Cuando seamos Tú y Yo

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Zagan se estremecía de dolor, sus manos le temblaban mientras intentaba tocar su cabeza en la zona donde había recibido el golpe, cuando recobro la conciencia miro a su alrededor buscando con desesperación aquella figura fantasmal con forma de lobo que apareció de la nada, pero no encontró nada, la habitación estaba vacía.

–Maldito niño– dijo en un intento torpe de levantarse, se apoyó en la mesa con lo que obtuvo un punto de apoyo por el cual erguirse –juro que te mataré– le seguía doliendo la herida de su cabeza, tanteo sus prendas en búsqueda del teléfono, debía reunirse lo más pronto posible con aquel hombre que sabía todo de él y que ahora intercambiaba una caja de metal negro a cambio de todas las pastillas del mundo.

–¡La caja!– se dijo orgulloso de sí mismo por tenerla en su poder, pero aquel ego se desvanecería en un instante, mientras revisaba sus bolsillos uno a uno y no hallarla en ninguno de ellos –¡No!, ¡No!, ¡No!–

Los golpes resonaban uno tras de otro, su desesperación se volvió desesperanza, lo había vuelto a perder todo por un simple mocoso que había hecho de las suyas.

–¡Devuélvemela!– grito al vacío de la habitación

Las lágrimas se desbordaron de sus ojos cayendo como cascadas sobre sus mejillas, era su única oportunidad de tener la perfección de una droga en sus manos, la rabia y la desesperación desbordaban de su ser, agachó la mirada en busca de algo que le diera una salvación o la muerte instantánea, lo que primero pasase.

Lo único que logro ver era un pequeño frasco plástico, aquel sujeto que le había robado todo en esta vida le lanzaba un frasco con pastillas de varios colores: violeta, verde, naranja, rojo y amarilla. ‘Un terrón de azúcar para una hormiga’ dijo antes de soltar una pastilla violeta al piso, al principio Zagan no las había ingerido presintiendo que podrían ser alguna especie de pastilla suicida, pero cuando se encontraba en las calles sin nada más que un traje mal trecho de miles de dólares que no podía vender.

‘Humanos, estúpidos por elección’ dijo aquel hombre misterioso antes de marcharse o más bien desaparecer en la nada como había llegado.

Balanceaba la pastilla violeta jugando con ella entre sus dedos que después coloco sobre su lengua, lo que paso después de ingerirla temerosamente fue una sensación indescriptible ni toda la droga del mundo podía acercarse tan siquiera a las sensaciones que había experimentado, sea lo que sea que tuviera aquella pastilla violeta era cercano a la perfección.

El efecto duro todo un día entero, Zagan terminó al otro lado de la ciudad no recordaba cómo había llegado ahí, pero si tenía muy vivido la sensación de placer que aquella pastilla le proporcionaba.

Ingirió las pastillas una tras de otra al acabar su efecto, prefería vivir en el mundo que le provocaban aquellas drogas, pero todo duraba lo mismo que un parpadeo, necesitaba cada vez más pastillas ‘Si tan solo tuviera mi fortuna’ se dijo al idealizar que con todo su dinero podría comprar las pastillas que quisiera de por vida.

Aquel sujeto misterioso aparecido de la nada era inconfundible, una esbelta silueta que el mejor de los atletas o fisicoculturista envidiaría envuelta en un traje elegante, su tersa piel lechosa acompañada de facciones cinceladas por el mismísimo Miguel Ángel, junto a unos ojos violetas cargados del brío de su altivez, sentado en una cafetería como si la necesidad de la droga lo hubiese invocado en el momento justo de un trato que no negaría.

–Más por favor– imploro Zagan a aquel hombre que se alzaba sobre todos –Dame más de esas pastillas, no me importa mi dinero puedes quedártelo todo solo dame más pastillas– imploro de rodillas.

–¿Quieres una de estas?– dijo el hombre mostrando una pastilla violeta que después ingirió en frente de Zagan –firma primero– señalo varias hojas que Zagan no dudo en firmar sin revisar siquiera –sabía que volverías– sonrío conforme

–Sí, sí– acompaño torpemente –solo dame más pastillas– rogó Zagan.

El hombre levantó una ceja de desinterés ante la petición.

–Por favor– titubeo Zagan.

Aquel sujeto saco de su chaqueta un frasco naranja con varias pastillas –Vas a traerme la caja metálica que tiene uno de tus chicos– balanceo el frasco de lado a lado, Zagan lo seguía con la mirada sentía la necesidad salvaje de tragárselas todas, se arrancaría el alma si pudiera con tal de experimentar aquella sensación inigualable.

–Uno de tus niños nos dio una dirección y un nombre– desplegó sobre el mesón una carpeta que extrajo de alguna parte, la carpeta de cartón no tenía ni un solo doblez, manchón o rugosidad, conteniendo en su interior varias fotografías, documentos con letras que seguían y seguían –Él– señalo con el dedo –Tráeme la caja que él tiene, debe tener varias marcas en su superficie. En su interior hay una jeringuilla que por nada del mundo debe abrirse– acerco un teléfono –te diré donde vernos– sonrió al ver el rostro de Zagan que imploraba por una pastilla.

Zagan tomo varios documentos donde figuraban el nombre de Liam y de varios miembros de su familia, la ubicación de su casa, los horarios de la madre y los de su hermana menor, todo detallado, una historia completa escrita en papel, pero no le importaba si también incluía el color de sus dientes, lo iría a buscar a su casa y lo obligaría a entregarle la caja, después los mataría a todos, regresando victorioso por la recompensa de más pastillas.



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En el texto hay: decisiones, primer amor, destino elegidos

Editado: 10.08.2021

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