Cuando salga el sol

22 | La misma pesadilla

Luc

 

Las palabras de Dahila no han dejado de repetirse en mi mente. Y no lo digo como si me quejara, al contrario, se han convertido en el combustible que necesitaba para arrancar. Conocer las vivencias por las que pasó con su padre tras la muerte de su hermano me han hecho darme cuenta de lo que mi dolor y mi negación ha podido causar a gente de mi alrededor. Nunca he querido dañar a nadie, y sé que su padre nunca tuvo esa intención, pero las personas como él y como yo no nos damos cuenta de lo que causamos hasta que ya es demasiado tarde.

Salgo de mi coche y cruzo la carretera para ir a la casa de mi abuela. Me detengo en mitad del jardín, nervioso. El corazón se me acelera, me seco las palmas de las manos en mi camiseta.

—Adelante, la puerta está abierta.

Doy un respingo en cuanto la voz de mi abuela me saca del caos de mi mente. Me vuelvo hacia su figura, que asoma por la ventana de la cocina para regar una maceta pequeña con flores.

—¿Cuándo has abierto la puerta?

—Hace exactamente…—le echa una mirada al reloj de su muñeca— siete minutos. El tiempo que has tardado en salir del coche.

—¿Me has estado observando?

—Te he estado esperando. Me preguntaba qué te había hecho venir a verme a estas horas de la mañana.

Sus ojos se posan en los míos y mis nervios se intensifican. No soy capaz de sostenerle la mirada cuando me acerco al marco de la ventana. Sé que está atenta a todos mis movimientos, mi abuela siempre ha tenido el poder de hacer notar cuándo mira a alguien, y sé que ahora mismo me está estudiando de pies a cabeza. Sabe que me pasa algo.

—¿Abuela? —Observo cómo una gota de agua cae de la punta de un pétalo de gardenia. «Mírala a los ojos» me grito a mí mismo, «es lo mínimo que merece». Entonces, con un nudo en la garganta, decido ser un poco más valiente y alzo la mirada—. ¿Crees que podrías ayudarme a mirar las cajas del tío Keanu?

Sus facciones se suavizan y una delicada sonrisa tira de sus labios. No hace preguntas, simplemente estira su mano y acaricia mi mejilla con cariño, como si el niño que era antes hubiese vuelto a aparecer ante sus ojos.

Envidio la tranquilidad que muestra cuando subimos al ático, porque yo siento que se me va a salir el corazón del pecho. Me quedo en mitad de la estancia cuando ella se acerca al montón de cajas y agarra una. Le quita el polvo con cuidado y entonces me mira con una pregunta silenciosa pintada en los ojos. Trago saliva y me acerco a ella para tomar la caja. Mi respiración es errática. Los ojos comienzan a lagrimearme. El nudo de la garganta me impide hablar.

—Tómate el tiempo que quieras —me dice ella acariciando mi espalda con cariño.

—Si abro esta caja…—logro decir, la voz me tiembla.

No sé cuánto tiempo transcurre mientras observo la caja, como si me preparara mentalmente a que alguna especie de monstruo fuese a salir de ellas. Estoy bloqueado, y mi abuela debe notarlo, porque suelta una maldición en francés y me quita la caja con cuidado. Menciona algo sobre lo pálido que estoy, o eso creo, porque sus palabras no me llegan con claridad.

—No tienes por qué hacer esto si no estás preparado.

—Necesito hacerlo.

—Luc…

—Te lo debo, abuela.

—Cariño, a mí no me debes nada.

—He llegado a la conclusión de que quizá nunca llegue a estar preparado para esto, así que si no es por mí, lo haré por ti. Porque…—la voz se me rompe, intento recomponerme rápido—. Porque llevo meses mirando hacia otro lado, pensando que el único que lo estaba pasando mal era yo. Sé que te he preocupado y que te he hecho daño.

—Luc, tú nunca…

—¿Cuántas veces has mencionado a mi tío y he hecho oídos sordos? ¿Cuántas veces te he pedido dejar el tema? ¿Cuántas veces has buscado en Liam o en Ginny la atención que no encontrabas en mí? —De repente mi abuela parece más pequeñita que nunca—. Abuela —mi voz es un susurro tembloroso—, ¿cuántas veces has llorado sola?

No recuerdo cuando fue la última vez que mi abuela no pudo sostenerme la mirada. Se da la vuelta y camina hacia el espacio lleno de las cosas de mi tío para dejar la caja. Sus manos tiemblan ligeramente cuando se alisa la camisa. Una vez ha tomado una gran bocanada de aire, se vuelve hacia mí y me mira con firmeza, pero sin perder la amabilidad y el cariño que pintan sus facciones. 

—Enfrentarse a una muerte como esta no es fácil, nadie está mentalmente preparado para perder a un ser querido. Ni tú ni yo lo estábamos. Pero ha ocurrido, y cada uno ha pasado por un proceso muy distinto. Mi duelo no se asemeja ni un poquito al tuyo.

Sé que cada persona vive el dolor de una forma muy distinta al resto, pero eso no hace que no pueda quitarme de la cabeza lo mal que lo ha debido pasar mi abuela. Aquel día vio irse a mi tío, fue la última en verlo con vida. No solo ha vivido la pérdida de un ser querido, sino que ha tenido que ver como yo me negaba a volver. Ha visto cómo me encerraba en mí mismo y cómo me he ido perdiendo.

Esquivo a mi abuela y me siento en el suelo, frente a las cajas que guardan todo lo que queda de mi tío. Mi abuela se acerca y se agacha con dificultad a mi lado. Pone una mano sobre mi espalda cuando agarro una caja y la coloco sobre mis piernas.

—Vamos a hacerlo juntos, ¿de acuerdo?

Asiento sin mediar palabra. Me da unos segundos para mentalizarme y abre las solapas de la caja. Los libros favoritos de mi tío descansan en su interior junto a algunos dibujos que le hice cuando era pequeño. Los ojos se me empañan y no soy consciente de lo mucho que estoy temblando hasta que mi abuela me abraza y rompo en llanto.

—Sé por qué te costó tanto volver a casa, por qué tardaste tanto en venir a verme y por qué has estado evitando este momento. —Sus brazos me estrechan con más fuerza, como si deseara recolocar mis piezas rotas. Me da un beso en la cabeza—. No fue tu culpa, Luc. Toco ocurrió muy rápido.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.