Cuando Regreses

01

—Lo siento mucho, Damián.

—No tienes la culpa, yo solito me ilusioné —repetía la joven de piel bronceada, cabello rubio y figura de arena, con los brazos y rostro lleno de pecas, resaltadas gracias al brillo que le daba el sol sobre su piel lozana.

El joven, que caminaba con la cabeza gacha, se regresó sobre sus pasos con un ramo de rosas en una de sus manos. No podía culparla, ella no había dado ni una señal que indicara algún interés romántico, pero el corazón no entiende de razones.

—¿Qué le pasó a Damián? —preguntó Mariam, mientras se sentaba en una de las mesas del local, frente a la joven.

—Se me declaró y le dije que no le podía corresponder.

—Lo siento mucho con él, porque es buen muchacho, pero no es culpa de nadie, en el corazón no se manda.

— Parece que lo dices por experiencia.

—Te falta crecer, Artemisa, ahora si consiénteme que acabo de ayudar a un ballenato que estaba enredado con unas mallas viejas, ¡Malditos pescadores!

Sabía que Mariam, estaba cambiando de tema, no le gustaba de hablar de su vida antes de la llegada a la isla y la entendida, nadie quería hablar de su pasado antes de la isla, como si cada persona que aterrizara sobre estas tierras tuviera borrón y cuenta nueva.

Horas después estaba a la orilla del mar, con una fogata encendida, cuando sentía esa nostalgia que la invadía, no podía evitar encender una, por más grados  que hicieran allá afuera producto de la estación veraniega, la fogata la calmaba, tal vez lo atribuía a su vida pasada, aquella que nunca había podido recordar, después de todo eran años, desde que el tío Tito, la había encontrado deambulando sin zapatos y llorando por el borde de la playa, como si fuera un fantasma.

—Otra vez sola, sobrina, te vas a enfermar.

—Tío, eso ni usted se lo cree, además sabe que me encanta. Es como si me sintiera en una película antigua, como las que me hacía ver de pequeña, para aprender lo que una escuela no podía.

—Perdóname, debí darte una mejor educación.

—Me dio algo mucho mejor, me dio un techo, un plato de comida y lo más importante y me da hasta hoy su cariño y protección —tomándolo de las manos, envolviéndolas con las suyas—. Eso vale más que cualquier diploma.

—Vas a hacer llorar a este viejo decrépito.

—Decrépito don Julio — Abrazándolo y sentándose sobre la arena, para luego poner su cabeza sobre su hombro, él era su familia, la única que recordaba y necesitaba. Si nadie la buscó hasta ese momento, es porque no era tan importante como se supone que debería ser.

—Lo siento mucho, amigo, pero lo dudo.

—Solo me gustaría que convivieras más con mi prometida, después de todo será mi esposa en algún momento —Como si fuera una súplica, hablaba Matthew.

—No me pidas que conviva con ella, cuando pienso que estás cometiendo una locura. Lo siento mucho, pero es lo que pienso. Esa mujer te dio, no sé qué, estás como bien pendejo por esa bruja.

—¡Basta! —dio un golpe sobre la mesa de la sala de juntas—. Puedes ser mi mejor amigo, pero aprende a respetar a la mujer que escogí. Te guste o no te guste, no te voy a pedir permiso, te advierto.

Se marchó enojado, es como si el mundo estuviera en contra, sin ponerse a pensar que tal vez era una señal como aquel día.

—Hace mucho frío, hasta creo que va a llover— susurró   sí mismo, tratando de calmar el frío en sus manos, con su propio aliento.

—Te puedo invitar una taza de café para el frío—Dijo delante de Matthew, una bella mujer de ojos celestes como los suyos, no pudo evitar mirar directo a sus labios, unos carnosos, tan llamativos que invitaban a devorarlos, era como una aura fuera de lo común, como si el mundo se congelara y ella estaba ahí con su cabellera negra, dándole un aire extraño, era la primera vez que le sucedía eso, aquel perfume lo hacía sentir extraño, como si lo dejara sin voluntad, de pronto un trueno se oyó a lo lejos, aquella era la señal que nadie quería ver, por lo menos no él, porque simplemente había caído bajo el encanto que fácilmente podía confundirse con un hechizo.

—No se porque nadie entiende, cuando él metió la pata con esa mujer, ahí estuve yo, apoyándolo, recogiéndolo de cuanto bar me llamaban, excusándolo con su madre como si fuera un niño pequeño, mintiendo por él, diciendo que se había quedado en mi casa, no quiero que se hagan amigos, pero por lo menos empiecen a llevarse bien.

Mientras manejaba a toda velocidad por las calles de la gran ciudad, necesitaba verla, era extraño que siempre le sucedía a esa hora, muchas veces que había alguna junta en el mismo horario, se sentía como si su cuerpo sintiera un hormigueo, hasta sudaba, sentía tantas otras veces que el cuello de la camisa le apretaba, le era muy difícil controlarse cuando eso sucedía y solo se calmaba si ella estaba ahí.

—Perdóname, amor, otra vez no pude darte lo que te mereces.

—El sexo no es importante, tú me amas y yo te amo, pronto nos casaremos, con pasar las noches entre tus brazos tengo más que suficiente—Odiaba ella que a cada intento pasara lo mismo, se supone que era dueña de su corazón, de su mente, de su voluntad, pero aquella parte suculenta de su cuerpo, se negaba a ceder ante ella.




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