Cuando salga el sol

10 | Necesito avanzar

Luc

 

Suelto un gruñido cuando estiro mis brazos y un dolor punzante atiza mis sienes. Aprieto los párpados con fuerza y me sobo la cabeza. Me cuesta un poco darme cuenta de que mi cuerpo no descansa sobre mi cómodo colchón, sino que estoy sobre una superficie dura. Abro los ojos, pero no tardo en cerrarlos cuando la iluminación se abre paso por mi córnea. Poco a poco vuelvo a entreabrir los párpados hasta que logro reconocer el techo de mi salón. Me rasco mi abdomen desnudo.

Habría vuelto a cerrar los ojos si no fuese porque escucho un ruido a mi lado que me anima a mover la cabeza hacia la izquierda. Veo el rostro de Dahila asomarse desde lo alto del sofá. Pestañeo con lentitud.

—Eh... Buenos días.

—Buenos días. —Sonrío.

Espera, ¿cómo que buenos días? Me yergo de golpe y analizo la estancia para confirmar que no estoy alucinando y que, Dahila está en el salón de mi casa. Mierda. No tenía planeado que fuera a conocer mi casa en estas condiciones, con el salón y la cocina hechos un desastre. Debería hacer una limpieza urgente.

—¿Puedo preguntarte por qué has estado durmiendo en el suelo?

Frunzo el ceño al ver mi almohada sobre el suelo del salón. Y entonces, con la rapidez de un rayo pintándose en un cielo oscuro, me recuerdo a mí en mitad de la noche levantándome de la cama para ir a por un vaso de agua fría. Creo recordar quedarme parado como un tonto en mitad del salón cuando vi a Dahila durmiendo plácidamente. Sé que sonreí y que segundos después iba en busca de mi almohada para volver al salón y continuar durmiendo en el suelo. A su lado.

—Yo...—Me aclaro la garganta—. No tengo ni idea. ¿Qué haces tú aquí?

—Me pediste que me quedara.

Localizo una camiseta que hay sobre la mesa pequeña y me la pongo rápidamente. 

—¿Eso te pedí?

Asiente desviando la mirada hacia otro lado. Por más que intento acordarme de eso, no lo logro. Lo último que recuerdo antes de despertarme en mitad de la noche y verla tumbada en el sofá es estar hablando con ella en el ático de la casa de mi abuela. Lo que sea que haya pasado entre ambos recuerdos es un vacío en blanco en mi mente.

—Perdón —murmuro con la voz enronquecida—. La próxima vez que diga algo parecido, no me hagas caso.

—No te preocupes —comenta con una sonrisa risueña—. Tu sillón es muy cómodo, he dormido de tirón.

Es sorprendente como, en situaciones como esta, donde seguramente ha pasado una noche de mierda durmiendo en ese sillón, es capaz de sonreírme como lo hace. Dahila murmura algo que no llego a escuchar y se levanta con prisa.

—Debería irme ya. ¿Te encuentras bien? Si tienes problemas con la resaca puedo buscarte una aspirina.

Niego con la cabeza y me levanto. Me tambaleo un poco, a lo que Dahila reacciona agarrándome de los hombros. Sus pequeñas manos me ayudan a recuperar el equilibrio.

—Estoy bien. Tranquila.

—¿Seguro? —cuestiona apartando las manos.

—Sí. Solo necesito desayunar algo.

Y beber. Beber mucho antes de que se me seque más la boca.

—¡Genial! Pues yo...

—¿Te apetece desayunar conmigo?

He soltado la pregunta tan rápido que incluso yo, al escucharme decir eso, me sorprendo. Dahila me analiza, como si deseara saber si la invitación va en serio o es por pura cortesía. Sonrío al verla entornar los ojos.

—Me lo tomaré como un sí. —Avanzo hacia la cocina. La escucho seguirme—. ¿Qué te gusta comer?

—Cualquier cosa me parece bien —responde sentándose en el taburete de la isla de la cocina.

—¿Qué sueles desayunar?

—Leche con cereales.

Formo una mueca. No necesito rebuscar en los armarios para saber que no tengo nada de cereales. Es más, apenas tengo comida en casa. Estoy tan acostumbrado a comer poco últimamente o a pedir a domicilio que tengo la nevera prácticamente vacía. Creo que debería empezar a encargarme de abastecer la casa con los alimentos necesarios. También debería comprar cereales. Muchos, de hecho.

—¿Puedo?

Doy un respingo cuando me doy cuenta de que Dahila está a mi lado, debajo del brazo que tengo apoyado en lo alto de la nevera. Asiento cuando noto que señala las pocas cosas que tengo en la nevera. Saca unas cuantas zanahorias, una manzana y tres naranjas.

—¿Tienes miel?

—Creo que sí.

Voy en busca de la miel y después saco de un armario alto la batidora que me pide.

—¿Quieres hacer un batido?

Asiente.

—Cuando era pequeña, mi hermano trabajó algunos veranos en una tienda de helados y de batidos que había en mi vecindario. Siempre que iba a verlo con mi padre solía escoger el batido de zanahoria que tenían. Me gustaba tanto que Mavric se encargaba de dejarme preparado un vaso por las mañanas. —Observa los alimentos y se rasca la mejilla—. Espero no equivocarme con las cantidades. Si no te gusta, dímelo y te invitaré a cualquier otra cosa.

—¿Crees que voy a dejar que me invites a algo después de haberme soportando estando borracho y de haber dormido en ese incómodo sillón toda la noche?

—He dormido bien. Te lo juro.

—La próxima vez no me hagas caso. En serio. Hago y digo tonterías cuando estoy borracho.

Alza la barbilla para poder mirarme. No sé en qué piensa, pero termina sacudiendo la cabeza como si quisiera ahuyentar algo de ella. Me coloco a su lado en cuanto veo que empieza a quitarle la piel a la manzana. Tras mucho insistir, logro que me deje ayudarla exprimiendo las naranjas.

—¿Te lo pasaste bien ayer en la fiesta? —noto un deje de preocupación en su voz.

—Mucho —respondo y nuestras miradas se cruzan. Sonrío cuando agacha la cabeza de nuevo—. Hacía bastante que no celebraba así mi cumpleaños. En Carolina del Norte era...distinto.

—¿En qué sentido?

—Las fiestas de cumpleaños que me preparaban eran más extravagantes y cantosas. Eran horribles. Llenas de gente que no conocía y que mi ex se encargaba de preparar. Más que celebrar mi cumpleaños, parecía una forma de reafirmar nuestra relación y de marcar estatus. Lo odiaba.




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