cuando nos convirtamos en estrellas

19| Eso que tenemos en común.

19| Eso que tenemos en común.

—¡Chiara! —grito desde el pasillo el miércoles a la mañana. —¡Quiero ver tu trasero sentado en el comedor antes de que pestañeé!

En la cocina, Damian se encarga de preparar el desayuno mientras ayuda a Lydia a pegar las últimas pelotitas de poliestireno para su proyecto de ciencias. —Todavía no puedo creer que se haya acordado del trabajo ayer por la noche—Y menos puedo creer que yo pueda mantenerme despierta a las siete de la mañana, luego de haber pasado la noche en vela pintando bolitas de espuma plast que asemejan ser planetas.

Miro de reojo a Damian, él todavía tiene pintura azul en la cara y cada cierto tiempo Lydia lo sacude para que no se quede dormido con la mano dentro del recipiente con pegamento express.

—¿Me sirves más jugo? —pide Luigi distrayéndome. Asiento y voy hacia la juguera, escucho pasos bajar por las escaleras y cuando me volteo, veo que Chiara ya está sentada en la cocina. Agarro el batido de frutas y los cereales de avena, dejo todo delante de ellos y por fin me puedo sentar a desayunar.

Observo a cada uno devorar su comida en silencio, creo que este momento es mi favorito del día, poco a poco nos vamos acoplando a la rutina, y cada día vamos mejorando la puntualidad. Ahora casi que llegamos temprano a todos lados y no nos olvidamos de ningún niño.

Es todo un progreso.

—Y bien. ¿Van a ir hoy a la reunión con la directora? —cuestiona Lydia terminando de comerse su tostada a la vez que pequeñas migajas caen sobre Mercurio.

—Ocho y media —recuerda Damian, concentrado en pegar la bolita que representa a Venus sobre un escarbadientes.

—Iremos después de dejarlo en la escuela —contesto.

El lunes a la mañana, bajé preparar el desayuno encontrándome un post-it en la heladera de Liz, la directora había llamado para hablar con ellos, pero como no podían ir por temas del trabajo, necesitaban que nosotros fuéramos en su lugar. Intuyo que se trata de Luigi y los moretones que trajo la última vez a casa por su supuesta pelea.

—Si les dice algo de mí no le crean. Está loca— admite sin vergüenza —A menos que diga algo bueno, ahí si créanle.

—El día que algún maestro diga algo bueno de ti será porque finalmente lo dejaste psiquiátrico—objeta su hermana

—Ya, y el día que tú traigas amigos a casa será porque los habrás sobornado.

Seguido a esto comienza una discusión de la que no me molesto en formar parte, no hay cuchillos en la mesa de todas formas.

Los niños terminan de pelear cuando advierto que ya es hora de ir tirando para la escuela, los tres se levantan y van escaleras arribas para ir por sus bolsos, hago lo mismo que ellos y me yergo de mi silla para dejar todos los platos sobre el lavavajillas.

El trayecto a continuación es ruidoso y rápido. Discusiones por cambiar de estación, un par de pisotones, codazos, Lydia preguntándome que voy a preparar para el almuerzo, Chiara pegada a su celular, Damian quejándose del tráfico y finalmente llegamos.

Los niños se bajan y nosotros vamos detrás de ellos.

No llegamos a poner un pie en el pasillo cuando los tres ya han desaparecido, abro la boca para pedirles que regresen y nos ayuden a encontrar la consejería, pero los pierdo de vista.

Los dos echamos a caminar sin un rumbo definido, miro para todos lados buscando algún cartel de consejería u oficina y un montón de estudiantes se nos quedan mirando. O bueno, más bien se lo quedan mirando a mi compañero, varias alumnas pasan a nuestro al rededor y se lo comen con la mirada, él parece inmutarse de ello y las saluda. Les regala una sonrisa coqueta y hasta tiene el descaro de guiñarles el ojo a un par.

—Te recuerdo que siguen en la escuela—le hago memoria, cruzándome de brazos y viendo a lo lejos lo que parece ser una sala de oficina.

—Y yo solo las estoy saludando, hay que ser educados —Me contesta encogiéndose de hombros.

No espera a que le conteste y se acerca a una de las chicas para pedirle indicaciones, ruedo los ojos y voy detrás de él. Va a terminar preso y yo voy a tener que devolverme de Italia por su culpa.

—Sigue recto y gira a la derecha, verás un cartel con el rótulo de «Dirección» —señala con una perfecta fluidez inglesa—. La oficina de la directora está justo al lado de la biblioteca, puedo acompañarte si quieres.

—No queremos causarte molestias. Pero gracias por la ayuda, nos vemos luego.

Escucho por lo bajo algunos murmullos del grupo de amigos. No entiendo del todo su conversación en italiano, pero si logro distinguir las palabras: "Buenazo", "trasero" y "cara de bruja" supongo que ese último va dirigido a mí.

—Espero que ese "nos vemos luego" no sea una invitación.

—¿Sientes celos?

—Solo ganas de vomitar.

—Admite que no soy tan desagradable a la vista.

—¿Tu mamá te mintió así?

—Oye, no metas a mi madre en esto —rezonga, cruzamos el pasillo y divisamos una puerta con un cartel de despacho en su ventana a lo lejos. —es ahí.

La oficina que vemos a continuación es pequeña. Dentro únicamente hay repisa atestada de archivos y cuadernos, un escritorio de madera con una silla modesta a disposición de la directora y otras dos sillas para visitas.

—¿Vienen de parte de los Berlusconi? —pregunta acomodando sus gafas.

Los dos hacemos un gesto afirmativo y con la mirada nos pide tomar asiento. Deja de un lado la carpeta que está leyendo y levanta la cabeza para mirarnos con mayor atención.

—Hubiera preferido que vinieran ellos, pero entiendo que estén ocupados, veamos...—añade—Quinn y Damian, ¿verdad?

—Intuyo que quiso citar a los señores Berlusconi por lo ocurrido con Luigi.—argumento— ¿Qué fue lo que ocurrió exactamente en su clase de natación?

—Fue una discusión en los vestuarios que a la salida terminó siendo una pelea, de todas formas, ya todos los implicados fueron amonestados. El acoso no es algo que se tolere en este instituto. —expresa, buscando en sus cajones una carpeta— Sin embargo no los llamé para hablar de eso.




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