La tristeza había tomado por completo el cuerpo y el alma de Diego moviéndolo como un titiritero mueve los hilos de su títere. Ya todos se habían ido y él se encontraba sentado sobre el húmedo césped recién colocado sobre la tumba de su hermana. La tarde caía, y del cielo unas pequeñas gotas lloraban con él la muerte de Silvia, su hermanita, aquella que cuando nació alegró sus días y le hizo sentir que nunca más estaría solo en el mundo. Un mundo de recuerdos inundaba su mente. Su padre lo había llevado a la clínica a ver a su madre cuando la niña había nacido, él tenía solo siete años y le habían dicho que ella le había traído un regalo. El tren que siempre había soñado estaba al lado de la pequeña cuna en el cual dormía su hermanita envuelta en mantas rosadas.
Su tía le había regalado una camiseta de color azul con letras grandes que decía «Desde hoy soy el hermano mayor» y él se la había puesto por cinco días de seguido desde el día que la recibió hasta que por fin lograron convencerlo de que debían lavarla porque ya tenía manchas de chocolate con leche y salsa de tomate. Él se sentía orgulloso de su hermana, intentaba enseñarle a hablar, a pararse y caminar. Recordó cómo se puso a dar brincos y a gritar por la casa: «Ya dice mi nombre, me dijo iego» La primera palabra de Silvia, fue llamarlo a él.
Recordó el primer día de clases, cuando la acompañó hasta su aula y le dijo que si alguien la molestaba que solo fuera a buscarlo a su clase. Recordó cuando sus padres murieron y el quedó a cargo de ella, como se prometió a sí mismo no fallarle jamás y que nada le faltara en la vida... En ese momento eran solo ellos dos, pero ahora, era solo él. Y por mucho que lo intentara, no había podido hacer nada por ella.
Se quebró en llanto retorciéndose en el pasto mientras el agua empezaba a caer con más fuerzas sobre él.
Tizi lo observaba desde más atrás, respetando sus tiempos de dolor y soledad, pero verlo así fue demasiado, él era parte de ella y sentía su dolor como propio. Se acercó a él y se arrodilló a su lado, abrazándolo. Diego levantó la vista y la miró.
—Puedes llorar todo lo que quieras —dijo ella—, estoy aquí, no estás solo...
Habían pasado varias horas cuando Diego sintió el cuerpo cansado. La humedad de la lluvia le había calado hasta el fondo de los huesos y sentía el frio en todo el cuerpo, el frío del agua y de la soledad.
—Vamos a tu casa —dijo Tiziana levantándose y ayudándolo.
Ella manejó hasta el departamento y entraron. Diego pasó por enfrente a la habitación de Silvia y se detuvo a mirar por dentro como si esperara encontrarla allí. Tizi lo empujó un poco para que siguiera caminando.
—Debes tomar un baño tibio y acostarte a descansar, Diego, llevas días sin dormir —Le dijo y él se dejó guiar.
No tenía fuerzas para nada, Tizi le sacó la camiseta y los zapatos, luego fue al baño y prendió la ducha. Templó el agua hasta que saliera caliente, lo guio hasta allí y le dijo que se terminara de desvestir y se metiera a la ducha. Salió del baño, cerró la puerta y fue hasta la cocina a prepararle una sopa de pollo caliente y un poco de jugo.
Cuando volvió, Diego aun no salía de la ducha, así que caminó hasta el baño y golpeó.
—¿Todo en orden?
—Voy a quedarme aquí hasta que el agua derrita mi piel por completo y me vaya por este agujero donde se va toda el agua.
—Deja de decir tonterías y sal, tengo comida lista aquí —dijo dándole una orden.
—No quiero comer —sollozó.
—No me importa lo que quieras, harás lo que yo te diga —ordenó ella abriendo la puerta del baño y pasándole la toalla—. Ahora sal y ven aquí.
Diego tomó la toalla y salió, se secó apenas y se puso un bóxer, una remera y un pantalón de buzo. Se acostó en su cama y se dispuso a dormir.
—Come algo, Diego, por favor —pidió Tiziana.
—No tengo hambre, solo quiero dormir y dejar de pensar.
Tiziana lo arropó con mantas y luego salió de allí dejándolo solo. Fue a la habitación de Silvia para no molestarlo y entró al baño a ducharse y a cambiarse. Todo allí le recordaba a la muchacha así que las lágrimas se le escaparon. Recordó entonces aquella conversación hacía muchos años. Una promesa que había hecho: «No lo dejes solo cuando yo no esté». Lo iba a cumplir.
Salió del baño, se cambió, se secó el cabello y llamó a su representante para avisarle que se quedaría allí por tiempo indefinido y que cancelara todos sus compromisos. También avisó a Luca y a su familia.
Luego se acostó en la cama de Silvia y cerró sus ojos. Cuantas veces se había acostado a conversar con ella allí, el olor a fresas de su perfume aún podía sentirse. Se giró y vio todo en la habitación, sus ropas colgadas por una silla, un par de zapatos en el piso. Sus posters colgados por la puerta de uno de sus armarios, sus discos en la mesa de luz al lado del equipo, un libro en la otra mesa y un papel rosado encima del libro. Ella estiró la mano para verlo y se dio cuenta que tenía su nombre escrito.
«Tiziana».
Abrió el sobre y sacó un papel rosado con dibujos de mariposas y flores, sonrió y leyó la carta.
«Tizi:
Si estás leyendo esto es porque estás en mi cuarto y sé muy bien que estarás aquí porque sé que tu amor por Diego no te permitirá dejarlo solo. Sé que cuando todo termine te quedarás con él hasta que lo veas mejor, porque también sé que el estará mal.
Aunque intentes creer que es por la promesa que me hiciste que has tomado la decisión de quedarte, en realidad sabes muy bien que es por el amor que aún sientes por mi hermano, pero te lo agradezco de todas formas... Él se sentirá muy solo.
Ahora ve al cuarto de al lado y abrázalo, solo eso lo hará sentir mejor, yo lo sé...
Gracias, Tizi.
Te quiero».
Tiziana sonrió por lo que acababa de leer, Silvia era increíble.
Salió de la habitación de Silvia y fue a la habitación de Diego. Él estaba acostado en posición fetal y lloraba. Ella se acostó a su espalda y lo abrazó con todo su cuerpo. No dijo nada, solo se quedó allí.