2 años después
¿Cuándo una persona comienza a cambiar? Desde que venimos al mundo, desde que soltamos nuestro primer llanto nada más nacer, estamos expuestos a cambios. No soy como ayer, y mucho menos seré igual que mañana. Es algo que he aceptado con el paso de los años. Soy diferente a la niña que escuchó de labios de su padre que su hermano había muerto en un atraco, pero, sobre todo, soy diferente a la chica que hace tres años decidió decir que «sí» y vivió una de las mejores experiencias de su vida.
—¿Nerviosa? —pregunta Liam abriéndome la puerta trasera de la tienda de tablas de surf. Me mira y solo soy capaz de asentir con una sonrisa cada vez más grande. Las trencitas con las que lo conocí han desaparecido, ahora muestra su precioso cabello afro—. Me encantaría ver qué cara pone cuando te vea. Tiene un calendario en su habitación lleno de tachones. Lleva meses contando los días para volver a verte.
No sé por qué me sorprende cuando yo llevo años esperando a que llegara este momento. No ha sido fácil para ninguno de los dos. Aunque nos hemos apoyado desde la distancia durante todo este tiempo y nos hemos dado el privilegio de vernos una o dos veces al año, lo que sucede hoy es completamente diferente. Porque hoy, tras tres años desde aquella conversación que tuvimos, tras darnos cuenta de que necesitábamos mucho más que amor para poder estar juntos, vuelvo a ti como te prometí.
El chico que estaba tras el mostrador desaparece por la puerta por la que hemos entrado en cuanto Liam le hace una seña.
—Está surfeando aquí con un grupo de amigos —explica cuando se acerca a la puerta de cristal. La campanilla suena cuando la abre—. Voy a buscarlo.
—Genial, estaré esperando aquí.
Antes de que sus pies vuelvan a tocar la arena de la playa, se gira hacia mí.
—Estás guapísima. Luc se quedará todavía más tonto cuando te vea.
—Gracias, Liam.
Una sonrisa en sus labios antes de darse la vuelta y alejarse. Liam esquiva a una niña pequeña que pasa a su lado corriendo con una cometa roja persiguiéndola desde lo alto.
Mientras espero, escaneo la tienda y me doy cuenta de las pequeñas modificaciones que ha tenido. El mostrador nuevo, el cambio en la organización y alguna que otra decoración nueva. Pero si hay algo que me hace quedarme absorta en el sitio, es ver que la tabla cuyo dibujo había quedado incompleto, ahora está terminada. Comienza con un niño colocado sobre su tabla en lo alto de una ola, y conforme desplazo mis ojos hacia la derecha, veo que el niño crece, se hace más alto y más sonriente. Y por fin descubro lo que había en esa zona desierta y sin acabar: la orilla de la playa con una chica esperándolo.
La campanilla de la tienda suena cuando alguien abre la puerta y yo reacciono rápidamente escondiéndome tras unas cuantas tablas de surf. Tengo la sensación de que se me para el corazón cuando te veo entrar en la tienda. Me fijo en la banda de pelo negra que recoge tu pelo hacia atrás, ha crecido desde la última vez que te vi. La piel bronceada de tus brazos está cubierta por algunos tatuajes, la mayoría nuevos. Sonrío al ver en tu pectoral izquierdo el primer tatuaje que te hiciste, recuerdo lo nervioso que estabas aquel día y lo mucho que apretabas mi mano.
Ajeno a mi presencia, te apoyas en el mostrador y te giras para observar la tabla de surf que cuelga en la pared frente a ti. Una diminuta sonrisa curva tus labios mojados por el agua del mar.
—¿Qué ves? —pregunto saliendo de mi escondite.
Los músculos de tu espalda se tensan cuando escuchas mi voz. No sé qué se te pasa por la cabeza durante los segundos que te quedas inmóvil, pero cuando por fin te das la vuelta y tus ojos se encuentran con los míos, soy consciente de que tres años no son nada frente a un minuto a tu lado.
—Estás aquí —murmuras como si no te lo creyeras.
—Te prometí que volvería.
Abres la boca un par de veces, pero parece que eres incapaz de emitir palabra. Elimino la distancia que nos separa y te muestro lo que llevo escondiendo durante tanto rato tras mi espalda y que con tanto mimo he escrito. Tus ojos, mucho más claros y brillantes, se abren con sorpresa cuando lees el título del fajo de hojas que coloco sobre el mostrador.
—¿Qué es esto?
—Esto somos nosotros. Son todos los pensamientos y sentimientos que no me atreví a decir. —Sonrío—. Ahora son tuyos.
—¿Has escrito nuestra historia? —preguntas con un deje tembloroso.
—Luc, ¿vas a llorar?
—Pensaba que había quedado claro que yo era el sensible de la relación.
Suelto una carcajada y rodeo tu torso sin dejar de mirarte. Me agarras la cara con las dos manos y borras de un plumazo la añoranza de todo este tiempo. Empiezas con un beso en los labios, salado y suave, y después continúas esparciendo besos rápidos por el resto de mi rostro que me hacen reír. Besas mi sonrisa antes de volver a mirarme a los ojos.
—¿Qué hacemos ahora, yeux curieux?
—Todavía te quedan unos cientos de miles de abrazos que darme —te recuerdo y tus manos se deslizan por mi cintura.
—Eso me suena a un nuevo viaje. —Sonríes.
—Uno largo y lleno de sorpresas.
Perfilas mi nariz con tu dedo índice y después recoges un mechón de pelo rizado tras mi oreja. Tus ojos me buscan, tu sonrisa me atrapa.
—Pregúntamelo, Dahila —suplicas en voz baja, con las pupilas dilatadas y la mirada brillante.
A veces, cuando pensamos que nos estamos enfrentando al fin del mundo, resulta que no es más que el principio de algo nuevo. Eso es lo que me sucedió cuando me despedí de ti y de aquel verano que cambió por completo nuestras vidas.
—¿Me harías el honor de acompañarme en este nuevo viaje? —pregunto, y me respondes con un necesitado beso en los labios que me hace sonreír.
Una vez más, vuelve a suceder.
La sensación de que algo termina.