Cuando salga el sol

15 | Sumando favores

—Un par de cervezas por aquí —digo al colocar los vasos delante de una pareja adulta que no tarda en darme las gracias. Desvío la mirada hacia su hija—. Y un refresco para ti.

La pequeña, que no tendrá más de seis años, esboza una gran sonrisa, exponiendo el reciente hueco en sus dientes. Sus grandes ojitos me examinan cuando me agacho a su lado y le enseño el pequeño bol que tengo en la bandeja. Su mirada reluce al observar las palomitas que hay en él.

—El ratoncito me ha encargado que te entregue esto —le explico en un susurro lo suficientemente alto como para que sus padres también lo escuchen—. Dice que tu diente está en perfecto estado.

—Eso es porque me los lavo todos los días. ¿Ves? —Señala sus diminutos dientes de leche—. Están muy limpios porque utilizo una pasta de fresa que papá siempre me compra.

—Claro. La pasta de dientes de fresa es... infalible.

Su madre aprieta la goma de una de sus coletitas y le susurra algo al oído. La pequeña me regala una adorable sonrisa para darme las gracias por entregarle el regalo del ratoncito. Sonrío con ternura. Su padre me hace un gesto con la cabeza en forma de gratitud y su madre vocaliza un «gracias».

Cuando vuelvo a la barra, Liam me lanza una mirada jocosa.

—¿Qué ha sido eso?

—He escuchado que a la niña se le cayó el diente ayer comiendo palomitas en el cine. La pobre no pudo seguir comiendo a causa del dolor.

—Pero sus padres no han pedido una bolsa de palomitas infantiles.

—Eso corre por mi cuenta.

Rodeo la barra y paso junto a Liam para ir hacia la vitrina de helados. Preparo dos helados en cucurucho a dos chicas mientras la mirada de Liam sigue encima de mí. Cuando se van y se sientan en su mesa con otro grupo de chicas, me vuelvo hacia mi amigo.

—¿Qué pasa?

—Estás muy contento hoy.

—He dormido bien —miento. En realidad no he pegado ojo, pero lo curioso es que me siento más renovado que nunca.

—No —niega—. No creo que sea por eso. —La sonrisa traviesa que se despliega en su rostro me hace tensarme—. ¿Adónde te fuiste ayer con Dahila?

—La llevé a la playa.

—A la playa —repite. Sé que me está examinando, a la espera de encontrar cualquier deje de nervios en mi expresión, así que hago todo lo posible por mantenerme neutral—. Ya veo. Pero no me cuadra, algo más tuvo que pasar.

Cometo el error de rememorar mi beso con Dahila. La impresión de sus labios calientes todavía parece estar marcada a fuego sobre los míos. Si me concentro, estoy seguro de que podría recordar a la perfección cómo la vacilación de sus labios se esfumó cuando fui yo la que la besó. .

Algo estalla en los ojos de Liam. Pronto me doy cuenta de que la máscara se ha roto y de que he sido tan transparente como el cristal.

—Así que tengo razón, pasó algo más.

—Eso no es asunto tuyo.

—¡Lo sabía! Era imposible que estuvieras tan contento sin razón alguna. ¿Qué pasó exactamente?

—No tengo por qué explicarte nada.

—Como tu mejor amigo, tienes la obligación de contarme absolutamente todo. Quiero detalles, muchos... Bueno, espera. Ahora que lo pienso, no sé si quiero detalles de lo que sea que hayáis hecho.

Entiendo al instante el rumbo de sus pensamientos. El calor me sube por el cuello y me pongo colorado. La sonrisa de Liam se hace más grande.

—No me lo puedo...

—Cállate —suplico, avergonzado—. No pasó eso. Estuvimos en la playa, ¿recuerdas?

Se encoge de hombros, esa maldita sonrisa juguetona todavía perdura.

—En la playa se puede hacer muchísimas cosas.

—No hicimos esas cosas.

—Pero hicisteis otras cosas —comenta, subiendo y bajando las cejas.

Canto victoria para mí mismo cuando veo a una pareja escoger una mesa vacía. Esquivo a Liam a toda prisa y voy a tomarles nota. Antes de volver a la barra recojo unos vasos y cobro a unos chicos jóvenes.

—Si piensas que voy a dejar ir el tema, estás muy equivocado.

—Y si tú piensas que te voy a contar algo de lo sucedido, eres un idiota.

—No puedes ser tan cruel conmigo —bufa, apoyándose sobre la barra—. Merezco saberlo. Tú me has escuchado hablar de todas las chicas que me han gustado, pero yo jamás te he escuchado a ti hablar de nadie.

De repente, los hombros me pesan. Un sofocante calor me recorre el cuerpo.

—En realidad, sí que lo has hecho.

Sus labios se retraen en una mueca. Todavía no comprendo de dónde viene tal hostilidad. Cuando me empezó a gustar Alyn, Liam fue el primero en saberlo. Cada vez que le ponía al día sobre el desarrollo de mi amistad con ella, Liam se subía por las paredes. Me atrevería a decir que era el más emocionado de los dos. Es entendible, después de todo fue la primera chica que me gustó. La tenía en un altar.

Supongo que el aparente odio que le guarda tiene que ver con el fin de nuestra relación. O quizá por algo más. Liam es mucho más atento y listo de lo que aparenta. No me sorprendería saber que los engranajes de su cabeza hayan empezado a funcionar.

—Ella no cuenta.

Noto que me pierdo en mis pensamientos. Durante un momento, empiezo a sentir cómo el perfecto humor con el que he amanecido va decayendo. La molestia en mi pecho va creciendo poco a poco. Por suerte, mi salvadora evita que me hunda en unos recuerdos que no quiero revivir. Si fuera por mí, borraría cualquier rastro de esa etapa de mi vida de mi mente.

Liam y yo nos volvemos hacia Rose cuando se planta frente a la barra. Tiene el ceño fruncido y las mejillas coloradas. Lleva dos semanas trabajando con nosotros, así que ya ha transcurrido el tiempo suficiente para que la chica callada y obediente se haya transformado en todo lo contrario. A veces incluso a Liam se le olvida que él es nuestro superior.

—Vaya, no pareces muy contenta —canturrea Liam al verla.

Rose ni siquiera lo mira, fija sus ojos en mí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.