cuando nos convirtamos en estrellas

10| La familia Berlusconi

10| La familia Berlusconi

Ganas de morir y dormir profundamente.

Es lo único que se percibe totalmente en mi rostro cuando una azafata avisa que en menos de veinte minutos aterrizaremos.

Pero no soy la única con el sueño tan ligero, pues cuando giro mi rostro y veo hacia mi costado, noto que mi acompañante tiene la misma cara de cansancio que yo. Sus ojos prácticamente dicen «Me muero de sueño» Y estoy casi segura que ambos preferimos estar durante unos minutos muertos para dormir aunque sea un poco.

Aunque supongo que no debería pensar eso y menos cuando estamos sobre un avión a punto de realizar un aterrizaje.

Me levanto del asiento y voy hacia el baño antes de que sea obligatorio volverse a ajustarse los cinturones, mi cara parece la de un zombi cuando me veo en el espejo; las ojeras profundas y violetas, la tez palida y el cabello aplastado por estar catorce horas bajo el peso de mi cabeza y el asiento.

Damian se ha quedado totalmente dormido cuando vuelvo, la azafata advierte que en menos de diez minutos estaremos pisando tierra, abrocho mi cinturón y el suyo. Mi vista se desvía hasta la ventanilla y percibo los primeros rayos de luz, el sol asomándose por el horizonte parece una pintura plasmada, el azul del océano, el paisaje de la ciudad desde la distancia. Todo se ve hermoso, finalmente estoy en Italia.

—Damian, despierta —lo llamo.

—Mas vale que me estes llamando porque hay algún aperitivo.

—Abre los ojos, Italia está debajo.

Muy a mi pesar me hace caso.

—Vaya...—se queda pasmado con la mirada perdida en la ventana.

—¿Verdad que se ve precioso?

—Es espectacular.

—Hemos llegado.

Los restantes minutos transcurren rápido, en un abrir y cerrar de ojos ya estamos abajo del avión esperando por las maletas y el resto del equipaje.

—Así que así se siente viajar —hace crujir los huesos de su espalda —Es como una resaca, pero sin alcohol de por medio.

—Y eso debe entristecerte muchísimo.

—¿Que te hace creer que soy un alcohólico?

—Mejor no hables de alcohol frente a las personas que van a pagarnos el salario estos meses —hago que guarde silencio, salimos y el maromo de gente en el aeropuerto es lo primero que nos recibe en el nuevo continente.

Los nervios empiezan a jugarme una mala pasada, un montón de personas corren y caminan de aquí para allá buscando a su familia o procurando no llegar tarde a su vuelo. Mi mirada busca a la familia Berlusconi, pero no la encuentro. ¿Qué pasa si se olvidaron de nosotros? ¿O si nos dejan plantados? ¿O si estamos en la terminal equivocada? Miro a la pantalla de coordenadas. Terminal 15,Siena. Estamos en la correcta ¿pero por qué...?

—Ese hombre nos está saludando ¿Son ellos? —Damian me codea y me doy la vuelta para mirar a donde él dirige su mirada.

Me quito un peso de encima al ver los que parecen ser Liz y Benjamín Berlusconi haciéndonos señas.

Agarro la manija de mi maleta y vamos hacia ellos, un cálido abrazo con aroma a canela es lo que me da la señora Berlusconi al vernos.

—¡ Es un gusto conocerlos! Los niños están emocionados por sus nuevos niñeros —abraza a Damian también. Me sorprendo su perfecto dominio del inglés.

—El gusto también es nuestro —aseguro, y caigo en la cuenta que es hora de iniciar con la mentira—Él es Fred, aunque prefieren que le digan por su segundo nombre, Damian. Es un haz con los niños, ya se darán cuenta.

Omito que mi cara se vuelva una mueca l percibir como el susodicho me da un pellizcón.

—Encantada también —Estrecha su mano la señora de familia sin darse cuenta —. Ya me presenté en las video llamadas con Quinn, pero nunca está demás hacerlo de nuevo, mi nombre es Lizabeth, pero todos me dicen Liz.

—Damian —repite él mostrándose cortés cosa que también me sorprende. —Y mi novia es una obsesiva de la limpieza, así que amará que le asignen todos los quehaceres.

Ellos dos se ríen y yo debo hacerlo también antes de propinarle un pisotón.

—Benjamín Richeto. Pronto un Berlusconi más—saluda el esposo de Liz.

—O quizá nosotros nos convirtamos en los próximos Richeto —bromea su mujer de casi cincuenta años, pero que aun así se mantiene en mejor forma que yo, con unas caderas anchas y piernas tonificadas al igual que un impecable corte de cabello sobre los hombros que destaca su pelo rubio y sus ojos miel.

—Dudo que a los niños le guste la idea —responde dejando caer su sonrisa un poco. Ya veo, un poco de ventisca en el paraíso de los futuros esposos.

—Estoy segura que pronto cambiarán de parecer—Animo, obteniendo una mirada amable de su parte. —¿Verdad, cariño? —Me dirijo a Damian.

El mismo me mira con una ceja enarcada sin entender. Disimuladamente golpeo su costilla.

—Oh, claro. Seguro lo hacen, Botellita de kétchup.

Seguido a esto, pasa su brazo por mi cintura y aprieta de esta.

—¿Como diablos me has dicho? —susurro entre dientes.

—A eso me recuerda tu pelo.

—Podrías hacerlo mejor —recrimino.

—Y lo estoy haciendo mas creíble ¿no ves? —contesta acercándome más a su cuerpo—Vamos, abrázame tú también.

—Voy a abrazar tu garganta y luego voy a estrangularla con mis manos si sigues haciéndolo.

—¡Ay, queridos! ¿Quieren una foto? Se ven muy tiernos —ofrece Liz.

Negamos sutilmente la oferta y eso es suficiente para que podamos separarnos otra vez.

—¿Vamos yendo si les parece? A los niños ya los llevamos a la escuela, pero ustedes tienen toda la mañana para acomodarse y descansar un poco antes de que lleguen —Avisa el futuro padre de familia mientras toma una de mis maletas y nos encaminamos hacia el estacionamiento.

Son casi cuarenta minutos de viaje. La familia Berlusconi vive a las afueras de Siena, así que hasta llegar me aseguro de descansar un poco mis ojos.

—¡Hey, Quinn! —Alguien sacude mis hombros, me despierto alarmada y otra vez tengo a Damian delante de mí sacudiéndome para despertarme




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