Cuando nos volvamos a encontrar

Capítulo 23

 

 

 

 

—¿Estás bien? ¿No estás lastimada?

 

No esperaba esto de él…

 

 

Don Piter me veía con la preocupación dibujada en su rostro, supongo que no era para menos con el espectáculo que estaban dando mis padres y los que se les unieron. Solo logré asentir en respuesta.

 

—No te ves bien, aunque supongo que es comprensible. Nadie espera que en uno de los días más importantes de su vida, sean sus padres los protagonistas de la peor de las vergüenzas.

 

No articulé respuesta ante ello, pero la algarabía me volvió a la realidad del momento. Al dirigir la mirada hacia donde se encontraba todo, vi el momento justo en el que mi papá intentó golpear a mi mamá, digo “intentó”, porque don Gustavo logró impedir que el golpe llegara a mi madre. Esta acción dejó a todos perplejos, sin mencionar a don Piter; que ante esto se abalanzó hacia mí papá muy furioso. No escuché que le decía entre dientes pero, seguramente no fue nada bueno ante la expresión confusa de él.

 

Vi salir a mi mamá seguida de don Gustavo de manera presurosa. Yo quise ir tras ella pero me detuve ante las palabras que salieron de boca mi padre.

 

—¿Ves lo que ocasionaste? Le arruinaste la celebración de Abner y sobre eso la… —se calló, pero ya sabía el adjetivo que usaría contra mi madre —la sinvergüenza de tu madre trae a uno de sus amantes.

 

—¿Qué? 

 

No es posible que el juzgue a mi mamá, cuando él la dejó por vivir con su amante, porque si, Leticia era la amante y no la gran señora que aparentó ser en esa situación. Don Piter mencionó el nombre de mi papá con tono severo pero calmo. A lo que sin rechistar dejó de hablar.

 

No se cuanto tarde en salir, aunque para mí fueron minutos nada más. Al llegar a donde se había hospedado mi mamá, solo alcancé a ver el auto de don Gustavo salir del aparcamiento del lugar. No es necesario decir que intenté correr y gritarles para que se detuvieran… no se si me escucharon o simplemente ignoraron mi llamado. Marque a su número… pero tampoco respondió a mis llamadas mi mamá. En recepción había dejado mi pequeña maleta, la cual pesaba más de lo que recordaba. ¿Acaso me equivoqué al anhelar que ambos estuvieran conmigo? Fue mi pregunta sin formular al cielo.

 

Caminé lo más lento y pausado que pude, no quería llegar a mi casa ¿alguna vez han sentido necesidad de desaparecer? Estoy así en estos momentos. Conforme me acerco escucho música y bullicio. Es cierto, es la fiesta que organizaron Leticia y ni papá. Pero ¡sorpresa!, el letrero dice “FELICIDADES ABNER”. Quien me recibe al entrar es mi hermana y me pide en nombre de mi progenitor que suba por las escaleras que están escondidas de la vista de los demás. Lo cual hago.

 

—Mira nada más, pero si es la nueva profesional recién graduada. Lástima que nadie celebre con y por ti, todo lo contrario para Abner—dijo en tono burlón Andrew —eso incluye hasta a Julio.

 

—Cállate “menstruación” —espeté.

 

—¿Pero... qué? ¿Menstruación? —preguntó confundido.

 

—Perdón, quise decir “Andrés o Andrew” pero como jodes casi que cada mes… —dije entre risas. Si no entiende la referencia lo siento por él.

 

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Ha pasado una semana desde el incidente y desde ese día ya no insistí en llamar a mi madre, como tampoco ella no devolvió ninguna de las veinte llamadas y cientos de mensajes que le envié. Don Julio anda de malas conmigo, no me dirije la palabra desde ese día. Graciela anda aún más insoportable que antes, aunque recibió muy contenta el teléfono que dentro de mí maleta, dejó para ella mi madre. Menuda hipocresía.

 

—Magaly concéntrate en tus tareas, llevas días haciendo las cosas mal. De seguir así se tendrá que prescindir de ti. 

 

Esa era la canción que mi jefe inmediato me daba desde hace dos días. Y como no hay mal que dure cien años, como tampoco pienso ser el enfermo que lo aguante; tengo que intentar verlo como un escalón por subir para alcanzar mis metas. 

 

Todo parece volver a la normalidad desde aquel día, o eso creí, pues mi papá está esperándome justo a la hora de salida de mi trabajo. Algo que no había hecho nunca.

 

—Súbete al auto —ordenó.

 

—Buenas noches papá. —más él no respondió a mi saludo.

 

Cuando puso el auto en marcha, el silencio se hizo pesado y el presentimiento de que algo no marchaba bien, me inundó el alma. Después de unos minutos eternos habló.




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