Cuando nos volvamos a encontrar

Capítulo 4

 

 

Los días fueron pasando, a veces lentos, otros muy rápidos. Los peores eran aquellos donde salíamos a caminar cerca de la casa, para ir familiarizándonos con la zona, pues teníamos miedo de salir a comprar y no encontrar el camino de regreso. ¿Por qué fueron tristes los días de exploración? Fácil, era mediados de diciembre y la mayoría de casas ya tenía decoraciones propias de la temporada,  eso sólo nos llevaba a pensar en que estas fiestas serían de todo menos felices.

 

No sé, si fué desgracia, que finalmente conociéramos a la famosa Leticia. Resultó ser una mujer mulata muy linda, unos años menor que mi padre, pero mucho mayor que mi madre.

 

Y si, Leticia desde ese día llegaba a diario a dejar comida, y es que nosotras no es que pudiésemos cocinar demasiado. 

 

Lo que sí, es que los ruidos nocturnos nos seguían asustando, pero ya no era novedad como el primer día. Keila, la dueña, llevó a un pastor para que «exorcizara» la casa, cosa que no funcionó ja ja ja, y pues ya costumbre aquello de rezar antes de dormir y pedirles a las almas que no nos jalaran los pies.

 

—Julio, me gustaría que los tres fueran a un almuerzo en mi casa, quiero que mi familia los conozca, ya que son nuevos viviendo aquí —nos extendió la invitación con voz dulce, que me hizo sentir peor que Judas traicionando a Jesús —sirve para que también conozcan a mis hijos.

 

¿Conocer a su familia? ¿Hijos? Uff, sentí un gran alivio porque eso significaba que tenía marido, y mis teorías alocadas perdían total credibilidad. 

 

—Muchas gracias Leticia, sin falta estaremos allí, será un honor para mis hijas conocer a tu familia —respondió muy efusivo don Julio — ¿qué día quieres que lleguemos?

 

—El día veinticuatro de diciembre, así no pasan esa festividad solos —dijo Leticia.

 

—¿No vamos a ir a ver a mi mamá? Ella también va a estar sola y triste ese día —pregunto con pocas esperanzas de una respuesta afirmativa, la cual no llega.

 

—No, ella no quiere saber nada de nosotros —sabía que eso no era verdad, mi padre debía estar mintiendo.

 

—Pues entonces, déjenos ir solo a nosotras dos a verla, o al menos podríamos llamarle y preguntar si puede venir — pidió suplicante Graciela.

 

—¡Ya dije que no! y el asunto no está en discusión — y con eso dejó más que claro que ese tema allí moría… por ahora.

 

Leticia siguió hablando, enterándonos de que era maestra en esa escuela que se veía desde la casa. También que ya tenía listo todo para matricularnos en el siguiente ciclo escolar en el mismo instituto que sus hijos. Parecía que tenían más que arreglado todos los detalles futuros en conjunto con mi padre.

 

Pudimos ir al centro del pueblo a comprar algunas cosas para uso personal, pero sobre todo comprar ropa nueva, para ir a esa reunión “familiar”, sentía hasta náuseas por la ansiedad que me generaba el hecho de que estábamos a día veintitrés del doceavo mes. A solo horas de eso.

 

¿Saben que se siente tomar una decisión sola? Pues yo estaba aprendiendo a no contar con la opinión de mi madre, ella era quién nos ayudaba a elegir la ropa, zapatos y demás, y es que para ella seguíamos siendo sus niñas pequeñas, decía que aún cuando nosotras tuviéramos nietos y ella viviera, seguiríamos siendo sus bebés. Y recordar eso dolía  muchísimo.

 

—¿Qué piensas Magaly? —La voz de Graciela me bajó de la nube  de pensamientos y recuerdos en los que me había perdido.

 

—Solo recordaba a mi mami —sollozo de manera involuntaria.

 

—También me siento triste, pero conocí a una chica que me contó que los hijos de Leticia son muy conocidos por acá y que todas andan tras sus huesos — una muy “triste” Graciela contaba en susurró.

 

—¿Y a mi que me importan los hijos de esa señora? — elevé mi voz al responder.

 

—Deja ya de ser tan amargada, sólo te contaba lo que me dijeron —seguía con la habladuría —son tres, el mayor está en el cuarto semestre de la carrera de leyes en la Universidad del Valle, el segundo está por cerrar el año que viene la carrera de nivel medio y el último tiene la misma edad que yo y tal parece que seremos compañeros. —terminó con el chisme, porque eso era ella, una chismosa.

 

Y sin más, el día veinticuatro llegó más rápido de lo que hubiera querido.

 

No tenía ánimos, al menos yo de asistir, sentía un mal presentimiento, y no quería pensar que algo podría salir mal.

 

Día veinticuatro de diciembre por la mañana

 


—¡Apresúrense! debemos llegar con algo de tiempo, por si necesitan ayuda —gritaba mi papá muy ansioso, parecía un joven asustado en camino a conocer a sus suegros. ¿Era así? no, no y no, me niego de manera rotunda a pensar en eso.




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