Si te enseñan un botón y te ofrecieran la oportunidad de modificar tu cuerpo con solo presionarlo, ¿lo pulsarías?
Hace unos cuántos años no habría dudado en responder que sí, y estoy segura de que más de la mitad del la población haría lo mismo. Me ha costado tiempo y esfuerzo entender lo que supondría que esa elección existiera. La mayoría de los cuerpos se parecerían demasiado y la diversidad se esfumaría en un abrir y cerrar de ojos. Quizá soy la única que piensa así, pero creo que sería una pena que algo así pasara.
No soy quién para dar lecciones de amor propio a nadie, yo misma he deseado cambiar mi físico en muchas ocasiones, incluso a día de hoy todavía tengo ciertos deseos espontáneos de este tipo. Así que no puedo mentir, no adoro mi cuerpo. Hay días en los que acepto completamente mi físico y días en los que me cuesta un poco más. Estoy en medio de un proceso lento y del que se necesita mucho tiempo. Quiero amar lo que soy. Amar el cuerpo que me permite estar aquí.
—¿Dahila? —escucho a Nina alzar su voz desde el probador de enfrente—. ¿Estás lista?
—Eso creo.
—Entonces, ¡a la de tres! —Agarro la cortina con fuerza—. ¡Uno, dos y...!
Cuando escucho el tercer número muevo la cortina hacia un lado y observo a Nina en el probador de enfrente. Por inercia muevo mi brazo e intento tapar la mayor parte de mi piel desnuda.
—¡Eh! ¡Eso no vale!
—Se me ve demasiado —me quejo.
—¡Ahí está la gracia!
Asomo la cabeza por el probador y compruebo que no hay nadie que vaya a asomarse. Cuando confirmo que solo estamos ella y yo, despego mi brazo de mi cuerpo y miro hacia cualquier otro lado que no sea Nina.
No sé por qué, pero hoy me he despertado con ganas de hacer algo diferente. Han pasado casi tres semanas desde que llegamos a Madeira Beach y todavía no he disfrutado como es debido de la playa y del sol de verano. Siempre les decía que estaba ocupada, que no me apetecía, pero la mayoría de veces no era verdad. No estoy acostumbrada a mostrar tanto mi cuerpo, así que hacerlo se me hace algo incómodo.
Como no tenía ningún bikini que me fuese bien, Nina se ha prestado —en realidad me lo ha suplicado ella a mí— a traerme de compras.
Cuando ha terminado de repasarme, suelta un silbido.
—Es perfecto. Sabía que este te iba a quedar genial.
—¿Crees que me queda bien?
—¿Que si lo creo? —Sonríe—. Es un hecho científico, Dahila.
Que haya reciclado mi frase para utilizarla contra mí me hace sonreír. Aprovecho el pequeño trozo en el que me puedo ver del espejo que tiene tras su espalda para volver a analizarme. Es el quinto bikini que me pruebo, y con diferencia, el mejor. Me he probado dos trajes de baño que Nina ha suspendido incluso antes de que me los probara. A mí tampoco me terminaron de convencer cuando me los vi puestos, no hacían más que marcar mi tripa. Los dos siguientes eran... demasiado.
Así que entre los cinco, este es con el que mejor me veo. Es simple, de color amarillo. La parte superior es sin aro, me gusta hacerme el nudo lo suficientemente fuerte para que me sostenga bien el pecho. La parte de abajo, por suerte, es alta. Me tapa hasta la zona del ombligo. Y aún así, aunque me siento satisfecha, siento que es demasiado.
—¿No crees que enseño mucho? ¿No es demasiado atrevido?
—Cariño, los dioses no te han dado ese cuerpo para que lo escondas.
Reprimo la sonrisa y paso a observar su conjunto. Ella ha optado por un bikini mucho más fino y de color rosa. La parte superior es sin aro como la mía. Las tiras laterales de la inferior se las ha colocado sobre las caderas, lo que hace que se le marquen de una forma muy bonita sus curvas. Parece contenta con su elección.
—Te queda genial —admito.
—¿Me hace mucho culo? —pregunta dándose la vuelta. Suelto una carcajada y le doy el visto bueno con un gesto de "ok". Con una fuerte palmada en su trasero da por escogidos nuestros conjuntos.
Tras pagar y llevárnoslos puestos bajo un par de camisetas anchas, salimos de la tienda y avanzamos hacia la acera de enfrente, que es donde nos espera Noah en su coche. Una vez más, Nina se adelanta y escoge sentarse en los asientos de atrás. Desde ayer no se han dirigido apenas la palabra. Nina se pasó todo el día fuera, y para cuando volvió a casa lo único que le dijo Noah era que tenía la cena en la nevera. Después se fue a dormir.
Cuento me siento en el asiento del copiloto Noah me sonríe.
—Veo que no has venido con las manos vacías.
—Nina me ha ayudado a escogerlo.
Cuando menciono su nombre la sonrisa se le borra un poco. Emite un sonido gutural de afirmación y da marcha atrás para salir del aparcamiento. Nina, que bastante calmada ha estado esta mañana, se inclina hacia adelante y le da un golpe en el brazo. Noah da un frenazo.
—¡Eso duele! —exclama girándose hacia ella.
—Pero ¿a ti qué te pasa?
—¡No!, ¡¿qué te pasa a ti?! ¡Me acabas de dar un puñetazo!
—¡Eso te pasa por poner esa cara de amargado cuando Dahila ha dicho mi nombre! ¡Si me odias por algo dímelo a la cara!
—¡¿Se puede saber quién ha dicho que te odie?!
—¡Tu cara me lo dice!
Noah permanece serio, parece aguantar bien la mirada de Nina. Como buena espectadora, permanezco en silencio mientras ellos se enzarzan en una batalla de miradas. Para sorpresa de todos, Nina es la primera en apartar la mirada cuando, entre lloriqueos fingidos, apoya su frente en el hombro de Noah. Él se tensa.
—¡Vamos, no seas así conmigo! ¡Cumplí mi promesa, no bebí ni una gota de alcohol! —Noah aprieta sus labios, como si evitara soltar todo lo que lleva callándose desde hace tiempo—. Estás siendo cruel.
El castaño me mira con el pánico en su mirada, parece temer haber metido la pata. Me encojo de hombros porque no hay mucho que pueda decirle con ella delante. Cuando Nina se separa de él, Noah aparta la mirada a toda prisa y se sube las gafas por el puente de su nariz.