Cuando Regreses

03

 

—¿Por qué estás triste,? Tío

—Esos hijos míos, solo llaman para pedir dinero, ni siquiera preguntan cómo estoy —secándose algunas lágrimas traicioneras que no pudo evitar derramar.

—No llore, viejo cascarrabias, ya se darán cuenta, ahora enseñarme cómo hacer bien el corte, que quiero que me salga, así como usted.

Lo que ella menos quería era ver llorar al hombre, que le había salvado la vida, que la había acogido desde el momento uno. Ella sabía que nada de lo que ella pudiera hacer algún día, podría pagar lo que él había hecho por ella.

—Tío, llegó un forastero—. Trataba de no parecer impresionada, pero era inevitable. Un hombre de su porte, cabellera rubia, era difícil de pasar desapercibido. Pero había algo más, su sonrisa melancólica, como se dejó llevar por un instante, y sus ojos no pudieron apartarse de él, hasta que se le cayeron los platos que estaba lavando. —Lo siento mucho.

Trato de excusarse, pero su tío, sabía el motivo de tan pronta distracción, solo sonreía, ante la imagen de   verla así sonrojada y sin apartar la mirada de aquel hombre, que se sentó en la mesa más alejada del resto y pidió una botella de licor, llevaba años con su lugarcito y, por lo tanto, sabía cuando un comensal venía solo a distraer las penas y que estas no ensombrecierán más su camino.

Las horas pasaban y la preocupación crecía dentro del pecho de Artemisa. Aquel hombre, de manera inexplicable, se había vuelto su centro de visión en toda la noche, pero se había negado a atenderlo. Sentía que si lo hacía algo malo sucedería o la vergüenza la haría actuar de forma torpe.

—¡¿Qué pidió?! —preguntó cuando vio que Raúl había ido a atenderlo, ya su tío, se había ya  marchano hace rato, encargándole que se cerrara ella.

—Solo una ración de chifles que yo le recomendé, y unas botellas más de licor, pero mejor ve tú y le preguntas.

—¡Estás loco! Yo aquí estoy bien, además ni que fuera el presidente de la nación para tener que, atenderlo exclusivamente, tengo mucho que hacer.

Trato de hacerse la desentendida, hasta, el muchacho que ayudaba por unas semanas en la cabaña del tío, se reía ante el hecho de verla así de avergonzada, todos trataban a Artemisa como la niña pequeña, aquella que él siempre presentó como su sobrina, por lo tanto, todos la respetaban y nadie se atrevía a mirar alto.

—¡Sirena!

—¡¿Qué?! Me asustaste, Violeta. No hagas eso.

—Estás muy distraída esta noche, hace rato que te estoy hablando, mija no deberías ser tan obvia que cualquiera se daría cuenta, límpiate la baba, niña.

—No soy una niña, tengo veintiuno —Reclamo ella, tratando de hacer valer lo que sabían, que le molestaba, que muchas veces la trataran como una pequeña —Y no estoy babeando por nadie, los ojos fueron hechos para ver,

—Sirena, tú no estás viendo, tú estás deleitándote, comiéndote un mouse de lúcuma con los ojos, porque no vas y le hablas— Dándole un codazo para que se animara, las mejillas   de Artemisa se pusieron casi tan rojas como un tomate, es que nunca nadie le había llamado tanto la atención, en ese momento extrañaba a Mariam, ella podría saber como entenderla y hasta persuadirla para que pierda el miedo. Sin embargo, cuando lo vio marchándose, casi tambaleándose, no pudo evitar que su corazón se acelerara, lo seguía con la mirada hasta verlo salir por esa puerta.

—Ve por él, no seas tonta, si no es ahora. ¿Cuándo? No tengas miedo mujer, nadie te va a juzgar, si se da bien y si no por lo menos sentada no te quedaste, eres hermosa y muchos de aquí andan tras tus escamas de sirena, pero no pueden porque la sirena es intocable, además ninguno te ha movido el piso como ese hombre, ¡Ve por él! — Dándole un ligero empujón para que agarre valor y le valga un pepino lo que puedan pensar por su atrevimiento.

Ella suspiró profundo, sintiendo como una corriente de aire, que la llenaba de valor. Miraba la luna a través de uno de los ventanales, se quitó el delantal, el sombrero, se lavó las manos, un poco de agua a la cara, una última vista al espejo y al carajo, el miedo.

—Vamos, Artemisa, como dijo Violeta, si no es ahora, ¿cuándo?

Cuando salió de aquel lugar, la corriente marina pegó de frente en su rostro, pensó por un instante en retroceder, pero luego la imagen de aquel hombre venía a su mente y recuperaba el valor que quería salir volando. Camino unos metros siguiendo las huellas sobre la arena, tal como su tío le había enseñado desde pequeña, calculaba cuáles eran de aquel hombre adulto, de metro ochenta, de aspecto no muy corpulento, pero con unos hombros que le daban un aspecto aún más llamativo ante sus ojos, hasta que lo diviso a lo lejos, sentado muy cerca a la orilla, con una botella en su mano, tomando directamente de ella, se acercó con miedo, pero lo hizo.

—¿Qué hace en la isla solo? Es un foráneo, por lo tanto, se está exponiendo. —No sabía como romper aquel silencio, le sudaban las manos; sin embargo, trataba de mostrarse serena, sonreía por nervios, se sentó a su lado, extendiendo las piernas jugando con la arena, esperando un tiempo prudencial a que notara su presencia, algo se había movido muy en el interior de Matthew, pero la tristeza por su dolor era aún muy profunda, había llegado hasta ahí para olvidar, para cambiar su rumbo, no quería nada que la recordara, ansiaba tanto olvidar.

—Solo quiero respirar un poco de aire y olvidar.

—¿Emborrachándose? Mirando el mar de una manera tan fija, que cualquiera pensaría que cometería una locura. — Tal vez debió no decir aquella frase, se sentía tan torpe y tonta al instante en que aquellas palabras salieron de su boca.

—No llego a tanto, a pesar de todo amo la vida y la belleza que hay en ella. —Por fin podía ver una sonrisa, un amago de ella en su bello rostro, sus labios, se veían tan diferentes a cualquiera, no había dado muchos besos, pero pensaba qué se sentiría si esos la besaban. Cuando regresó de aquel mundo de pensamientos y fantasías que le estaban nublando el juicio, se percató de que le la miraba de manera fija.

—¿Por qué me mira así? —preguntó ella, aún sorprendida en descubrir algo diferente en ese color de ojos tan hermosos.

—Tienes unos ojos demasiado atrayentes, no te lo habían dicho. ¿O sí?

—No con esa palabra, pero sí tienes razón, son diferentes.




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