41| Una oportunidad para los D'Fiore.
Demoro veinticuatro horas más en insistir a Damian para ir a ver a su familia, treinta y seis horas después lo convenzo. Un par de horas más y a las setenta y dos, nos subimos al coche y media hora después ya estamos en marcha hacia donde se originaron todos sus miedos.
—Vamos a demorar alrededor de dos horas en llegar —Le advierto mientras observo el camino que se traza en el mapa, son aproximadamente las nueve de la mañana del sábado 18 de diciembre. A esta altura del año en Manhattan las calles ya están repletas de nieve y las casas decoradas con guirnaldas, en todos los hogares el ambiente de festividad huele a jengibre y chimenea..
Y en especial en la casa donde Rose y yo vivimos, porque navidad está muy cerca de la fecha de mi cumpleaños, y en tan solo cuatro días mías voy a estar celebrando mis veinte años.
De cierta manera la noticia me gusta porque eso significa volver a casa y ver a Rose, a Sonia y a Elena, pero también significa despedirme de los chicos y de Italia. Significa terminar con todo el objetivo del viaje, y aunque no haya obtenido todas las respuestas que deseaba, por lo menos estoy agradecida de haber encontrado las necesarias.
—¿Qué es lo que te está preocupando? —escucho preguntar a Damian al cabo de un rato. Me distraigo del paisaje que estoy viendo y dejo de divagar para mirarlo.
—El poco tiempo que nos queda en Italia. —admito. Él me echa un leve vistazo antes de centrarse otra vez en la carretera —Y estoy reconsiderando también si ir a buscar a mis abuelos sea una buena idea.
—¿Por qué lo reconsideras?
—Porque sé que ahora tengo información valiosa que puede llevarme a su paradero, pero después de todo lo que Piera confesó, supongo que ya no me ilusiona demasiado conocerlos.
—¿Y estás bien con eso?
Me encojo de hombros, meditándolo momentáneamente.
—No voy a perder mi tiempo en personas que no perderían el suyo por mí. Estoy bien con todo lo que he conseguido.
La verdad que obtuve no era la que esperaba, idolatré demasiado la fantasía de una familia que hubiera estado buscándome por años y la realidad no fue así. Sé que no me equivoqué en conocer la verdad porque era lo que necesitaba para seguir adelante, pero creo que para hacerlo sinceramente no necesito seguir hurgando más en el pasado. Estoy bien como estoy ahora, tengo a mi lado personas que me quieren. Y eso es lo importante.
Y el desahogo me reconforta tanto que vuelvo a sentir el cuerpo liviano. Damian no dice nada, pero me dedica una mira comprensiva, supongo que para él hoy también será una ida determinante en la decisión de si seguir y dar vuelta la página.
El resto del viaje lo transitamos con el silencio de nuestras voces y la buena música que especialmente yo me encargué de descercar para la ocasión.
Entramos por un camino de piedra cercado con bayas blancas y seguimos las señales hasta llegar a una casita de ladrillo y madera. Damian aparca al mismo tiempo que yo bajo, rodeo el coche caminando y estoy a punto de tocar el timbre cuando me percato de que él todavía no ha bajado.
—¿Qué haces? — le pregunto abriéndole la puerta.
—No puedo entrar —se niega mirando hacia la casa y chocando todavía más su espalda contra el asiento.
—¿Por qué no? Ya estamos aquí, no podemos...
—No lo entiendes, no te sabes la historia completa. Ellos...—ladea la cabeza agitado.
Me acerco a él para tironear de su brazo.
—Sé que no me sé la historia competa, quizá nunca la sepa. Pero ya estamos aquí y no es momento de acobardarte, son solo un par de horas —bajo mi mano desde su hombro hasta la suya, duda unos momentos de si aceptarla o no, pero finalmente lo hace—. Sé que puedes hacerlo.
—No te alejes de mí.
Y entonces el agarre de su mano se fortalece y no me suelta. Caminamos juntos hasta el portal y soy la encargada de llamar a la puerta. No pasan más de quince segundos para que de esta se asome una cabeza.
—Estoy muy alegre de que hayan decidido venir —Bianca plasma una sonrisa en su cara al apenas vernos. Nuestra presencia le resulta todo un acontecimiento.
Da un paso hacia atrás dejándonos espacio suficiente para entrar y me sorprendo por lo rústica y bella que se ve la casa desde adentro, con una chimenea de leña decorando la sala de estar y unas escaleras enormes de roble que dan a la segunda planta.
—Emiliano y Florencio están jugando con mi padre en el jardín, y Andrea, mi otro hermana está en la cocina —nos cuenta invitándonos a ir tras ella para llegar al patio trasero—Es una alegría para todos que estén aquí, les conté a mis hijos sobre ti y tienen muchas ganas de jugar contigo, además nadie puede negar que papá es el más entusiasmado, te extrañaba demasiado Alex...O Damian, no sé cómo prefieres que te llamen.
Mira sobre su hombro esperando una respuesta. Golpeo con delicadeza sus costillas para que conteste.
—Damian está bien. —farfulla evitando verla.
Eso solo hace que en la cara de su tía surque una mueca de tristeza.
—Claudia es la menor de las tres, cuando tu madre murió ella todavía era pequeña, tenía alrededor de siete años, pero eso no quiere decir que no sienta curiosidad por conocerte, ahora cuando la veas vas a notar que es idéntica a Gaia. —intenta mantener la alegría, nos señala la puerta que da a la cocina y posteriormente aquella que da al patio trasero.
Lo miro otra vez y su rostro permanece serio, se nota tanto la tensión que me muerdo la parte de adentro de la mejilla para distraerme del sentimiento de incomodidad.
Al salir, los enormes árboles y la cerca blanca larga de varios metros es lo primero que percibo, es un espacio precioso y bien cuidado, es como una huerta familiar, y creo que a lo lejos puedo identificar un viejo aljibe y unas hamacas de madera acompañadas de una barbacoa y una piscina.
Pronto y antes de que pueda seguir observando a lo lejos, dos torbellinos de poco más de un metro se aparecen corriendo y empujándose entre sí; los reconozco enseguida, como también reconozco al señor que se encamina detrás de ellos.
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Editado: 24.09.2025