No puedes aparecer así. No sin avisar. No cuando ya estoy cansado de fingir que no estás. Siempre estás aquí. Te metiste en mi cabeza como si fuera tu casa, como si no importara que a mí me moleste. En cada pensamiento, en cada decisión. No puedes estar en mi cabeza, ya no.
Mírame, miranos. Y ahí estás, ese rarito que ya acepto su realidad, te resignas a esta realidad porque no conoces otra. Te niegas a cambiar lo que haces mal. No por ignorancia, sino porque te da miedo lo que viene después del cambio. Sabes que haces las cosas mal. Lo entiendes, lo admites… pero no las cambias. Sabes que necesitas ayuda, un psicólogo, alguien que pueda mostrarte otra forma de ver el mundo. Pero lo rechazas. Porque ya sabes lo que está roto. Solo no quieres repararlo.. No es que no sepas qué hacer. Es que no quieres hacerlo. Y eso, es lo que más odio de ti.
Y lo entiendo. Porque yo también soy así. Daría todo por verte feliz. Pero sigues fingiendo ser ciego cuando distingues los colores en un mundo de grises. Ya sé que no fui el mejor, pero no me culpo, porque no fui yo quien me dio este dolor. Tú fuiste quien me dio el dolor.
Te veo claro, aunque te escondas en discursos bonitos y detrás de los demás. Eres el que se mira al espejo esperando ver a otro, cuando sabes que siempre te encontrarás a ti mismo. Eres el que se convence de hablar con otra persona cuando solo hablas contigo.
Eres ese raro que no sabe decir(se) “te amo”.
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Editado: 14.05.2025