Hay cosas que simplemente no se pueden explicar. Como por qué solo en este bosque nieva en junio. O por qué, en cuanto miré sus ojos, supe que no iba a poder salvarla.
La encontré temblando junto al arroyo, con los labios morados y los pies desnudos sobre la escarcha. No sabía quién era. Ni siquiera cómo sostener una taza. Cantaba, y su voz se perdía como el viento entre los árboles.
Y, aun así, era todo lo que me faltaba.
Amarla fue como intentar atrapar nieve con las manos. Hermoso. Breve. Irremediablemente doloroso.
Porque la nieve siempre se derrite.
Y lo que queda... es el frío.
Un frío que no se va nunca.
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Editado: 20.09.2025