Cuando Te Miro

PARTE I

El sonido de la alarma del teléfono, sacó abruptamente a Adam del sueño en el que le pareció apenas haber dormido un par de horas, con la pereza arraigada a cada molécula de su ser y sus ojos más cerrados que abiertos, rodó de medio lado en la cama, estiró la mano y a tientas desactivó el sonido, prometiéndose dormir solo cinco minutos más.

Sabía que debía entrar más temprano a su trabajo, pero ese poco tiempo que iba a permitirse no haría gran diferencia, como para hacerlo llegar tarde y quedar como un irresponsable delante de sus jefes.

Volvió a sumirse en el sueño, y cuando despertó, los cinco minutos en lo que pareció un suspiro se habían convertido en veinte.

—Mierda, mierda. —Se lamentó, e inmediatamente el sueño se le fue de golpe, dándole paso a la preocupación y desesperación, en medio de tirones y patadas hizo a un lado la maraña de sábanas.

Con los pelos bastante revueltos, corrió en medio del caótico desorden de su pequeño apartamento al baño, donde dejó en el suelo el short a cuadros, se duchó rápidamente mientras maldecía a los minutos transcurridos y a sus jefes por obligarlo ese día a estar más temprano en el banco.

Salió chorreando agua, se secó con rapidez, al mirarse al espejo sabía que era día de afeitado, pero a la mierda con eso, no tenía tiempo, así que su barba sumaría el quinto día oscureciendo su rostro. Prefirió invertir los minutos en su proceso de limpieza bucal, lo que a conciencia le tomaba mucho tiempo, era su manía y no podía evitarla; por lo menos, no se había hecho tan critico como para que lo calificaran como un trastorno obsesivo compulsivo.

Se aplicó gel en las manos y las pasó por su cabello húmedo, después se peinó con la destreza que los años le habían otorgado. En medio del apuro se combinó el traje, pantalón y chaqueta gris, pero no del mismo material, agarró una camisa color vino porque era la primera que tenía a mano.

Ponerse a anudar con esmero una corbata no era una opción, por lo que agarró la prenda y doblada se la metió al bolsillo, con la esperanza de ponérsela en algún momento durante el camino o al llegar al rascacielos en el distrito financiero de Los Ángeles, donde llevaba tres años trabajando.

Se roció un poco de perfume y en su carrera a la salida agarró su maletín estilo bandolero, se lo colgó atravesándole el pecho y cerró la puerta de su solitario hogar.

En la plaza de estacionamiento lo esperaba su bicicleta, subió a ella y empezó a pedalear con desesperación, sabía que debía darse prisa para poder llegar a tiempo si quería obtener los méritos para el tan anhelado ascenso.

Con el corazón golpeteándole fuertemente y casi sin aliento bajó de la bicicleta y la dejó en el anclaje que estaba fuera de la estación del metro. Asegurándose de ponerle muy bien el candado, se quitó el casco y también lo dejó seguro.

Todos los días recibía llamadas de sus padres desde Nueva York, diciéndole que debía dejar de andar en bicicleta o transporte público, y que buscara un método de transporte más eficiente, que un hombre de veintisiete años debía tener su propio auto, que así no podría tener conquistas, porque cómo tendría una cita con una mujer andando en bicicleta… y mil cosas más.

Él se escudaba diciendo que solo quería ayudar al medioambiente; sin embargo, en cierto modo sabía que era un tanto despistado, que era bueno con las finanzas, pero no con las señales de tráfico, ni mucho menos con la atención que conducir requería.

  Corrió dentro de la estación, bajando las escaleras y tratando de apartar a las personas de su camino, con su tarjeta TAP en la mano, preparada para que el escáner le diera el acceso.

Hizo su carrera casi desesperada cuando vio que el tren de la línea azul llegaba y no podía dejarlo pasar.

—Permiso, disculpe… Lo siento. —Se excusaba cuando se llevaba por delante a algunos transeúntes, en medio de empujones logró colarse en el vagón.

Exhaló aliviado al tiempo que se pasaba una mano por el cabello para acomodarse las hebras que se habían desordenado en el desesperado trayecto y con la otra se sujetaba del tubo de seguridad para evitar en algún movimiento caer y ser la burla de sus acompañantes y hasta ser el blanco de los memes de los memes que pondrían rondar la semana en las redes sociales.

Una vez que estuvo mediamente satisfecho con su peinado, se quedó tranquilo por contados segundos, pero enseguida sintió la necesidad de mirar la hora en su reloj.

«Todavía puedo llegar a tiempo» —pensó, tratando de ser positivo.

Minutos después miró hacia los asientos, esperando ver en alguien la mínima intención de levantarse y saber si él tendría la ínfima posibilidad de descansar, y no estar de pie en medio de tropezones, la más de media hora que le restaba de viaje.

Fue entonces que sus ojos azules fueron cautivados por un atrayente arcoíris. Sentada al final de la línea de asientos estaba una mujer con el pelo multicolor, llevaba unos auriculares al mejor estilo vintage, eran dorados y los cascos de un estampado de cuero floral.

En realidad, ella no iba en ese tren, estaba en algún lugar al que la llevaba el libro entres sus manos y que captaba toda su atención. Su perfil era delicado y femenino, pero su estilo divertido entre hippie y roquero dejaban claro que era una chica de actitud.



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En el texto hay: humor, amor, ilusión

Editado: 12.04.2020

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