Cuando salga el sol

12 | Pillados

Me siento en el borde de la piscina y chapoteo con mis pies. Nina y Noah se han ido a pasar la mañana a la playa, pero yo he preferido quedarme en casa para escribir un poco. Ahora que ya he terminado de escribir lo que tenía planeado, solo me apetece darme un chapuzón. Hace demasiado calor, y hoy el ventilador del salón no me ayuda mucho a contrarrestarlo.

Ha pasado un día después de lo que pasó la noche del billar. Ayer tuve que cancelar mis clases de nado con Luc porque Nina y Noah planearon ir a un pueblecito que había a poco menos de media hora para pasar el día. Pensé que me vendría bien para despejar a Luc de mi mente, pero ocurrió todo lo contrario.

Hoy ha sido él quien ha cancelado nuestra clase porque no podía escaquearse de su abuela. No había detallado mucho, pero algo me decía que quizá había pasado la noche en casa de Oralia. Me pregunto si es verdad o es solo una excusa para evitar vernos. Quizá lleva arrepintiéndose de lo sucedido desde esa noche.

Me pongo de pie y me dispongo a entrar en la piscina por la escalerita para sumergirme poco a poco en el agua. Solo he logrado bajar un pie cuando escucho el timbre de casa. Dudo que sean Nina y Noah, a no ser que por alguna casualidad se hayan dejado las llaves en casa.

Corro hacia la entrada y en cuanto abro la puerta me quedo pasmada. Creo que debería haber mirado primero por la mirilla para evitar poner la cara de sorpresa que estoy poniendo. Luc me saluda con una sonrisa tensa poco propia de él. Lleva con él dos churros verdes para nadar.

Me trago los nervios y me obligo a hablar.

—Luc. —Me hago a un lado para que pueda entrar. Cierro la puerta y me quedo quieta frente a él—. No sabía que tuvieras el día libre.

—Y no lo tengo.

—Entonces, ¿qué haces aquí?

Luc clava la mirada en los dos churros que ha traído. Creo saber la respuesta, y he de decir que me sorprende. Pensaba que después de lo sucedido Luc me evitaría unos cuántos días, pero veo que me he equivocado. A veces tiendo a pensar que las personas harán exactamente lo que yo haría.

—He pensando que sería bueno aprovechar un rato la piscina ahora que Noah y Nina están en la playa. Aquí será más fácil enseñarte que en el mar. —Un momento en silencio—. Pero podría irme si no te apetece dar la clase hoy. 

Hay cierta incomodidad flotando entre los dos. Luc se mantiene a dos pasos de distancia de mí y, por extraño que me parezca, no ha intentado hacer contacto visual conmigo. No sé si ha venido porque a él también le apetece hacer esto, o porque se ha visto obligado a hacerlo por mí. Quiero pensar que me encuentro ante la primera opción. No puedo decirle que no después de que se haya saltado su turno de mañana para venir aquí.

—Pues hoy estás de suerte. No va a haber ningún tipo de distracción ni de pez que me haga saltar sobre ti. Hoy te voy a dar un respiro.

Me parece ver la sombra de una sonrisa antes de que coloque las manos en su espalda y lo empuje hacia el jardín. No tarda en deshacerse de la camiseta blanca con la que ha venido para quedarse solo en bañador. Antes de que se zambulla en el agua voy en busca de la crema solar. Mientras nos embadurnamos de protector observo que las zonas rojas de su piel ya no lo están tanto.

Luc opta por sentarse en el bordillo de la piscina y de allí dejarse caer en el agua del tirón. Se sumerge de pies a cabeza en el agua y cuando sale sacude la cabeza como un perro. Me busca con la mirada mientras bajo la escalerita de la esquina. Mientras yo tengo que ponerme de puntillas para que el agua me llegue por la barbilla, a él le llega un poco más abajo del pecho.

—Vamos a quedarnos aquí. Si intentas ir hacia el otro lado no harás pie. —Noto sus manos rozar mis codos, como si temiera que en cualquier momento el nivel del agua subiera—. ¿Estás bien?

—Perfectamente.

—Por curiosidad...¿cuánto mides?

—No sé. Un metro sesenta, ¿por qué?

Intenta reprimir una sonrisa, pero no termina de salirle bien. Me agarra del brazo y tira de mí hacia el bordillo, donde instintivamente me agarro como si fuese mi salvavidas.

—Hoy aprovecharemos el bordillo de la piscina para hacer los ejercicios del último día. Aquí te será más fácil mover los pies.

—¿Y los churros que has traído para que son?

—He visto en vídeos que es una buena ayuda para aprender a flotar —explica pasándose la mano por la nuca—. Sea o no verdad, lo comprobaremos más tarde.

El primer rato lo paso haciendo ejercicios básicos como agarrarme al bordillo de la piscina, estirar mi cuerpo horizontalmente boca abajo y patalear sin parar. Tal y como había dicho Luc, hacer este ejercicio en la piscina es más fácil y tranquilo, pero también más aburrido. Él se mantiene a mi lado, aunque un tanto alejado.

La incomodidad de antes ya no está presente, pero sigue habiendo algo. No sé qué es exactamente. Es un tipo de tensión que me mantiene más atenta a sus movimientos que de costumbre.

Tras hacer unos cuantos ejercicios similares, Luc nada hacia uno de los bordillos de la piscina y coge los churros que había dejado allí.

—¿Crees que esto me ayudará?

—Seguro que sí. Aprendes rápido.

—¿Tú crees?

Asiente sin dudarlo.

—Has de tener en cuenta que la primera vez que intentamos esto estábamos en el mar. El agua allí es menos tranquila, y estoy seguro de que tu inquietud con los peces y demás no te dejaba relajarte del todo.

Dibujo una sonrisa tímida en mis labios porque sé que lo que dice es verdad. Luc me ayuda a agarrar un churro con cada mano y a mantenerlos quietos bajo mis brazos, formando entre ambos objetos una especie de V invertida. Cierro los ojos e intento relajar mi cuerpo. Noto los dedos de Luc debajo de mi espalda y su otra mano intentando elevar mis piernas que, por mucho que lo intento, no dejan de hundirse. Se me eriza la piel ante su constante contacto.




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