El sonido de la campana de la entrada se escuchó, la música sonando con bastante volumen, los murmullos de los clientes, uno que otro borracho desahogando en la barra, el olor a sudor en el aire, junto con los que no paraban de coquetearse entre sí era el ambiente, el hombre se sentó tranquilamente en una mesa algo escondida, su acompañante llegó poco después de él.
—¿Me extrañabas? —soltó con voz gruesa el hombre de pie en frente de la mesa.
—En realidad no. —Tomó el hombre sentado un trago de alcohol, su nombre era Antón.
Hoy no iba a entrar en la parte trasera del burdel, no era el momento de diversión, aunque su mirada se paseó por el lugar fijándose en aquella mujer de cabello castaño atendiendo a los clientes, debía vigilar.
El hombre de pie frunció un poco el ceño, y se sentó de mala gana.
—No tienes ni idea del lío en el que nos metimos. —anunció con preocupación arrebatándole el trago a Antón.
Una risa falsa se escuchó en la mesa.
—Desde que esas criaturas del demonio tomaron el control, ha sido difícil el negoció. —se inclinó hacia adelante murmurando en voz baja.
El sonido de la música retumbaba en las paredes, la mujer castaña llevaba las bebidas a las mesas, su cuerpo se encontraba cansado, de vez en cuando miraba de reojo a los dos hombres.
—No hay nada que podamos hacer, son ellos quienes mandan. —dijo el acompañante de Antón.
—¿Y qué hay de la rebelión? —preguntó Antón.
La mujer, se acercó a una mesa cercana escuchando la conversación de los dos hombres, atendiendo al cliente borracho.
—Nadie quiere hablar de ello ¿Quieres terminar con tu cabeza en una estaca? —advirtió, mientras se cruzaba de brazos.
—Supongo que no…
Antón se perdió en sus pensamientos preguntándose "¿Qué era lo que habían venido a buscar?"
El que nadie tuviera respuestas era algo perturbador, las ciudades se sentían asfixiantes, con ellos observando desde el cielo, cada cosa que hiciera, cada palabra que dijeran, la sabían.
Aun así permitian que el mundo siguiera siendo una completa mierda. “Cada quien con su asunto” murmuraban las personas, pero dentro de sus corazones el miedo permanecía.
El hombre en frente a Antón soltó un suspiro.
—Tengo otro asunto que atender, me retiro. —dijo para caminar hacia la salida, Antón no pudo evitar reírse un poco, para luego tomar lo poco que quedaba de alcohol.
Mientras tanto el otro hombre caminaba por las calles, los faroles iluminando escasamente la parte delantera de algunas casas, los baches en la calle hacían que uno que otro auto pudiera accidentarse, las luces rojas permanecen en el cielo, cubriendo las estrellas, la luna podría apreciarse a un lado.
Era tan imponente y aterrador al mismo tiempo.
Simon, detestaba mirar hacia el cielo desde que ellos estaban allí, principalmente a causa por el loco maniático que tenían de líder.
Aquel que su nombre era impronunciable por un ser inferior, como lo llamaría él.
Ignoró aquellas manchas en el suelo, se detuvo en la entrada de una tienda, el letrero en rojo incitaba a alejarse, a menos que fueras algún caníbal suelto.
Por el cristal se podía notar un televisor distorsionando un poco, después de unos segundos emite un pequeño pitido, y algo se mostró en la pantalla, su estómago se revolvió, Simon decidió seguir caminando.
Aunque las imágenes se repetían como una grabadora en su mente, estaba un poco acostumbrado, era su trabajo después de todo, pero verlos a ellos hacerlo era un poco perturbador.
Principalmente al líder de ellos que parecía disfrutarlo.