche. Diego alzó la maleta y luego abrió la puerta del lado del acompañante para que Tizi subiera, ella le sonrió y luego él se sentó en el volante.
—Eres todo un caballero —sonrió ella.
—Eres la dama más hermosa que conozco y eres mi doncella —sonrió mirándola con una sonrisa.
Arrancó el auto y manejó de salida del aeropuerto. Un rato después colocó una mano sobre la pierna de Tizi y ella se giró para verlo.
—¿Qué me miras? No puedo manejar y mirar al frente si sé que me estas mirando —dijo él con una sonrisa dulce.
—Solo te he extrañado un montón.
—Yo a ti. Es una pena que no podré estar todo el tiempo contigo —se lamentó.
—No importa —respondió—. Aprovecharé para verme con Fio y también para hablar con Silvia, ya hemos organizado algunas actividades de chicas. Y cuando llegues tú, soy toda tuya —prometió giñándole un ojo.
—Me gusta cómo suena eso —dijo él mirándola de reojo y ella sonrió.
Llegaron a la casa, Silvia los esperaba con los brazos abiertos. Allí también estaba Luis.
—Preparé cena para todos —dijo Silvia poniendo la mesa con ayuda de su novio.
—¡Me parece genial! —sonrió Tizi—. ¡Comida casera! No sabes cuánto se extraña eso —dijo abrazando a la muchacha.
—Andas por los mejores hoteles, Tiziana, no creo que extrañes la comida casera —añadió Diego.
—No es lo mismo, claro que se extraña estar en casa, comer algo preparado ahí, dormir en la propia cama, todo eso se extraña mucho.
—Ahora vas a dormir en la cama de Diego igual —dijo Silvia guiñándole un ojo—. Si es que duermen…
—¡Silvia! —la regañó Diego.
—Estoy pensando en mudarme un par de semanas Luis, ¿puedo ir contigo? —bromeó la muchacha.
—¡Ni lo sueñes! —zanjó Diego.
—Tú eres un egoísta, hermano —bromeó Silvia.
Comieron, conversaron y rieron. Más tarde decidieron jugar al Monopoly, Diego perdió muchísimo y Silvia ganó, así que empezó una pequeña batalla de hermanos en el que Diego decía que Silvia siempre ganaba con trampas y Silvia decía que ella no había hecho trampa alguna y que él no sabía perder.
Un rato después, Luis se despidió para ir a su casa y Tizi fue a cambiarse a la habitación de Diego para prepararse para dormir. Mientras tanto, Diego se preparó un café en la cocina.