cuando nos convirtamos en estrellas

27| Plutón

02 de diciembre

Estaba preparando el almuerzo para mi madre y para mi cuando Stefano apareció en la cocina y bajo la excusa de alcanzar la estantería que estaba justo encima de mi cabeza, frotó su cuerpo contra mi espalda baja.

Me aparté, le grité y mamá con todo el esfuerzo del mundo se levantó para ver que había ocurrido, está de ocho meses, no debería esforzarse demasiado, pero me sentí tan asqueada y con tanta ira que por esos segundos donde todo sucedió, olvidé que estaba intentando no perder la tolerancia.

Le dije que Stefano era un acosador, que se había metido en mi habitación a las tantas horas de la madrugada, que había ocultado las llaves, que buscaba cualquier excusa para rozarme y que ese día había frotado su miembro contra mi espalda.

Stefano enloqueció, le dijo que era una malagradecida y que estaba mintiendo, que no entendía como yo, sabiendo que el ponía todo su esfuerzo, no le aceptaba como padrastro. Incluso soltó lagrimas, mamá también, yo le insistí en que me creyera, pero dudo mucho que lo haya echo.

Ahora estoy castigada, ya no puedo entrar a mi ático, llamé a Alex llorando, me ofreció quedarme unos días en su casa, acepté y ahora conozco un poco más de su mundo. Su casa es modesta, está un poco descuidada puesto que su madre se marchó hace mucho y su padre pasa la mayor parte de tiempo en su trabajo, es mecánico.

Su habitación está pintada de negro, tiene una galaxia dibujada en el techo y me confesó que le encantan las ciencias, mientras me hablaba de las teorías que había estado leyendo, sus ojos se le iluminaron, sonreí con él. Creo que nunca antes lo había visto tan guapo.

No tiene mascotas, pero le gustaría tener un perro. Su padre no se lo permite puesto que no le agrada mucho la idea de sumar otro gasto a los que ya tienen. Me dijo, "Anissa, si una lampara de deseos apareciera justo ahora y me permitiera conceder solo uno, desearía irme de aquí y encontrarme a mi mismo. Te veo tan comprometida con tu sueño de ser artista que me pregunto cuanto falta para conocer el mío. Me muero por conocer eso que me ata con fuerza al mundo, pero quizá solo soy esa ancla olvidada al fondo del océano"

Le contesté que los sueños no son anclas sino remos. Y para saber guiarlos hay que enfocarse en el camino que señalan las estrellas. Desde su ventana se podían ver algunas, así que pasamos el resto de la primera noche trazando mapas imaginarios en el cielo.

Algún día, si todo sale bien, él también conocerá esa constelación que lo guie hasta su felicidad.

A.




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