El 22 de febrero de 2018 Damian Ulbergh terminó el instituto en línea con nota promedio, empezamos a salir oficialmente dos días después.
Seis meses más tarde, entró a la Universidad para estudiar astronomía y dos años después, celebró conmigo mi titulo. Comimos hamburguesas, bocadillos y celebramos en videollamada con Chiara, Lu y Lydia.
Un año después, viajamos de nuevo a Italia por su cumpleaños para conocer al pequeño integrante de los Berlusconi y visitar a los D'Fiore. Nos recibieron con alegría, halagaron mi nuevo corte y se burlaron de Damian por sus gafas nuevas. Antes de volver a Manhattan, visitamos Roma, Siena y otra vez Florencia, Piera nos recibió encantada, ella y su esposa habían finalizado los tramites de adopción de su nuevo niño, Gian Luca.
No supe más nada sobre los Montesinos, la realidad es que tampoco me impliqué demasiado en su búsqueda.
Cuando volvimos del viaje, decidimos que era hora de echar raices nuevas, nos mudamos juntos no muy lejos de Rose, en un departamento cerca de mi trabajo y a veinte minutos en coche de la universidad de Damian.
Cuatro año después, un anillo de casamiento encontró su hogar en mi dedo.
Un 22 de febrero, firmamos los papeles.
O eso hubiera sucedido en una realidad alterna. Porque en mi 22 de febrero de 2018, fuera del departamento llovía, el día estaba horrible, oscuro y triste y era así exactamente como se sentía porque era el cumpleaños de Damian dos meses después de su muerte.
Estaba triste, tan triste que solo respirar costaba, que levantarme de la cama era la primera tarea difícil del día, que sonreír costaba demasiado, mucho más que contener las lágrimas. Era esos días donde el cuerpo y el corazón dolía tanto que solo quería cerrar los ojos un segundo y desaparecer por completo.
Desaparecer de la tierra sin dejar rastro, pero es prácticamente imposible desaparecer sin que nadie se dé cuenta, salvo que estemos hablando de la muerte. Si alguien muere, desaparece y ya no tiene vuelta atrás.
Damian, por ejemplo, no tuvo vuelta atrás.
Y eso dolió seguramente más que la muerte.
Ese día no me quería levantar de la cama porque no sentía que mis huesos tuvieran la suficiente fuerza. Después de la muerte de Damian, Rose fue muy insistente con las idas a terapia, me repetía constantemente que el mundo seguía girando y yo debía seguir girando con él; que la muerte era el proceso más natural del mundo y que el duelo algún día dejaría de doler. Que había que seguir adelante y solo quedarse con los buenos recuerdos que él me había dejado antes de fallecer.
Pero era imposible dejar atrás de la noche a la mañana lo que se había estado construyendo con el tiempo. No podía conseguir una bola demoledora que destruyera todo a su paso en solo un segundo, no quería que el desapego sucediera tan rápido. Quería seguir sintiendo su esencia todo el tiempo que pudiera, aunque significase ir demoliendo los recuerdos ladrillo por ladrillo, cemento por cemento.
Para mi sorpresa, Rose no fue insistente conmigo ese día, no se apareció a las once de la mañana en mi habitación diciendo que era hora de levantarse y abrir las cortinas. Me dejó dormir hasta tarde y ni siquiera tocó mi puerta, pero aun así a eso de las doce y media, tuve que quitarme las sábanas de la cara para contestar la llamada que estaba haciendo sonar mi teléfono:
—Hola —saludé a la persona del otro lado.
—Ya nació Alex. Hace dos días que estuve intentando contactarte.
Se me quebró la voz enseguida, no podía creer que hubiera pasado tan rápido el tiempo. Después de un terrible año nuevo que los Berlusconi también habían pasado con nosotros, el contacto con ellos se había distanciado un poco, no le prestaba atención al teléfono, y Chiara debía llamar varias veces a casa para que por fin me dignara a descolgar la llamada.
Estaba comportándome como una persona egoísta y poco comprensiva. Porque sabía que ellos también necesitaban hablar y yo no estaba con ánimos para hacerlo, ni siquiera tuve ánimos para acompañarlos al aeropuerto el día que se fueron, solo pude acompañarlos hasta la puerta del apartamento y abrazarlos muy fuerte. Diciéndoles que pronto estaríamos bien, que el dolor se terminaría en un par de días.
Pero les mentí, porque ya habían pasado meses y dolía como el primer día después de su fallecimiento.
—Me alegro mucho, felicita a tu madre por mi —manifesté. —¿Cómo están todos por allá?
—La escuela está siendo algo pesada, estamos en época de exámenes y mamá recién volvió del hospital ayer por la noche. El bebé es una cosa monísima, tiene el pelo rubio como nosotros y los ojos marrones iguales a los de Ben, han reformado el cuarto de huéspedes y han hecho una habitación preciosa para él. ¿Cómo estás tú?
Me gustaría hablarle sobre mis idas a terapia, como poco a poco iban dando resultando, aunque a veces tuviera recaídas, también me gustaría decirles que todas esas semanas en cama me habían dado el suficiente tiempo para pensar y decidir que quería estudiar Psicología, aunque todavía no me hubiera animado a inscribirme en la carrera. Y que por sobre todas las cosas, decirles que los extrañaba demasiado.
—Las cosas van mejorando —musité después de unos segundos de no decir nada. —Rose me dijo que a Paul le dieron diecisiete años de cárcel.
—Qué bien, se lo merece—escuché la satisfacción y el coraje en su voz en cada palabra.
Nos quedamos otra vez en silencio.
—Joshué me pidió ser su novia. —inició de nuevo. —Y le dije que sí, además a Lydia le empezó a gustar un chico y Luigi tiene una competencia de natación dentro de tres semanas.
—Estoy muy contenta por ustedes— y aunque no pude verlo, esbocé una sonrisa sincera.
—¿Quinn?
—¿Sí?
—Te extrañamos muchísimo. — se ahogó, tratando de detener los sollozos que amenazaron con salir de su garganta.
Cerré los ojos con fuerza porque no quería que se diera cuenta que ya había empezado a llorar también. No quería derrumbarme por teléfono.
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Editado: 24.09.2025