cuando nos convirtamos en estrellas

23| Las actas falsificadas

23| Las actas falsificadas

Creo que no son ni siquiera las siete cuando el ruido molesto comienza a sonar de manera constante e insistente a la mañana siguiente.

Me remuevo en la cama y lo empujo para que se despierte, pero los segundos pasan y él ni siquiera se inmuta de lo que sigue sonando.

—Apaga el despertador. —pido.

Como respuesta obtengo un "Mhm" de sus labios.

—Damian —Lo llamo más alto. El celular está de su lado de la cama y aunque intento estirar los brazos para alcanzarlo, no logro tomarlo. —Apaga eso antes de que prenda fuego tu alarma.

Esta vez abre los ojos y se da la vuela para quedar boca arriba. Se queja en murmullos que no logro distinguir y se pasa una de las manos por la cara mientras con la otra apaga el despertador.

Como decidimos no contarle la verdad a Vivian, ella sigue creyendo que somos pareja, por lo tanto, no le vio inconveniente en prestarnos el mismo cuarto.

En una primera instancia —y luego de discutirlo durante varios minutos— decidimos que lo mejor era jugar un piedra papel o tijera para ver quien dormía en el suelo y quien se quedaba con la cama.

Pero luego de que yo ganara, y él honorablemente aceptara su derrota, a eso de las tres de la mañana, cuando no podía dormirme porque oía como una y otra vez se daba vueltas sobre el piso y se quejaba, me apiadé de él y puse un par de almohadones en el medio de la cama para que pudiéramos dormir.

—Eres un rayo de luz por la mañana —ironiza.

—Y tú debes tener plumas metida en los oídos. —me defiendo.

Me doy la vuelta para salir de la cama y buscar mi valija.

—No me hagas memoria de las gallinas.

También se levanta pero a diferencia de mi, solo busca debajo de la cama sus zapatillas.

Yo me voy directo a la ducha y lo veo ir escaleras abajo hasta la cocina, cuando salgo y me dirijo al comedor, lo encuentro en el comedor en compañía de Lydia y Lu.

—Buenos días, ¿Qué tal dormiste? —Me saluda la peli-verde, me alegra ver que todo vuelve a la normalidad y que ya ninguno está molesto conmigo—. Un pajarito nos estaba contando que eres como una karateka cuando duermes.

—El pajarito miente. —me sirvo una taza de té.

—Al pajarito le duele la espalda y el cuello —farfulla Damian.

Pasa por mi lado con dos platillos y deja uno frente a Lydia, que con mucho esfuerzo y por tener una pierna engasada reposando sobre otra silla, se estira lo suficiente como para tomarlo. El restante me lo tiende a mí.

—Yo tampoco dormí muy bien—admite el más pequeño, con sus ojitos adormilados y su pelo rubio todo hecho un lío—Joshué ronca demasiado.

—¿Y dónde está? —pregunto, empiezo a devorar mis tostadas.

—Está en el jardín, con Chiara. Vivian los mandó a buscar huevos para hacer un omellete en el almuerzo.

Lo miro extrañada.

—Como yo tengo la pierna lastimada y Lu es alérgico a las plumas, no le quedó de otra que aceptar —explica su hermana—. Me sorprende todavía no haberla oído gritar.

—¿Y cuales son los planes de hoy? —cambia de tema el hermano más pequeño.

Hemos decidido que no habrá más mentiras entre nosotros y, por lo tanto, también les confesamos el verdadero motivo del viaje.

—Buscamos un poco en internet y dice que la biblioteca no abre hasta las diez. Así que dentro de media hora iremos para allá. — le contesto—Joshué se ofreció a acompañarnos porque necesitamos un traductor.

—Pero ustedes pueden quedarse acá y conocer un poco mejor el pueblo, no es necesario que nos acompañen si les resulta aburrido—agrega el oji-gris.

—Yo no creo que pueda caminar mucho...—se lamenta Lyd.

—Ya verás que hoy a la tarde el tobillo estará mucho mejor —la tranquilizo.

Por la puerta trasera vemos aparecer a Chiara y a su compañero de clase, Joshué nos saluda alzando la mano y deja sobre el mesón una canastita de hilo con un montón de huevos.

—Hoy comerán el mejor omelette del mundo—nos indica con una sonrisa gigante plasmada en la cara.

—Yo tengo más ganas de comer gallina rostizada—se queja Chiara, pasa por delante de nosotros y se va directo al lavamanos, se desinfecta con alcohol y jabón y se sienta a nuestro lado.

—¿Tan fatal ha ido?—indago.

—¡He roto otra falda!

—A este paso no vamos a poder ir a ordeñar vacas esta tarde. —se lamenta Joshué, aunque la realidad es que se burla.

Miro el reloj sobre la heladera y veo que ya son casi las diez y cuarto.

—Si ya estás listo, tenemos que ir yendo —le digo a Joshué y él no pone reparo.

Damian se levanta para terminar de lavar las cosas y vestirse. Lo esperamos en el portal, los chicos se quedan solos un par de horas prometiendo que se portarán bien hasta que Vivian vuelva de su trabajo, y nosotros tres partimos juntos al centro del pequeño pueblo en busca de su biblioteca pública.

Lo esperamos en el portal, los chicos se quedan solos un par de horas prometiendo que se portarán bien hasta que Vivian vuelva de su trabajo, y nosotros tres partimos juntos al centro del pequeño pueblo en busca de su biblioteca pública

—Es aquí —Nos indica el quinceañero cuando nos detenemos frente a unas anchas paredes blancas de un edificio de hormigón.

Apaga su celular donde antes estaba utilizando el GPS y llama al timbre, nadie nos contesta y al tocar el picaporte nos damos cuenta de que la puerta no tiene seguro, así que decidimos entrar.

La fachada de la biblioteca pública se deleita por sí sola, sus paredes son altas y su color piedra es apenas visible por la cantidad de estantes viejos que tienen delante, hay dos mesas largas y de madera en el centro y tres pequeñas computadoras enchufadas en lo que parece ser una pequeña sala de informática a un costado de los sanitarios.

No hay nadie, solo estamos nosotros caminando por sus corredores, y estoy a punto de colocar mis dedos sobre un libro polvoriento, cuando Joshué nos llama desde otra sala y junto con él, viene un hombro robusto y anciano apoyándose sobre un bastón para facilitar su caminata.




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