40| Decisiones difíciles.
El desayuno del domingo por la mañana es tan incómodo y silencioso que la tensión puede cortarse con el cuchillo de la mantequilla.
No descansé como hubiese deseado, las inquietudes y las dudas en mi cabeza impidieron que reconciliara bien el sueño. En la madrugada desperté varias veces con la esperanza de que todo hubiera sido una pesadilla, pero solo bastaba abrir los ojos para darme cuenta de la dura realidad; todo había sido real.
Me distraigo untando mermelada sobre mis tostadas al tiempo que sigilosamente levanto la vista y observo a Ben y a Liz. Ninguno nos ha dicho nada desde ayer a la noche, pero no puedo negar haber oído la discusión a media madrugada que se oía desde su habitación.
Me basta solo con ojear por un milisegundo a Liz para darme cuenta de lo furiosa y decepcionada que se siente. Ben al menos me regaló una sonrisa minúscula cuando nos cruzamos en la puerta del baño hace al rededor demedia hora. A su costado los otros que tampoco la pasan bien son sus hijos. Es la primera vez que los noto tan callados, el pecho se me hunde con culpa porque no me gustaría tener que separarme de ellos ahora. Nunca creí que fuera a tomarles tanto cariño, pero ahora que lo hice me cuesta demasiado lidiar con la idea de quizá no volver a verlos.
El desayuno se convierte en una guerra de miradas, mis ojos se cruzan con los de Luigi, luego con los de Lydia y hasta en cierto momento noto como Liz y Damian se miran apenadamente.
Benjamin carraspea y trato de que mi rostro no muestre ningún signo de nerviosismo. Algo inútil la verdad, porque apenas deja una servilleta al costado derecho de su plato y alza la vista, mi boca traga saliva con fuerza y tengo que evitar comenzar a toser.
Miro a Damian y también noto como en su semblante se refleja la curiosidad e inquietud. Exhalo, tomo aire y rozo con mi pierna la suya, no es el mayor gesto de ayuda, pero al menos sirve para que se dé cuenta de que no está solo en esto.
—Ayer fue una noche dura —declara, comenzando con la sentencia—Liz y yo estuvimos conversando, nos costó horas llegar a un acuerdo, pero supongo que ya podemos decir que conseguimos lograr una tregua; siempre y cuando estén dispuestos a escucharla.
Me apresuro a asentir con la cabeza. Siento un alivio inmenso. La palabra «tregua» se oye como la mejor melodía del mundo. Un borrón y cuenta nueva sería lo mejor que podría pasarnos a todos, cualquier acuerdo me vendría bien si eso asegura quedarnos más tiempo en esta casa.
—Llegamos a la conclusión de que nos gustaría que se queden —habla finalmente Liz ganándose una sonrisa por parte de sus hijos que ahora parecen mucho más aliviados de lo que parecían hace diez segundos. —Entendemos que se hayan encariñado con los niños, y también sabemos que ellos se han encariñado con ustedes. No voy a negar que todavía sigo molesta y algo cohibida por lo que pasó. Todavía no puedo creer que hayan engañado y de que tú —mira a Damian —hayas fingido ser otra persona desde hace cinco meses. — Desvía la mirada para calarla en mi— Aun así, tengo que aceptar que el hecho de que hayas decidido realizar este viaje para saber más sobre el paradero de tu familia me conmueve, y viendo que has llegado tan lejos para lograrlo, me remordería la conciencia detenerte ahora.
—Yo crecí sin conocer a mi padre y si hubiera tenido un poco del coraje que tú tienes, creo que a tu edad también me hubiera subido a un avión rumbo a Nepal para conocerlo —añade Ben—Aunque de hacerlo me hubiera enterado de que ya había formado otra familia. De todas formas, debo reconocer que decidir hacerlo siendo consciente de que la realidad puede ser mucho más devastadora de lo que imagines, es algo que solo hace la gente con perseverancia y valentía. Yo tampoco podría obligarte a volver a Estados Unidos.
Me sorprende oírlos hablar de manera tan acogedora, en mi cabeza se había formado un escenario mucho más frío e impersonal que observando los rostros de las demás personas, puedo asegurar que era el escenario que se imaginaban todos.
Asiento, agradecida e intento sonreír, aunque todavía me sienta nerviosa.
—Nosotros también nos enfadamos cuando nos enteramos que nos habían mentido —murmura Chiara, captando mi atención —Nos enfadamos muchísimo, porque era la primera vez que estábamos confiando en alguien y ellos nos habían engañado. Los traté de mentirosos, de egoístas y malas personas. Pero cuando Lydia se perdió en Candeli y los dos salieron corriendo desesperados para encontrarla, con el miedo en la mirada de que algo le pasara, me di cuenta de que su cariño era sincero. Que la habían liado un montón, pero que estaban intentando repararlo. Y eso tuvo más peso que cualquier enfado por mi parte. Por parte de todos.
—¿Perdieron a Lydia? —Es el primer retazo de palabras que capta su madre.
Enseguida siento como se me nubla la vista de nuevo y abro la boca para disculparme apenada.
—Pero me encontraron rápido. —Lydia es más rápida.
—Y volvió sin ningún arañazo—añade Damian.
Solo con una pierna desguinzada.
—Pero, ¿cuál era el acuerdo que iban a proponernos? — hago lo mejor que puedo para cambiar de tema.
Ben se remueve en su silla llevándose las manos a los bolsillos traseros de su pantalón y de allí extrae un sobre que tiende sobre la mesa. Con la mirada me pide que lo tome para abrirlo y al hacerlo me doy cuenta de que se trata de unos boletos.
—Son los boletos... ¿Porqué...?
Deja sobre la mesa dos pares más.
—Antes del babyshower ya habíamos comprado cinco billetes más porque nos propusieron un negocio allá para después de navidad. Creímos que sería un bonito regalo. Y supongo que no hay que desperdiciarlo. —Confiesa a sorpresa de todos.
—Nuestra propuesta es ir a Manhattan con ustedes. Y renovar el contrato allí, siempre y cuando ya no haya más mentiras de por medio.
Se forma un silencio sepulcral. Nos miramos durante unos instantes estupefactos y Liz vuelve a hablar:
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Editado: 24.09.2025