Cuando salga el sol

17 | Contigo quiero ser yo

Luc

 

Cuando era pequeño hubo una película a la que le tuve pánico durante muchos años. Era pequeño la primera vez que la vi pasando canales de la televisión. Recuerdo un montón de esqueletos moviéndose con espadas y luchando contra los humanos. A algunos ni siquiera les había dado tiempo a descomponerse, les colgaba carne muerta y tenían bichos correteando por su cuerpo. No recuerdo el título de la película, pero cada vez que era mencionada, me recorría un sudor frío por todo el cuerpo.

No recordaba lo horrible que era esa sensación hasta que volví a sentirla hace unos días. Pero esta vez no había muertos ni cuerpos en descomposición, en su lugar, había un ramo de rosas blancas. En cuanto vi a Dahila sujetándolas, sentí el mismo sudor frío. Era verano, pero tenía las manos más frías que nunca.

Seguramente Dahila se fue a casa con muchas preguntas en mente, pero no me veía con fuerzas para responderlas. Donde ella había visto un precioso ramo de flores, yo había visto una disculpa que no quería aceptar. Solo una persona podría haber encargado traerme algo así a las diez de la noche. Lo que no entendía era su razón. ¿Buscaba mi perdón después de un año?

Vuelvo a la realidad cuando una cabellera de rizos castaños pasa junto a mi vehículo. Se me acelera el corazón, pero poco tardo en darme cuenta que aquella persona no era la que mi corazón había ansiado salir a buscar.

Mientras espero a que mi abuela aparezca por la calle en la que minutos antes la había visto por última vez, echo un rápido vistazo a mi alrededor. Mis manos aprietan el volante con fuerza, mis ojos recorren los rostros de las personas que caminan con tranquilidad por las aceras.

No está. No hay señales de su presencia y, aun así, los nervios me roen por dentro como ratas hambrientas e inquietas.

Suelto una exhalación cuando, minutos después, distingo la figura de mi abuela al final de la calle. Enciendo el motor del coche y espero a que se acomode en el asiento del copiloto. Antes de girar el volante para salir del aparcamiento, me lanza algo sobre las piernas. Los colores me suben hasta las orejas cuando descubro lo que es. Mi abuela suelta una risotada cuando lanzo la pequeña caja a los asientos traseros.

—Abuela —siseo. Sus carcajadas alimentan el rubor de mis mejillas. Me da unas palmaditas en el hombro.

—Ya me lo agradecerás.

Mi abuela tenía que hacer hoy unas cuantas visitas en distintos puntos de la ciudad, y como hace demasiado calor como para estar andando a estas horas de la mañana por la calle, he insistido en llevarla. Primero la he acompañado a la floristería de su amiga y después a la farmacia. Un rato más tarde, cuando volvemos a casa con el coche lleno de bolsas de compra, no puedo evitar echar un rápido vistazo a la calle desierta antes de salir del coche.

Me encargo de entrar todas las bolsas mientras ella va recogiendo los alimentos. Dejo una gigantesca sandía sobre la encimera y clavo la mirada en el pequeño ramo de flores con el que ha salido de la floristería.

—¿Para quién son esas flores?

—Para tu tío —responde sin mirarme—. Voy a ir a visitarlo.

Me arrepiento al instante de haber hecho esa pregunta. Dejo de escuchar el sonido de las bolsas de plástico cuando mi abuela se vuelve hacia mí. Noto un deje de nerviosismo en sus ojos.

—¿Te apetece acompañarme? —Le ha costado formular la pregunta, y a mi abuela nunca le cuesta nada. Debe ser por mí, sabe que es un tema prohibido, un campo de minas sin descubrir, y teme pisar mal.

Aparto la mirada y me distraigo ordenando el resto de la compra.

—Tengo cosas que hacer —sueno escueto y cortante. Y me odio. Me odio tanto que no puedo ni mirarla a la cara.

—Lo suponía —la escucho suspirar a mis espaldas—. No pasa nada. Otro día será.

«Sí, eso. Otro día».

—¿Puedes terminar de ordenar lo poco que queda? —me pide echándole un vistazo a su reloj.

—¿Te vas ya?

—Liam estará al caer.

—¿Para qué viene?

—Para acompañarme. Solemos ir juntos a dejarle flores a tu tío.

Se me comprime el corazón, no sé si por la certeza de que por fortuna tiene a alguien que la acompaña o porque no soy yo quien va con ella. La sigo con la mirada cuando va hacia su bolso que ha colgado en el perchero. Me pregunto qué sentía todas esas veces que intentaba hablar de mi tío y yo me negaba a hacerlo. Me pregunto si me tendrá algo de rencor por lo que ocurrió.

Me pregunto qué sucedería si tan solo fuera más valiente.

La detengo antes de que salga de casa cuando me doy cuenta de que le falta algo. Entro en la cocina y vuelvo con el pequeño ramo de flores que con tanto mimo ha elegido.

—Cierto. Por poco se me olvida.

La toma con delicadeza y me mira a los ojos. Sé todo lo que se está callando por miedo a hacerme el más mínimo daño. No me lo merezco. Debería estar diciéndome lo inmaduro que estoy siendo, gritarme y exigirme que espabile de una puta vez. Pero no lo hace.

—Asegúrate de cerrar bien la puerta antes de irte.

Asiento con un nudo en la garganta. Se me emborrona la vista cuando sale de casa. 

 

☼ ☼ ☼

 

La primera vez que recibí un ramo de flores blancas estaba en Carolina del Norte. Las trajo un hombre de rostro conocido, lo había visto varias veces acompañar a Alyn a eventos importantes de su familia. Era un amigo de su padre y su chófer personal, aunque casi parecía más su mayordomo. En el ramo había una tarjeta donde ponía «lo siento». Me reí al leerlo. Ni siquiera era la letra de ella. Incluso para eso había pedido a otra persona que lo hiciera.

Al principio me enfadé mucho. Unos días atrás Alyn me había tendido una emboscada y me había obligado a conocer a sus padres. Ella sabía que todavía no estaba preparado, que necesitaba un poco más de tiempo, pero la paciencia no era una cualidad que destacara en ella. Tras una cena tensa e incómoda, discutimos de camino a mi casa.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.