Le di una mirada a la libreta, solo una, pero para un psiquiatra hay todo un trasfondo que tiene origen en un trauma pasado. Evitación, algo ya diagnosticado en mí.
—No creo entender lo que me pides, Melanie —dijo Soraya, mi psiquiatra desde hace un par de años. Lo más que había durado sin sentir la necesidad de un cambio. En resumen, ella era la ganadora hasta ahora—. Deja que me corrija, entendí cada palabra, pero no sé por qué si no es un efecto secundario con el que no hayamos lidiado antes.
No dejaría de insistir hasta el último minuto de mi hora.
—Es que, como que me apaga —expliqué. La misma respuesta que di antes—. Al siguiente día no estoy tan alerta y estar alerta es muy importante en esta ciudad.
Ahí está. La vi, ese pequeño temblor debajo de su ojo que aparece cuando al fin tiene la excusa perfecta para hacer más preguntas, porque yo misma le di pie.
—Supongo que lo mencionas por una situación en particular.
Me costó tanto no ver el reloj posicionado en la pared atrás de ella, pero sabía que faltaba al menos unos buenos cuarenta minutos. Lo mejor era ser lo suficientemente sincera para no prolongar más el tira y afloja. No quería que saque algo de lo que no podía hablar. La única cosa que me torturaba cada vez que me detenía a pensar en ello.
—Traté de llamar a mi otro yo, mi alter ego, y no funcionó muy bien que digamos. Y es raro, porque con el tiempo se hizo más fácil traerla. Ya no me cuesta… —comencé con un lado de la historia—. Hasta hoy.
—¿Y qué pasó hoy?
Después de un duelo de miradas, cedí, porque los de este lado de la mesita del centro con la caja de pañuelos tenían que ceder. Era como el acuerdo implícito que teníamos entre las dos. Ella sabía cuándo no presionar y yo sabía cuándo ella no iba a ceder.
—Conocí a alguien —le conté, porque esto se sentía más como una plática de amigas; aunque no éramos amigas ni teníamos relación social fuera de esta habitación—. No, no es de ese modo. —Aclaré cuando vi su mirada de interés—. Es una relación laboral, creo.
Una pequeña inclinación de su cabeza. Significaba: explica lo último.
—Tuve que entrevistarlo para un artículo de la revista y surgió algo más a partir de eso. No es algo romántico o de amigos con derechos o siquiera de amigos. Es profesional, totalmente. Aunque me pidió que lo tuteara. —Lo último lo dije en un tono mucho más bajo que lo demás, porque fue más como algo que me recordó mi cerebro. Ella sí lo escuchó—. No significa nada, ¿verdad? Porque hay un montón de razones por los que una persona pide ser tuteada, ¿verdad?
—Puedo notar que esa petición te molesta.
—No, no me molesta. Me confunde un poco. Es que… —Paré porque necesitaba encontrar las palabras correctas para que no se malinterpretara—. Todo parece muy… oportuno. Lo conocí y medio que lo acusé de destructor del medio ambiente, pero siguió siendo amable, de cierto modo.
—¿Y eso es lo que te molesta? ¿Que siguiera siendo amable?
—No, no. ¿Por qué me molestaría que alguien sea amable? Es toda la situación, cómo se dio todo. —Bueno, ahora sí que admitía que me molestaba—. Hasta me ofreció una excelente oportunidad para empezar en serio mi vida laboral y me dio un contrato, que tal vez fue solo para tranquilizar mi paranoia y desconfianza obvia. Por cierto, miraba la libreta porque ahí están las anotaciones de la asesoría con un amigo abogado; me explicó algunos puntos que no entendía.
—Es por completo entendible que algo así te moleste y te confunda al mismo tiempo. Que algo se dé de una forma tan fácil es sospechoso y raro, pero puede darse. Son situaciones no tan comunes, pero que hay que aprovecharlas si son reales. ¿Has considerado esa posibilidad?
—Sí, pero…
Soraya apoyó su espalda en el respaldo de su sillón.
—Pues deberías considerarla en serio. Has pasado por mucho y nunca se supera algo así por completo. Conseguir ayuda fue algo muy valiente de tu parte y has trabajado muy duro para que no afecte cada aspecto de tu vida. Lo estás logrando. Solo date la oportunidad de aceptar esta oportunidad si ya has descartado que no es nada raro.
—No lo he hecho aún. —Aclaré.
—Bueno, asegúrate y si resulta que no, entonces deberías tomar la oportunidad. Cosas buenas pasan, Melanie, a todos y por supuesto que a ti también.
—Cosas buenas pasan —repetí las palabras, pero de ninguna manera me convencí de ellas. Últimamente me había encontrado con más cosas malas que buenas. Sacudí mi cabeza, porque nos estábamos desviando del tema. Más bien, yo lo hice—. De todos modos, no vine por eso. Es que necesito nuevas pastillas para dormir. Unas que no me dejen paralizada en momentos importantes.
—¿En qué momento ocurrió eso? Si quieres contarme.
—Estaba en una reunión con… esta persona. Yo uso a mi otra yo con él, porque la necesito. Yo sola no podría, no tengo lo que se requiere cuando se trata de este tipo de personas.
—¿Personas como?
—Ya sabes, las poderosas, o las que proyectan poder, aunque no lo tengan en realidad.
—Personas adineradas, te refieres.
—No siempre es así, pero en este caso, sí.
—¿Y entonces qué pasó en esa reunión?
Decirlo en voz alta era difícil y hasta humillante, pero qué mejor que mi psiquiatra, quien era como mi sacerdote personal porque no podía decirle a nadie lo que le dijera, para decirle este tipo de cosas.