—Tanto me hablas de la Isla, que ya quiero conocerla, tal vez lleve a Melinda—El solo nombrarla, era un tema delicado entre ambos, simplemente Karim no la soportaba, pero desde su último incidente, había decidido no mencionarla, como si fuera el elefante blanco en la habitación.
Matthew salió aquella tarde a comer con su novia, dejó a su mejor amigo con aquellas nubes grises que rondaban en su mente. Mientras esperaba a su prometida, se encontró con un viejo amigo.
—¿Carlos?
—¿Matt? ¡Wow amigo, cómo has cambiado! —Se saludaron con un abrazo fraterno muy efusivo— De verdad qué gusto verte, tantos años, desde la universidad, creo, es raro e inusual, verte sin esos enormes gafas y tus corbatines.
—Estaba claramente pasado de moda, no nos vemos desde aquella noche que no quiero ni mencionar.
—Más bien, la que no recuerdas, querrás decir, aquella noche me sorprendiste, tomaste tanto, con justa razón, al día siguiente no recordabas ni cómo llegaste a tu departamento.
—Amor, ¿quién es? —Era la voz de Melinda, que se apareció cuál fantasma, cuando estuvo al lado de Matthew, quien la tomó de la cintura, los presentó.
—Amor, él es un viejo amigo de mi época universitaria—Ella no se atrevió a saludarlo o aceptar la mano que dejó estirada, simplemente le dijo que tenía hambre y era una cita. Carlos se sorprendió de aquella actitud tan soberbia. El Matt que conoció en aquella época jamás se hubiera involucrado con una mujer así.
—Discúlpame, Carlos, espero que entiendas.
—Tranquilo, mira, anota mi
—Amor, pide, por favor, que tengo mucha hambre, otro día conversan. —Carlos, no pudo seguir hablando, porque justo habían llegado los inversionistas que estaba esperando, se disculpó retirándose, mientras Melinda sonrisa con satisfacción de verlo alejarse.
—Amor, creo que estuviste un poca arisca con Carlos.
—No amor, te parece, vamos, no perdamos tiempo con ese tipo de cosas, consiente a tu princesa mi vida, tengo mucha hambre, sabes la semana que viene, viajaré unos días a Italia, quiero ver lo de mi vestido, la modista se enojó porque le dije que lo quería en ocho meses, dijo que mínimo era un año, pero no puedo esperar más tiempo para ser tu esposa mi cielo.
Besando suavemente sus labios, dejando que él aspire su perfume, aquel que lo volvía como un cachorrito en busca de cariño.
…
—¿Sabes que estos días te veo algo irritado? ¿Está todo bien?
—Si, claro, todo bien, solo extraño a mi novia, salió a Italia por lo de su vestido.
—Matthew, ¿en qué trabaja Melinda? —La pregunta de su amigo lo sorprendió, siempre había pretendido mantenerse lo más hermético ante cualquier cosa que tenga que ver con ella.
—Ella es relacionista pública para algunas marcas de lujo.
—¿Relacionista o edecán? —Aquel comentario, lo empezaba a ofuscar, pero decidió no decir nada y marcharse, tal vez necesitaba un poco de aire, se sentía extraño, los días alejados, provocaba muchas cosas fuera de lo común, además que desde anoche ella no le contestaba el teléfono, e incluso vio una foto que ella había posteado con la puesta de sol, a la misma hora que él la estaba llamando, no era paranoico o un hombre tóxico, pero simplemente es como si algo despertara dentro de él.
Decidido, tomó un vuelo rumbo a Italia, algo improvisado, para un hombre como el que las cosas siempre estaban milimétricamente organizadas. No era del hombre de hacer cosas por impulso, prefería la tranquilidad de un buen plan a hacer algo fuera del cuadrado que controlaba su mente. Sin embargo, grande sería su sorpresa.
—Lo siento, pero la habitación no está registrada con su nombre, no puedo darle una copia.
—Entiendo y agradezco la seguridad del hotel, solo que la tarjeta que está registrado para que se hagan los cobros es mía, por lo tanto, tengo derecho ¿No le parece? —Aunque no está del todo convencido el encargado de la recepción, acepto su petición, después de todo se trataba de una tarjeta de platino, no quería ofenderlo.
Una vez con la tarjeta que le daba la entrada a aquella suit, sus manos empezaron a sudar, tuvo que soltarse el nudo de la corbata, sentía como si alguien moviera el piso bajo sus pies, un dolor de cabeza amenazaba con arruinar su estabilidad, sin embargo, se negaba a dejar que aquellas sensaciones lo controlaran, tenía que ver a su prometida, estaba seguro de que cuando la viera cualquier vestigio de malestar desaparecería.
—Cariño—Expreso él, pero el volumen alto de la habitación impedía que alguien lo pudiera oír. Vio las puertas del balcón abiertas, la misma vista que la fotografía que lo llevó a tomar aquella decisión, tenía miedo de haber hecho algo para que su querida Melinda lo tuviera tan ignorado. Cuando abrió la puerta, finalmente fue consciente del porque lo había olvidado. El cuerpo desnudo de la mujer que decía amarlo, sudoroso, con los jadeos invadiendo la habitación, unos que eran de quien se entregó a otro cuerpo con una pasión sin precedentes, eran como un taladro sobre su pecho, podía hasta sentir sus oídos sangrar.
—¡Melinda! — gritó él, con los ojos a punto de estallar en llanto y la rabia dibujada en su cara, ella no podía creerlo, como pudo, se cubrió e hizo que su acompañante, se vistiera tan rápido, como le era posible.