—Esos desgraciados, no saben lo que se están perdiendo.
—No puedo hacer nada, ellos son los herederos del tío. — Expreso con pesar, aquel lugar era su vida, extrañaba tanto aquel olor a mar, a olas, a verano, a fresco, zambullirse dentro de él cualquier hora, no por algo le decían sirena hasta pescar para llevarlo directo a la cocina, cada experiencia vivida en aquel lugar se le había incrustado en lo más profundo.
—No llores, que el viejo seguro te está viendo y no le gustaba cuando llorabas y lo sabes, si estuviera aquí, te lanzaba un cucharón de sopa.
Ella no pudo evitar sonreír, ante los recuerdos de aquellas rabietas que hacía cuando no salían las cosas como se supone que él las había ordenado.
—Tienes razón.
—Vas a estudiar y no está sujeto a discusión ——expresó Mariam, como cambiando de tema a uno mucho mejor, sabía de su talento, de lo brillante que era en la cocina, se merecía una oportunidad de ser alguien.
—Pero Mariam, no es necesario—ella la hizo guardar silencio.
—Que de algo sirva el dinero de mi querido marido, además tienes manos milagrosas, serás la mejor de tu clase, estuve averiguando y hay un lugar donde te puedes especializar en comida marina. Si de por si cocinas deliciosa, con técnica de seguro, cocinarás como los dioses.
Los ojos de Artemisa, se alumbraron. Comida, marina, tenía sus propias recetas, pero aprender técnica, era otra cosa. Tal vez estaba mal soñar con algún día volver a esa isla y trataba de recuperar su hogar, pero no se quedaría con las ganas, se lo debía a su tío y por él lo lograría.
—Gracias, de verdad, muchas gracias, no tienes idea lo que esto es para mí —la abrazó, como se hace con una hermana, a alguien que nunca te dio la espalda y te estaba extendiendo una mano cuando más la necesitabas.
UNAS HORAS DESPUÉS
—Quedaron rendidos, mis bebés.
— Ya no son tan bebés.
— Para una madre que ama a sus hijos, siempre serán bebés— recordando que la suya, nunca lo quiso, como se supone que debieron quererla, porque no todo en esta vida es lujo y opulencias.— Por cierto, en cualquier momento entra mi hombre, vas a conocer a mi amorsote.
—Volver a ver, dirás, cómo es Chiquito el mundo y el amargado resultó siendo el padre de los mellizos, con razón tenían un parecido, pero Emir es un hueso duro de roer, ¿le sigue haciendo la vida de cuadritos? Alguna travesura habrá hecho por ahí, aún recuerdo la cara del pobre, cuando comió ají extra con el ceviche y tu bebé solo se reía de todo aquello.
—Si me contó, el pobre ha tenido que aguantar mucho; sin embargo, ya ha bajado la guardia , todavía le cuesta aceptar su presencia en nuestras vidas, pero Karim le tiene mucha paciencia y por ahora mi preciosa, Jade, le da amor por los dos, si vieras como interactúan, muchas veces hasta me siento la intrusa.
La princesita, pensó ella, por un instante se imaginó con una pequeñita en sus brazos, arrullándola y cantándole alguna canción de cuna.
—Me alegro mucho por ustedes, lucharon mucho para estar juntos y qué bueno que Marcelo los dejó en paz. Siempre me cayó como patada en el estómago, pero mi tío siempre me regañaba cuando le ponía mala cara.
Las anécdotas empezaron a surgir hasta que aquella puerta fue abierta y antes que pudieran decir algo, la pequeña, Jade, casi corriendo, fue a lanzarse a sus brazos, Karim gustoso la recibía y le daba vueltas, las risas de ambos eran como música para calmar el alma, pero Artemisa no pudo evitar sentir un mal sabor de boca, como si su mente luchara por regresar algún recuerdo, pero a la vez lo hacía para que saliera a relucir ninguno que sea sinónimo de dolor, era una constante batalla en lo que su mente quería y lo que debía.
—Mariam, mi dulce Mariam.
—Ella, dulce, y yo, princesa, ¿verdad?
—Te das cuenta, mi propia hija me lo ha robado.
Luego de conversar un poco y retirarse a la habitación que le habían dado, no pudo evitar llorar, por lo que la vida le había arrancado, pero también sonreía porque después de todo él le había dado por mucho tiempo la felicidad que, seguro de niña, no tuvo.
—No recuerdo mi vida de niña, solo sé que no fui feliz, lo fui cuando me acogiste en tus brazos como a tu familia, te extraño mucho viejo gruñón—Pensaba ella, para luego dejarse ganar por el sueño, una sonrisa apareció en su rostro cuando estaba cerrando los ojos, murmurando forastero, su mente voló, hasta aquellos recuerdos, hasta aquella noche, esas horas, esos momentos.
—Eres demasiado dulce.
—¿No te gusta el dulce?
—No me importaría volverme diabético—Pronunciaba él, mientras ella enredaba sus piernas a su cintura, sintiendo toda su hombría, se sentía orgullosa de provocarlo, de incitarlo, de sentir que no era la única que se estaba volviendo loca, mientras devoraba su boca, su cuerpo, ella no perdía tiempo, no había bebido, pero era como si se sintiera en algún extraño trance, la noche, el mar, lo que su cuerpo él exigía, era una combinación que la estaba volviendo loca en todos los sentidos.
De pronto se levantó exaltada, con una mano al pecho, todo su cuerpo sudaba y su corazón parecía que se iba a salir del pecho, justo en el momento que en sus sueños se habían metido aquellos recuerdos, una sombra negra los estaba cubriendo, provocando que quisiera gritar de terror, pero no le salían las palabras.