cuando nos convirtamos en estrellas

20| Madrina

20. Madrina

El viernes a la tarde cuando se cumplen cuarenta y ocho horas desde que Benjamín y Liz salieron de viaje, Damian y yo nos mantenemos ocupados en la sala de estar vigilando a los niños en su tarde libre.

Luigi mira una película de fantasía en la tele, Damian lo acompaña con unas palomitas y un jugo de naranja en mano mientras que Lydia está junto a Joshué sentada en la mesa ratona terminando una tarea de álgebra.

Salgo de la cocina en donde me entretuve curioseando con el hornillo eléctrico y me asomo por la isla comedor para llamar a Damian.

—Oye —chito. Aparta la vista del televisor y me observa—¿Puedes ir a ver cómo está Chiara? Hace horas que no sale de su cuarto.

Si algo aprendí de esta casa es que el silencio nunca significa nada bueno. Y se supone que estaba practicando con su chelo.

—¿Por qué no vas tú?

—Estoy preparando un flan de huevo, si me descuido un par de minutos del horno y se desinfla, terminaremos comiendo una tortilla para el postre. —Insisto.

Y aunque se queja un poco termina levantando su trasero de sofá para hacer lo que le pido.

—Pero no despiertes a Luigi —Apunta con la barbilla al pequeño niño rubio que duerme con un pie sobre el respaldo del sillón y otro rozando el suelo—Se durmió hace un rato y ayer por la noche se pasó a mi cama porque no podía dormir. Creo que extraña dormir con su madre.

—Es muy tierno. —se me encoge el corazón.

—Lo dices porque tú no terminaste durmiendo en el piso —Se queja.

Y aunque intenta esconderla, una sonrisa se forma en sus labios. Busco en los cajones una manopla y le devuelvo la sonrisa genuina.

—Anda, ve.

Y cede a mi pedido, me doy la vuelta para sacar el flan de huevo del horno y escucho sus pisadas subir por las escaleras, dejo la bandeja de metal sobre la mesada de granito y mientras espero a que Damian vuelva, cojo una de las cobijas de la estantería y tapo con ella a Luigi. Estoy a punto de tomar el control remoto para bajar el volumen cuando se despierta, se remueve debajo de la manta y murmura algo que no logro alcanzar a entender.

—¿Qué dices, Lu?

—Tiberius —Pide balbuceando entre sueños—¿Me lo traes?

—¿Dónde lo has dejado?

—En tu habitación —contesta.

Subo las escaleras y de camino por el corredor escucho unos murmullos que proceden del cuarto de Chiara, supongo que ella y Damian están charlando. Sigo mi trayecto y llego a mi cuarto, me pongo de cuclillas para buscar a la chinchilla.

No la encuentro.

Últimamente Luigi la deja ser libre por la casa y temo que un día de estos sea succionada por una aspiradora.

Abro mi closet para buscar al roedor adentro del bolsillo de alguna sudadera.

Reviso una, reviso dos, reviso tres, no hay rastro de la chinchilla, pero dentro de la sudadera que llevé el fin de semana pasado a Candeli encuentro un papel arrugado sin forma. La hoja es un poco amarillenta y la tinta está algo gastada, confirmo así mis sospechas de que es una noticia añeja y puede que olvidada. Pero eso es lo que menos me interesa, lo que llama la atención con desmesura es un apellido remarcado en el titular de la noticia.

Dopo il trasferimento del sacerdote, la chiesa di Santa Maria celebra la sua riapertura finanziato dalla famiglia Montesinos, con una nuova sacerdotessa responsabile, Madre Dennise.

—¡Damian! —llamo, bajo las escaleras a trote para buscarlo, necesito que me lo traduzca.

Sin embargo, no encuentro al niñero, solo a Joshé que intercepto en las escaleras.

—Hey —llamo su atención. —Tradúceme esto.

Le dejo delante de los ojos el papel arrugado. Me mira sin comprender, pero sus ojos se mueven rápidamente de un párrafo a otro leyendo.

—Habla de una familia que donó mucho dinero para la reinauguración de una iglesia —me explica. —El artículo dice que en 2006 el mandato de dicha iglesia cambió de entidad religiosa ¿Para que necesitas esa información? ¿Estás escribiendo algún artículo sobre Candeli? Allí vive mi madrina, ella puede ayudarte.

Unos pasos resuenan detrás de nosotros y desde la puerta que da al jardín aparece Damian. Sus cejas se enarcan observándonos y me mira con una mirada reprobatoria, me doy cuenta que prácticamente he empujado a Joshué contra la pared y estoy invadiendo su espacio.

—Y después dices que soy yo el que va a terminar en la cárcel —regaña—. ¿Qué estás haciendo con el niño?

—No soy un niño, tengo dieciséis. —refuta el crío.

—Al final resultó que sí había guardado uno de los papeles —explico y al igual que como hice con Joshué, le dejo el papel arrugado frente a la cara.

—¿La familia Montesinos fe la que reformó la iglesia? —Se aparta.

—Así es —y apunto a otra esquina del papel—Y ahí ce el nombre del periódico donde se redactó la noticia.

—No creo que lo encuentres en internet, fue hace mucho.

—Pero las bibliotecas guardan archivos, ¿verdad?

—Si, eso supongo, pero...

—Y en Candeli solo hay una.

—Quinn...—advierte.

Me doy la vuelta para mirar al crio de dieciséis años de frente.

—¿Has dicho que tu madrina vive en Candeli?

Asiente.

—¿Y tienes planes para este sábado? —pregunto.

—¡Quinn! —recibo un regaño todavía mayor por parte de Damian.

Joshué se rasca la nuca y después ladea la cabeza.

—No creo tener demasiado planes. —contesta.

—Genial, le dices a tu madre que te irás de paseo con los Berlusconi y nos acompañas a Candeli mañana por la mañana.

Ni siquiera me molesto en levantar la vista para ver a mi compañero, ya me imagino su cara de enfado.

—Dios mío estas loca, ese flan de huevo te fritó las ultimas neuronas —lo escucho regañar por lo bajo.

—¡Puedo ir yo sola! —debato—Tu quédate con los niños.

—Ya, si claro. Y que jueguen conmigo a romper la piñata y me aten a mi de un palo.

—Tengo que volver. —insisto.

—No podemos viajar a Candeli.




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