Cuando me haya ido

Epílogo

Habían pasado seis meses desde que Diego y Tiziana estaban juntos y él la invitó a cenar a un lugar especial. El restaurante estaba sobre un edificio, en el piso diez. Subieron hasta allí y Diego dio su nombre. Los llevaron a un apartado en la terraza. La mesa estaba adornada con pétalos de rosas flotando en agua y velas en forma de corazones.

Diego apartó la silla de Tizi para que esta se sentara. Ella así lo hizo sin borrar ni por un instante la sonrisa de su rostro.

El mozo tomo sus órdenes y se retiró. El cielo estaba oscuro y una enorme luna blanca los iluminaba desde arriba, las estrellas parecían estar más brillantes que de costumbre.

—¡Que hermoso lugar, Diego! —sonrió ella.

—Es fantástico, me lo recomendó un colega que trabajara conmigo en la fundación.

Hicieron sus órdenes y luego comieron mientras hablaban de la fundación, de los próximos proyectos de Tizi y de cómo organizarían sus vidas alrededor de sus viajes y giras. Cuando terminaron el postre, Diego se levantó, le pasó una mano para que ella también lo hiciera y la guio hasta uno de los extremos de la terraza donde habían estado cenando.

—Esta es una altura… Silvia me escribió esa carta y me dio una foto…

—Lo sé, me escribió una a mí, creo que debimos encontrarnos ahí aquella noche, pero yo llegué tarde.

—¿De verdad? —sonrió el poniéndola delante y abrazándola por la espalda—. Mira todo lo que se ve desde aquí.

—Gran parte de la ciudad —sonrió ella—. ¡Imaginemos historias! —añadió y luego señaló a una señora que iba con una niña de la mano saliendo de la plaza—. Aquella señora, por ejemplo, se llama Marina y su hija es la pequeña Charlotte… Son muy rubias, capaz son extranjeras, podrían ser alemanas, están yendo a su hotel a descansar luego de un día de visitar la ciudad.

—Aquel joven que va allá con esa guitarra por la espalda se llama Piero —se animó Diego—. Él va junto a su novia a cantarle una canción que ha compuesto para ella.

—Aquella pareja de ancianos que están sentados en ese banco están recordando momentos de su juventud —aventuró Tizi. Ella señalando de nuevo hacia la plazoleta que se veía más abajo—. Quizás el día de su matrimonio.

—Aquella señora que pelea con aquel señor —señaló Diego—. Están discutiendo porque ella encontró un mensaje de otra mujer en el celular del marido. —Tizi rio.

—Esto es divertido…

—Ahora imaginemos nuestra historia —susurró Diego—. Este chico, está muy enamorado y ha llevado a su novia a cenar —dijo señalándose a sí mismo.

—La chica ama estar con él y está pasando una noche perfecta.

—El chico eligió un restaurante que este en una altura, para poder demostrarle a la chica que ha cambiado, que quiere una nueva vida, pero a su lado. Quiere que juntos puedan escribir su historia de amor y siempre tengan la capacidad de mirar las cosas desde el punto de vista del otro, para así nunca volver a hacerse daño ni alejarse… Le pide que escriban esa historia desde arriba, desde un lugar donde solo estén ellos dos y desde todo se vea mejor.

—La chica está feliz de que el chico haya pensado todo eso y se sienta así, ella también quiere escribir esa historia de amor con el chico, lo ama demasiado y se siente plena.

—El chico necesita escribir el primer capítulo de esa historia, por tanto, le pide a la chica que lo mire a los ojos porque le tiene que dar algo. —Diego giró a Tiziana para que quede frente a ella y sacó de su bolsillo una hoja en blanco pasándosela.

—La chica no entiende para qué el chico le pasa una hoja en blanco —bromeó Tiziana sonriendo.

—El chico le dice que es para escribir el primer capítulo de la historia…

Sacó entonces una lapicera de su bolsillo y tomó la hoja en blanco para escribir algo. Tiziana sonrió y Diego le pasó la hoja para que leyera.

«Capitulo 1: ¿Quieres ser mi esposa y escribir conmigo una historia sin final?»

Tiziana levantó la vista para mirar a Diego y este le pasó la lapicera, él había puesto el anillo en ella, mientras Tizi miraba el papel.

—La chica va a escribir la respuesta si es que logra dejar de temblar —dijo ella visiblemente emocionada.

«Sí, quiero».

Diego tomó el anillo y se lo colocó en el dedo.

—Es hermoso —comentó ella.

—Era de mi madre… Quisiera una historia tan perfecta como la de ellos pero sin el trágico final.

—Nuestra historia será tan o más perfecta —sonrió—, pero yo si quisiera que termine como la de ellos, cuando todo acabe, seria genial que nos fuéramos juntos.

—En eso tienes razón —la abrazó.

—Te amo…

—Y yo a ti…




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