Cuando me haya ido

50. Boda

Diego la vio a la distancia, entre las damas de honor de Fiorella. Se veía hermosa, como siempre, y su corazón saltó en su pecho en el mismo instante en que apareció en su vista. La ceremonia fue emotiva y los novios se veían realmente felices.

Al salir de la iglesia, Diego se encontró con Luis que lo saludó con alegría.

—Luis, qué gusto verte…

—Igualmente, Diego. ¿Cómo estás?

—Bien… Trabajando… ¿Tú?

Luis le contó un poco sobre sus estudios y sus progresos y se pusieron al corriente.

—Silvia estaría muy orgullosa de ti, Diego —dijo entonces Luis—. Y tengo algo que entregarte…

—¿Cómo? —inquirió él con sorpresa.

—Sí… Lo traje conmigo porque sabía que te vería, lo tengo en el auto. ¿Me acompañas?

—Claro…

Diego lo acompañó confundido y lo vio abrir el maletero de su vehículo para sacar una caja de color madera.

—Debes prometerme que lo abrirás el sábado a las diecinueve horas en el mismo lugar donde ella nos llevó para despedirse… No te la puedo dar si no me prometes eso, ella fue muy estricta…

—El sábado era su cumpleaños —murmuró Diego.

Luis asintió.

—Bien… lo prometo. ¿Qué es? —inquirió al tomar la caja en sus brazos.

—No tengo la menor idea, solo sé que te la tenía que dar si se daban ciertas condiciones y que tenía que asegurarme que la abrirías ese día, en ese lugar y a esa hora…

—Está bien… —respondió de nuevo Diego.

Luis sonrió y Diego fue a guardar en su vehículo antes de partir a la fiesta.

Ya en la fiesta, Luis buscó a Tiziana para entregarle su parte del pedido que Silvia le había encomendado, se acercó a ella cuando la vio un rato libre y le saludó.

—¡Luis! ¡Qué gusto verte aquí! —dijo abrazándolo con mucho cariño.

—Hola, Tizi, esperaba verte —comentó él—, tengo algo para ti —añadió.

—¿Para mí?

—Sí —dijo él pasándole la encomienda.

—Vaya… ¿Es de Silvia? —preguntó al reconocer la letra.

—Sí… Verás, ella me pidió que, si algunas cosas sucedían, o no… te diera esta caja.

—¡Vaya! —exclamó sorprendida y comenzó a abrirla.

—¡No! —interrumpió Luis—. La condición es que debes abrirla el sábado a las diecinueve horas en el mismo lugar donde ella nos llevó para despedirse.

Tiziana se detuvo y lo miró con una sonrisa.

—Su cumpleaños —susurró.

—Así es.

Tiziana asintió y prometió hacerlo de esa manera y luego lo invitó a caminar hasta la barra y servirse algo. Una vez allí le preguntó por su vida y le dijo que lo veía muy bien y que eso la ponía contenta.

—Es una pena que Diego y tú no lo hayan conseguido —dijo Luis y miró a Diego que conversaba con un hombre a unos metros.

—Lo es… —susurró Tizi siguiendo su mirada.

—¿Ya no hablan?

—No… —respondió ella con tristeza.

—Es triste e irónica la vida, yo no pude hacer nada para evitar la muerte de la persona que amaba, y la perdí... Sin embargo, ustedes pudiendo estar juntos dejaron morir el amor tan grande que se tenían —dijo en medio de un suspiro, a Tizi le dolieron sus palabras.

—Tienes razón…

—Cuéntame de ti —pidió el chico.

—Trabajando, como siempre, pero bien, me siento a gusto con la persona que he conseguido ser… y todavía hay mucho camino por delante, creo que Silvia ha dejado una marca grande en todos los que la conocimos.

—Así es, agradezco a la vida el haberme cruzado con ella, no sería hoy quien soy si no fuera por ella —dijo Luis y Tizi asintió.

Los novios llegaron a la fiesta luego de una cesión de fotos y se dieron todos los rituales acostumbrados, el primer baile, las ligas, el brindis y demás. Un rato después, comenzó el baile. Diego se acercó a Tiziana entonces y la saludó como si nada.

—Hola…

—Hola… —respondió ella.

—¿Quieres bailar?

—Claro —asintió.

Él la guio a la pista y comenzaron a moverse al compás de la música, ninguno de los dos dijo una sola palabra, pero no era necesario, sus miradas estaban fijas en los ojos del otro y el mundo había dejado de existir. Sus cuerpos se hablaban como siempre y en cada roce o pequeño movimiento, explotaban miles de estrellas en sus pieles.

Diego continuó bailando sin decir mucho, sintiendo que era allí donde quería estar, a su lado. Pensaba que había sido muy tonto todo ese tiempo y que no había sido capaz de ver todo lo que alguna vez tuvo en frente, pero ya era tarde, no tenía caso.

Tiziana lo miraba y le regalaba sonrisas dulces que no podía evitar, le gustaba estar allí, se sentía a gusto con él. Le hubiera gustado contarle todo lo que vivió en ese tiempo que estuvieron distanciados y lo mucho que había aprendido, le hubiera gustado decirle que se sentía mejor persona y que no le guardaba rencor.

—Te extraño —dijo él.

—Y yo… —respondió ella.

Y no se dijeron nada más.




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