cuando nos convirtamos en estrellas

13| ¿Eso que veo ahí es cerveza?

13| ¿Eso que veo ahí es cerveza?

Recapitulemos.

Bienvenidos a la familia Berlusconi:

Hubo alguna vez un padre (nadie sabe si ahora está muerto)

Una mamá joven que se casó con otro hombre rico (ojalá todos tuviéramos esa suerte)

Y tres hijos:

Una adolescente de quince años engreída y soberbia, obsesionada con salir de fiesta.

Una niña de pelo verde que en cualquier momento incendiará la casa, o dejará calvo a alguno de sus niñeros (espero por mi bien que se trate de Damian)

Y un niño pequeño de siete años que duerme con su rata-barra-hámster-barra chinchilla a la cual esta mañana Damian estuvo casi a punto de ahogar.

A esta familia se le suman dos nuevos miembros: Quinn Montesinos, (yo)y Damian Ulbergh, alguien que apareció de imprevisto, le dieron comida y nunca se fue.

Pero de estos siete miembros que conforman ahora a la familia Berlusconi, pronto solo quedarán cuatro cuando Benjamín y Liz se enteren que sus dos nuevos niñeros descuidaron a uno de los niños y esta se escapó a una fiesta.

El taxi se estaciona en la esquina del frente, de tal manera que desde la distancia podemos observar a un grupo de adolescentes bailar y divertirse en el porche de la casa sin que ellos se fijen demasiado en nosotros.

—Disimuladamente mira a esa ventana y dime si tú también crees que es Chiara—Me pide el oji-gris apuntando hacia un ventanal de la casa.

Evidentemente, el mismo atuendo de esta mañana y el rubio tan particular de su pelo, es ella.

—¿Lo que tiene en la mano es cuna lata? —entrecierro los ojos.

—No hay que armar un escándalo. Podrían enterarse los Berlusconi.

A lo lejos observo como la hermana mayor de los Berlusconi bebe de su lata.

Yo conozco esa marca.

Oh, no. Esa niña no probará la cerveza antes de la edad que lo hice yo.

Salgo disparada hasta la casa.

—¡¿Qué parte del no salgas fue la que no entendiste?! —escucho que gritan de atrás.

—Evidentemente la parte del no —aclara la hermana mediana.

Estoy a menos de cinco metros de tocar a la puerta o en el peor de los casos, abrirla a patada, cuando una mano masculina rodea mi cintura y me impide seguir el paso.

—No puedes entrar como si fuera tu casa.

—¡Pues mira como sí! —hago el intento de zafarme.

Pero por supuesto, su agarre es mas fuerte. A lo lejos escuchamos la risa de Luigi y Lydia encantados por el espectáculo.

—Yo iré a buscarla —propone —Si voy yo será más fácil, es mi responsabilidad, creo que ayer le metí ideas erróneas en la cabeza sobre disfrutar la adolescencia y vivir sin pedir permiso.

—¡¿De verdad le dijiste eso?!

—¡Y estoy aceptando la culpa!

—¡Aceptaras una patada de mi parte si esa niña vuelve borracha a la casa!

—Es una pareja tan rara...—escucho por parte de Lydia.

—¡Vuelvan al taxi! —el grito resulta al unisono.

Decido entonces que gritar no ayudará a que la situación se revierta y acepto que Damian vaya al rescate de la mayor de los hermanos. Vuelvo al taxi con los restantes dos y me toco la frente para verificar que mi vena saltante no esté pues...exaltada.

Los minutos se me van haciendo eternos y veo como más manecillas de mi reloj se van moviendo cada vez más rápido.

—A esta hora debería estar en mis clases de matemáticas y Luigi haciendo la tarea ¿Qué pensarán mamá y Benjamín cuando se enteren de esto? —Las pestañas de Lydia revolotean a mí al rededor risueñas.

—No pienso ceder a chantajes.

—Mamá paga unos dinerales para que yo apruebe esa tortura numérica.

Odio la sensación que me provoca saber que se aproxima una confrontación,

—¿Qué quieres a cambio de no contar nada? —desisto entonces cansada.

—Pizza para cenar y televisión ilimitada.

—¡Y un pato! —añade su hermano.

—Te ofrezco pizza para la cena, televisión hasta la siete y nada de patos.

Se miran ente si.

—Aceptamos.

Antes de que puedan pensar un chantaje mejor, Chiara y Damian aparecen en mi radar de visión saliendo de la casa.

—Solo digo que tardaron más de lo que pensé —acepta al llegar a nuestro lado. —Y podrían haberme enviado un mensaje, no había necesidad de que te aparecieran como un guardaespaldas.

Estoy a punto de replicar algo, cuando Damian se me adelanta.

—No habrá celular para ti hasta que Quinn decida, estás castigada.

¿Está qué? Pongo la misma cara de sorpresa que Chiara, lo dice tan serio y tan firme, que esta ultima ni siquiera pone reparos a nada. Los cinco volvemos al taxi y esperamos hasta llegar a casa, ya más calmados y tranquilos, doy fe a mi palabra y preparo pizza para la cena, Damian lava los trastes y Luigi y Lydia ponen la mesa, todos cenamos para antes de las nueve e incluso Chiara baja a cenar por el aburrimiento de estar castigada, su enojo con el oji-gris pasa a segundo plano cuando este saca de la heladera su batido de apio y manzana verde que antes le había prometido hacer.

Horas mas tardes, los señores Berlusconi llegan directo a acostarse y yo me quedo en la planta de abajo utilizando su laptop prestada.

—Necesito una cerveza para darle fin a este día del horror—escucho decir a Damian cuando baja las escaleras después de cerciorarse que los tres hermanos se hayan acostado y afre el refrigerador.

—Ahí solo encontrarás agua de jengibre y batidos sin sabor.

—¿Por qué no pudiste elegir una familia con padres divorciados y alcohólicos? —se lamenta, verificando que efectivamente, solo hay eso en el refrigerador.

—Eres cruel.

—Ha sido un día largo, solo soy un hombre que sería feliz con una cerveza —mira con curiosidad por encima de mi hombro —¿Y eso que es?

—Buses con destino a Candeli, pero la fecha más próxima es en tres semanas. —me encojo de hombros, es demasiado tiempo.

—Yo podría llevarte.

—¿Rose te pidió que me cuidaras?

—¿No puede ser mi acto de buena fe?




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