Cuando Alec notó que la calefacción demasiado alta me estaba embriagando más, la bajó y abrió un poco la ventana. Acto seguido, me ofreció una botella con agua. La tomé y noté que estaba fría aún, del tipo de frío que indicaba que estuvo en un refrigerador antes.
—Parece que no estás tan acostumbrada al alcohol —comentó mientras bebía media botella de agua de un golpe. Debió lucir como la cosa menos femenina que había visto en su vida.
—Al que bebí hoy no —respondí. Cerré la botella de inmediato. No quería derramar nada en un auto como este, aunque sea solo agua—. Escucha, no estoy ebria. —Lo estaba un poco, pero no tenía por qué saberlo—. Solo un poco mareada, es todo.
—Eso es bueno —dijo, y sonó como si me felicitara—. Significa que, con un poco de comida, mañana no habrá resaca. ¿Me dejas llevarte a por algo de comer?
Moría de hambre, aunque hace menos de tres horas había comido mucho.
—Eres muy amable, y a riesgo de sonar descortés, voy a tener que rechazar esa oferta. —Hablé claro, sin trabarme ni dejar que me intimide su mirada. Estar un poco ebria sí que me ayudaba con la parte de él intimidándome. Me daba un poco de valor.
—¿Puedo saber por qué? —preguntó.
—Porque es inapropiado de muchas formas. Revisaremos un contrato el martes. Es algo de negocios, ¿y lo haremos después de vernos hoy en medio de la noche mientras comíamos en un lugar para que no tenga resaca mañana?
Se tomó unos segundos para averiguar cómo responder.
—Quiero dejar claras algunas cosas contigo. —Fijó su mirada en la mía—. Los negocios no son conmigo, no porque no me gustaría, sino porque no fui quien te eligió primero. Eso ya lo sabes. —Abrí la boca para hacer una pregunta, pero en lugar de eso, continuó hablando —. El contacto es conmigo hasta que la persona que dirige la organización regrese a Colombia.
—¿Y eras el único que podía tener el contacto conmigo?
—El único, no. El primero que se ofreció, sí. —contestó. Las mariposas en mi estómago revolotearon un poco, causándome cosquillas.
—Está bien, quedó claro. Aun así, mientras haya ese contacto de negocios, es inapropiado.
—Somos adultos, podemos separar lo uno de lo otro.
—Sí, somos adultos. Pero no estoy segura de poder separarlos y tampoco de que tú puedas. O tal vez sí, pero esto que haces es un precedente que no juega a tu favor. —Fui sincera, porque era parte de estar medio ebria.
Alejó su mirada de la mía mientras meditaba una solución posible. Volvió a mí.
—¿Te sentirías más cómoda si ya no me inmiscuyo en temas de negocios contigo por ahora? —preguntó.
—Sí —respondí no tan convencida de ello, pero sabiendo que era lo mejor.
—Entonces así se hará, Melanie. No tienes que preocuparte más. —Sus palabras intentaron tranquilizarme—. Ahora, ¿te puedo llevar a por algo de comer?
Tomé mi celular y vi la hora.
—Tenemos una hora y media. Lo que podamos lograr en ese tiempo, lo acepto —respondí. Aproveché y miré los mensajes por si Isabel había respondido. Lo había hecho. Era un mensaje largo que empezaba por signos de admiración. Bueno, más tarde lo leería completo. Le envié un mensaje rápido con el número de placa del auto de Alec. Lo puse como “el Uber en el que regreso a casa”.
—Puedo trabajar con eso —dijo mientras ponía en marcha a su auto. Me puse cómoda y Alec salía de la zona rosa. Mi celular comenzó a vibrar y como estábamos en un espacio cerrado sin más ruido que nuestra respiración, Alec lo escuchó. Dejé que vibrara un rato—. ¿No contestarás? —preguntó.
—Sí, lo haré. Solo busco la forma en que sea menos incómodo para ti.
—¿Por qué?
—Porque con el volumen de su voz, tal vez escuches todo. —Le expliqué.
Alec extendió su mano y encendió la radio. El volumen estaba moderado.
—¿Mejor? ¿O estaciono y me bajó? —preguntó.
—Está bien así —dije antes de contestar; de ninguna manera iba a pedirle que se baje de su carro. Con el corazón alborotado, saludé a Isabel.
—No puedo creer que te fueras de esa forma. ¿Sabes lo preocupada que estaba cuando no te pude encontrar? Te dije que te llevaría a tu casa y si te querías ir, nos hubieses dicho. ¿Qué pasó? ¿Por qué te fuiste?
—Solo estoy cansada, Isabel. Ya lo sabías —respondí en un tono de voz de lo más tranquilo—. Pasaré por algo de comer e iré a casa.
—¿Dónde estás? Voy por ti. Igual ya tengo hambre también. Amor, ve por mi bolso, nos vamos —le dijo a Miguel.