Cuando me haya ido

47. Impulso

Diego llevó a Luca hasta la habitación y lo dejó en la cama, Tizi le sacó los zapatos y lo recostó de costado por si vomitaba de nuevo y salió tras Diego que había salido.

—¿A dónde vas? ¿A juntarte con tu noviecita de nuevo? —inquirió nerviosa.

—No es mi novia y no tengo por qué darte explicaciones…

—¿Ahora solo te dedicas a acostarte con chicas sin compromiso alguno? ¡Claro! Así es más fácil y te ahorras todo ese cuento del «no soy lo suficiente para ti y tienes todo el sexo que quieres gratis». —exclamó.

—¿Qué te pasa, Tiziana? ¿Te volviste loca? —preguntó girándose para verla. Ella venía tras él, por lo que cuando él giró quedó frente a ella.

—Me pasa que te odio, Diego, eso me pasa —zanjó con dolor.

—¿Por qué no te vas a dormir al lado de tu novio? Es muy lindo para la foto y todo, pero toma un trago y te vomita en los zapatos. ¡Qué romántico! —Tiziana le dio una cachetada.

—¡Te odio! —gritó.

—¿Me odias? —preguntó llevándose una mano al rostro.

—Sï.

—¿Cuánto? —inquirió acercándose.

Ella caminó de espaldas hasta quedar recostada por la pared, él puso ambos brazos sobre su cabeza arrinconándola y la oró a los ojos.

—Mírame a los ojos y dímelo, dime que me odias y no volveré a molestarte —susurró muy cerca de su boca.

Tiziana lo miró a los ojos, desafiante, pero las palabras no lograban salir de su boca. La idea de no volverlo a ver le resultaba tremendamente dolorosa. Se acercó más a él, sus labios quedaron a un centímetro de distancia.

—¿Qué haces con ese imbécil que no te merece? ¿Por qué siempre sales con imbéciles? —preguntó acariciando con ternura su mejilla.

—¿Imbéciles como tú? Porque no conozco muchos peores que tú —susurró ella sin dejar de mirarlo.

—¿Yo soy un imbécil? Soy el único que te amó de verdad, Tizi, que te respetó y te valoró.

—Y el único que me rompió el corazón en mil pedazos y no le importó —añadió ella—. Al menos Luca no puede hacerlo, no puede romperme el corazón porque no lo amo…

—Te voy a mostrar qué otras cosas no puede hacer él —dijo él y se acercó aún más—. Te voy a besar y entonces sabrás que nadie puede hacerte sentir como yo…

—¿Y qué hay de mí? —inquirió ella—. ¿Acaso aquella chica o cualquier otra puede hacerte hacer sentir como te sientes ahora?

Ella subió sus manos por sus caderas y luego las llevó a su espalda, para acercarlo incluso más. Diego se pegó a su cuerpo.

Los dos juntaron sus bocas en u beso cargado de pasión que se fue haciendo más intenso a medida que sus manos recorrían sus cuerpos. Ella enrolló sus piernas por las caderas de Diego y este la cargó, llevándola hasta el baño, donde la sentó en el lavabo y siguió besándola.

—Por Dios, cuánto extrañé esto, Tizi, te necesito tanto —susurró ella.

—Y yo a ti…  

—Dime que él no puede hacerte sentir de esta manera —rogó Diego entre besos y caricias.

—Sabes perfectamente que solo tú puedes hacerlo, solo tú me haces perder la cabeza…

—¿Todavía piensas en mí? —preguntó él.

—Pienso en ti todo el tiempo, ¿tú?

—Yo no he podido olvidarte —susurró él mirándola con dulzura—. No puedo hacerlo, no quiero… —dijo antes de volverla a besar.

Se dejaron llevar por el camino de la pasión y las ganas contenidas por tanto tiempo mientras sus cuerpos se reconocían y se reencontraban una vez más.

Cuando la calma regresó, Diego la miró a los ojos y le acarició con ternura la mejilla sonrosada.

—Perdóname…

—¿Por qué? ¿Te arrepientes?

—No, claro que no, pero… —hizo gestos para señalar el sitio donde dormía Luca.

—No lo has hecho tú solo —respondió ella.

—Anda a descansar un poco, pasaré a buscarte a las dieciséis para lo del hospital…

—¿Hablaremos de esto, Diego?

—Lo haremos… —respondió él y la besó con ternura antes de marcharse.

Diego salió de la habitación con un sentimiento de culpa y mucho peso, no le gustó la manera en que se dieron las cosas, no se arrepentía, pero no era la manera. Ella estaba de novia con el tal Luca y no le había gustado ponerla en ese sitio.

Los celos, la ira de verlo en otros brazos le habían despertado sentimientos primitivos que lo llevaron a perder la cabeza. Se sentía un imbécil, ella no se merecía ser tratada de esa manera… él la amaba, no era una chica más para él, nunca lo había sido.

Se llevó las manos a la cabeza y negó, lo único que hacía era empeorar las cosas con ella una y otra vez, era un verdadero desastre.




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